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VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN JOSÉ CAFASSO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 1 de febrero de 1981

 

1. "Dichosos vosotros..." (Mt 5, 11). Con estas palabras, que acabamos de escuchar, deseo saludaros a todos los que estáis aquí reunidos; deseo saludar a toda la parroquia de San José Cafasso.

"Dichosos vosotros...". Son las palabras del "sermón de la montaña", con las que Jesús trató de delinear la esencia de su mensaje. Alguno las ha calificado como la "carta magna" del Reino de Cristo. Son palabras revolucionarias, porque proponen un radical trastrueque de los "valores", en los que se inspira la mentalidad corriente: la de los tiempos de Jesús no menos que la de nuestros tiempos. Efectivamente, la gente ha creído siempre mucho en el dinero, en el poder en sus varias formas, en los placeres sensuales, en la victoria sobre el otro a cualquier precio, en el éxito y en el reconocimiento mundano. Se trata de "valores" que se sitúan, como aparece claramente, dentro del horizonte limitado de las realidades terrenas.

Jesús rompe este círculo limitado y limitante: impulsa la visual sobre realidades que escapan a la comprobación de los sentidos, porque trascienden la materia y se colocan, más allá del tiempo, en el ámbito de lo eterno. El habla de "reino de los cielos", de "tierra prometida", de "filiación divina", de "recompensa celeste", y en esta perspectiva afirma la preeminencia de la "pobreza en espíritu", de la "mansedumbre", de la "pureza de corazón", del "hambre de justicia", que se manifiesta no en la violencia, sino en soportar valientemente la "persecución".

Innumerables cristianos, de generación en generación, han subido idealmente a esta montaña, para escuchar al Maestro Divino. Así las escuchó y puso en práctica el patrono de vuestra parroquia, San José Cafasso, cuya urna he visitado, no hace mucho, en mi peregrinación a Turín. El, en tiempos no lejanos de los nuestros, tomó estas palabras como programa concreto de vida, inspirando en ellas su conducta, en la separación de los bienes de la tierra, oyendo con mansedumbre y paciencia a los penitentes en el confesonario, en la asistencia delicada y amable a los necesitados, y especialmente a los encarcelados y a los condenados a muerte.

Os repito estas palabras de las bienaventuranzas al comienzo de nuestro encuentro; y lo hago no sólo por venerar a vuestro patrono, sino también para que os comprometáis con ellas, como individuos y como comunidad parroquial: leed de nuevo estas palabras, aprendedlas de memoria, tratad de "medir" con ellas vuestra vida. Esto es lo primero que os deseo.

2. A la luz de las bienaventuranzas evangélicas me place renovaros mi saludo con ocasión de la visita de hoy, que he esperado con deseo intenso y a la cual me he preparado también mediante un encuentro especial con vuestros Pastores.

Por esto, permítaseme saludar, ante todo, al señor cardenal Vicario, a cuya solicitud está confiada toda la familia diocesana; al auxiliar mons. Giulio Salimei, que coordina el trabajo apostólico en esta zona y que ha realizado recientemente entre vosotros la visita pastoral; y también a los Padres Oblatos de San José, "Josefinos de Asti", padre Giorgio Spadoni, párroco, y a los dos coadjutores, padre Paladino y padre Ciavarro, los cuales, con incansable dedicación se gastan en el servicio de la parroquia.

Juntamente con ellos saludo a los otros sacerdotes que prestan su colaboración los domingos, y saludo, además, a las religiosas del Instituto de la Caridad de Namur, quienes, desde hace ya muchos años están presentes en este barrio, donde desarrollan una acción de asistencia y de formación tan humilde como preciosa, ayudadas ahora también por las Misioneras de la Caridad de madre Teresa.

Finalmente, no puede faltar una palabra de saludo y de aprecio para todos los laicos comprometidos en las varias actividades de apostolado y de promoción humana. Entre ellos, mi pensamiento se dirige sobre todo al grupo de los catequistas, que en estos últimos años se ha ampliado notablemente, permitiendo el planteamiento de una catequesis sistemática, que llega a buena parte de los muchachos. Aprovecho gustosamente la presente circunstancia para estimular este aspecto de la actividad pastoral, ya que toda esperanza de vida cristiana responsable tiene su presupuesto en una adecuada instrucción religiosa, que conduzca a la comprensión de los contenidos fundamentales de la Revelación.

3. "Considerad vuestra llamada, hermanos", nos ha repetido oportunamente San Pablo (1 Cor 1, 26). Se trata de palabras que debemos escuchar como dirigidas a nosotros hoy, en esta asamblea litúrgica. Nos invitan a reflexionar sobre una dimensión fundamental de nuestra existencia: nuestra vida forma parte del designio amoroso de Dios. San Pablo es explícito a este respecto. Por tres veces, en la lectura de hoy, afirma que "Dios ha elegido" a cada uno de nosotros, de manera que "somos en Cristo Jesús", el cual "se ha convertido para nosotros en sabiduría, justicia, santificación y redención" (cf. 1 Cor 1, 27-30).

Este es, en efecto, el maravilloso mensaje de la fe: en los orígenes de nuestra vida hay un acto de amor de Dios, una elección eterna, libre y gratuita, mediante la cual. El, al llamarnos a la existencia, ha hecho de cada uno de nosotros su interlocutor: "La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios" (Gaudium et spes, 19).

