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MISA PARA LOS SACERDOTES Y SEMINARISTAS
DEL ESTUDIO TEOLÓGICO INTERDIOCESANO DE FOSSANO (ITALIA)

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Capilla Matilde del Vaticano
Lunes 8 de diciembre de 1980

 

Venerables hermanos en el Episcopado,
hijos queridísimos:

Me siento feliz al dirigiros la palabra, mientras celebramos la liturgia de la Inmaculada Concepción de María, Madre de Jesús. En esta solemnidad recordamos y celebramos a Aquella que, desde las rafees de su existencia estuvo a completa disposición del plan divino de salvación, hasta el punto de dejarse invadir totalmente por la gracia para poder prestar un servicio pleno y fecundo al misterio de la Encarnación.

La primera y la tercera lectura de la Misa, que acabamos de escuchar, nos han propuesto la neta contraposición entre la primera Eva que, con su desobediencia y ligereza, perdió la ciudadanía del paraíso terrenal, y la segunda Eva, la Virgen de Nazaret, que, en cambio, con la generosa ofrenda de sí permitió al Verbo Divino habitar entre los hombres, para que pudiéramos obtener de El gracia sobre gracia (cf.Jn 1, 14. 16).

Por esto la proclamamos verdaderamente bendita entre todas las mujeres (cf. Lc 1, 42), realmente "llena de gracia" (ib., 1, 28), porque verdaderamente en Ella "ha hecho cosas grandes el Poderoso" '.(ib., 1, 49). Sin este adorable e indiscutible beneplácito de Dios misericordioso, no se explicaría el misterio de María; pero precisamente María, como he escrito en la reciente Encíclica Dives in misericordia, "es la que conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina" (núm. 9). Por lo demás, en la segunda lectura bíblica hemos escuchado al Apóstol Pablo recordarnos que también nosotros, bautizados, hemos sido elegidos por Dios en Cristo "antes de crear el mundo..., por pura iniciativa suya... para alabanza y gloria de su gracia" (Ef 1, 4. 6). Por tanto, hoy, mientras celebramos la singularidad de María Santísima, nos unimos también a Ella para cantar juntos, con alegría y humildad, la benevolencia inmerecida y la magnificencia sorprendente de Aquel de quien Jesús mismo hubo de decir: "Nadie es bueno, sino sólo Dios" (Mc 10, 18).

Venerables hermanos y queridísimos hijos: Sé que vosotros, reunidos aquí, representáis casi por completo al estudio teológico interdiocesano de Fossano, que reúne a los estudiantes de teología de las cinco diócesis de la provincia de Cúneo, en Piamonte. Estoy informado de su fundación, hace ocho años, de su sólido planteamiento y de su buen funcionamiento. Por esto quiero felicitar a los obispos de las diócesis de Alba, Cúneo, Fossano, Mondoví y Saluzzo por su laudable iniciativa, a los responsables y profesores por su solicitud y competencia, y a los estudiantes por su seriedad y su entusiasmo.

Os animo vivamente a proseguir con interés por este camino de mutua colaboración. Y hago votos cordiales para que la institución pueda reunir en sí lo mejor que pertenece a la tradición y a la vida de las respectivas diócesis, y convertirse, a su vez, en un centro propulsor de cultura teológica y de actualización pastoral, que se irradien sobre cada una de las comunidades diocesanas. Lo importante es alimentar con abundancia un constante amor hacia la Palabra de Dios: tanto a la personal, encarnada en Jesucristo, como a la literaria, depositada en la Sagrada Escritura. Es necesario meditar y profundizar en esta Palabra cada vez más, diría que con pasión, según las perspectivas de las disciplinas teológicas, y luego, sobre este fundamento seguro, hecho parte de nosotros mismos, estudiar los mejores modos para anunciarla y dar testimonio de ella eficazmente a los hombres de nuestro tiempo. Sed de estos ministros, de la Palabra (cf. Act 6, 4), y cultivad una incesante actitud de oración, porque "nuestra suficiencia viene de Dios" (2 Cor 3, 5).

Y sabed que el Papa espera mucho de vosotros, pero os asegura su afecto y su recuerdo en el Señor. Precisamente el Señor Jesús, dentro de poco, se hace una vez más presente entre nosotros, para abrirnos la riqueza de su comunión salvífica. El es nuestro Salvador, a cuyo servicio estamos consagrados. A El "el honor, la gloria y la bendición" (Ap 5, 12). ¡Amén!

 



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