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SEMANA DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON LOS PADRES
DEL SÍNODO PARTICULAR DE LOS OBISPOS DE HOLANDA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Capilla Paulina del Vaticano
Viernes 25 de enero de 1980

 

Queridos hermanos:

Hoy llegamos al final" de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. El tema elegido para este año ha sido "Adveniat regnum tuum, Venga tu reino": oración repetida muy a menudo, pero que debe ser siempre nueva, si tomamos conciencia de su significación. Implica ciertamente, de un modo particular para cada cristiane para cada uno de nosotros, una transformación interior, la transformación del corazón, gracias a la cual el reino de Dios se extiende por el mundo realizándose verdaderamente en nosotros.

1. Los Países Bajos forman parte de aquellas regiones en que el problema del ecumenismo tiene una gran importancia histórica y contemporánea. Desde hace siglos, la situación religiosa de vuestro país ha estado marcada por la ruptura de la unidad, y esto no sin sufrimientos y tensiones. Es significativo que hoy el cardenal Johannes Willebrands reúna en su persona los cargos de arzobispo de Utrecht y de Presidente del Secretariado para la Unión de los Cristianos, y todos los aquí presentes conocemos los méritos que ha adquirido al consagrar todas sus fuerzas a estas dos funciones eclesiales tan importantes y delicadas.

De manera más inmediata, el Sínodo particular que nos proporciona la ocasión de estar reunidos alrededor de este altar se ocupa también del tema del ecumenismo, y él mismo se desarrolla en un clima ecuménico, pues, si la preocupación de la unidad se halla constantemente presente en todos sus miembros, también esta asamblea sabe que está sostenida, no sólo por la oración de los católicos, sino también por la de otros cristianos, tal como los pastores protestantes de los Países Bajos han asegurado.

2. La Semana de Oración por la Unidad encuentra su culminación y su cima el 25 de enero, el día en que la Iglesia conmemora en su sagrada liturgia la Conversión de San Pablo.

Este hecho es especialmente elocuente. En primer lugar hace que tomemos conciencia de una exigencia: la unidad sólo puede ser fruto de una conversión a Cristo, el cual es la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia. Tal conversión debe ser profunda y abarcar al conjunto de los miembros en los múltiples aspectos de su vida, de modo que la unidad se realice verdaderamente. San Pablo encontró al Señor: se entregó a El totalmente. Este hecho explica el puesto formidable que el Apóstol ocupa en la Iglesia. Nosotros, por nuestra parte, debemos progresar todos en la unidad que en definitiva depende de Cristo, y por tanto de nuestra adhesión a El, ya que en El constituimos nosotros la Iglesia. En este espíritu, hemos de preguntarnos sin cesar, de qué modo las expresiones humanas y las diversas dimensiones de nuestros esfuerzos de vida cristiana; y de nuestras empresas ecuménicas, manifiestan la búsqueda de la unidad como conversión a Cristo.

La unidad en Cristo corresponde al designio eterno del Padre, a la revelación del misterio de salvación tal como fue anunciado por el Apóstol de las naciones: «Recapitulando todas las cosas en Cristo» (Ef 1, 10); sí, ante el Padre, toda la familia humana, rescatada por Cristo, encuentra en éste su unidad. No podemos buscarla fuera de Cristo.

3. Un segundo punto requiere, además, nuestra atención y nuestra meditación: esta celebración del 25 de enero nos hace tomar conciencia de un modo totalmente peculiar de que la conversión, y por tanto la unidad, aunque pueda parecer imposible "a los hombres", es posible "a Dios".

Para iluminar este aspecto, tenemos el ejemplo de Saulo de Tarso, que se convirtió en el "Apóstol de las Naciones", de Cristo y de los cristianos, él, que como nos dice, «se creyó en el deber de hacer mucho contra Jesús Nazareno» (Act 26, 9). encontró al Señor y se convirtió en el "Apóstol de las naciones", el amor de Cristo fue su vida entera (cf. Flp 1, 21).

4. Así, pues, una transformación tan profunda y tan radical es posible por la gracia del Señor. Para lograrla es necesaria una oración insistente e incesante. Hace falta, además, la oración personal de cada uno, así como esta otra que hemos elevado a lo largo de esta semana. Es necesaria, también, la oración en común, porque desde el momento que rezamos así los unos con los otros, poseemos ya cierta unidad. Sabemos también que en la oración damos al Espíritu Santo la posibilidad de orar El mismo en nosotros y por nosotros, pues, según la palabra de San Pablo, nosotros no sabemos aquello que conviene pedir (cf. Rom 8, 26).

Es bueno que podamos orar por la unidad en esta comunidad sinodal que formamos. Es una gracia que este momento coincida con la Semana de Oración por la Unidad. Esta oración es en primer lugar apertura al Espíritu Santo: le rogamos que aumente los deseos de nuestro corazón y que nos conceda más allá de lo que desean nuestros corazones, más allá de las peticiones que puedan brotar de nuestros labios, incluso si no encontramos las palabras adecuadas. Sí. recemos para ser siempre ante todo los instrumentos de la voluntad salvífica de Dios, de su designio de unidad. de su reino: ¡Venga tu reino!

 



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