Este diálogo, como es sabido, lo interrumpió el hombre con el pecado. Dios, en su misericordia, ha querido abrirlo de nuevo, dirigiéndose nuevamente a nosotros con la Palabra misma de su amor eterno, el Verbo consustancial, que, haciéndose hombre y muriendo por nosotros, nos ha puesto de nuevo en comunicación con el Padre. He aquí por qué San Pablo dice que estamos llamados "en Cristo Jesús": la esencia de la vocación cristiana está precisamente en este "ser en Cristo". Esto es obra de Dios mismo, es don de su amor y de su gracia. Por esto, justamente concluye San Pablo que cada uno de nosotros puede "gloriarse en el Señor" (cf. 1 Cor 1, 31).

Sin embargo, a la llamada de Dios debe corresponder, por nuestra parte, una respuesta adecuada. ¿Qué respuesta? La que tiene su raíz fundamental en el bautismo y que se hace consciente y responsable en el acto de fe personal, suscitado por la escucha de la Palabra, alimentado por la participación en los sacramentos, testimoniado por una vida que se inspira en las bienaventuranzas de Cristo y se extiende al cumplimiento generoso de sus mandamientos, entre los cuales el más grande es el mandamiento del amor.

4. En el ámbito de esta vocación común, que Dios dirige a cada uno de los hombres, destacan las vocaciones específicas, mediante las cuales Dios "elige" a cada una de las personas para una tarea particular. Como es obvio, éstas son vocaciones múltiples y complementarias entre sí, idénticas por el fin de la comunión con Dios, pero diversas en cuanto a los caminos y a los medios necesarios para lograrlo.

Pienso, por ejemplo, desde el punto de vista de la profesión, en la elección de un cierto tipo de estudio y de especialización, con la perspectiva de un determinado trabajo, del que se espera, ciertamente, una ganancia para sí mismos, pero también la posibilidad de prestar la aportación personal a la construcción de un mundo mejor. Pienso, sobre todo, desde el punto de vista del estado de vida, en la elección del matrimonio, en la de dar la vida a un nuevo ser humano o de adoptar una criatura que ha quedado sola en el mundo, etc. Y pienso, además, en otras situaciones: por ejemplo, la del cónyuge que queda viudo, la del cónyuge abandonado, la del huérfano. Pienso en la condición de los enfermos, de los ancianos enfermos y solos, de los pobres: "Dios ha elegido la flaqueza del mundo, nos recuerda San Pablo, para confundir a los fuertes". En el designio misterioso de Dios, la acción renovadora de la gracia pasa a través de la debilidad humana: por esto, pasa, de modo particular, a través de estas situaciones de sufrimiento y abandono.

Quiero reservar una palabra aparte para la vocación sacerdotal y religiosa. La Iglesia tiene necesidad de almas generosas que, consagrándose totalmente a Cristo y a su Reino, acepten gastar sus energías en servicio del Evangelio. Particularmente tiene necesidad de ellas nuestra Iglesia de Roma, que ha conocido en los últimos decenios un fortísimo incremento demográfico, al que, por desgracia, no ha acompañado un proporcional aumento de sacerdotes y de religiosas. Es un problema grave que afecta a toda la comunidad, porque de la presencia de estas almas consagradas depende, sobre todo, la animación cristiana de la ciudad. Como Obispo de Roma, hago una llamada a la oración, al testimonio, a la ayuda de todos los fieles de la diócesis: ¡el florecimiento de las vocaciones depende del compromiso de cada uno! ¡No lo olvidemos!

5. "Vosotros sois en Cristo Jesús", escribe el Apóstol. Esta vez me dirijo no ya a cada uno en particular, sino a la comunidad, a toda la parroquia. Si alguno os preguntase a vosotros, parroquia de San José Cafasso, ¿quiénes sois?, ¿sabéis cuál sería la respuesta que deberíais dar? La que os sugiere San Pablo: "Nosotros somos en Cristo Jesús" como comunidad de su Iglesia. Nuestro "nosotros" de cristianos es El, Cristo.

Pero si, como parroquia estáis llamados a formar una sola cosa en Cristo, vosotros estáis obligados a testimoniar en la vida vuestra vocación comunitaria. En otras palabras, vosotros debéis comprometeros a crecer en Cristo no sólo individualmente, sino también como parroquia. ¿Queréis saber cómo se forma y cómo se desarrolla una comunidad parroquial? La comunidad se forma, ante todo, en torno a la Palabra de Dios. He aquí, por esto, la importancia de la catequesis, mediante la cual se nos lleva a un conocimiento cada vez más profundo de las riquezas de verdad contenidas en la Escritura. Después, la comunidad se desarrolla con la participación en las celebraciones litúrgicas, especialmente con la participación en la Eucaristía. Sé que en vuestra parroquia la liturgia está particularmente cuidada y me alegro de ello: es un signo de vitalidad, que anima a esperar mucho.

Además, la comunidad crece y se consolida gracias al testimonio de vida cristiana, que sus miembros saben ofrecer. A este respecto, es fundamental la actitud de valiente coherencia que los padres deben llevar a sus familias y los miembros de los varios grupos organizados sepan asumir ante aquellos que aún se muestran refractarios al mensaje cristiano. Finalmente, un elemento particular de crecimiento comunitario está constituido por el compromiso de caridad hacia las personas que, por una u otra razón, se hallan en necesidad: en vuestra parroquia no faltan los pobres, las personas enfermas, los ancianos; tenéis un instituto para la rehabilitación de los minusválidos. Las ocasiones, pues, son numerosas y estimulantes. Representan también otras tantas "llamadas" con las que Dios pulsa a la puerta de vuestro corazón. Que El os conceda la generosidad necesaria para responder con valentía y de manera adecuada.

6. Al terminar ahora esta meditación sobre el tema de la vocación cristiana, sobre el cual nos ha invitado a detenernos la liturgia de hoy, quiero dirigiros dos deseos. El primero está tomado del Profeta:

"Buscad al Señor los humildes, que cumplís sus mandamientos; buscad la justicia, buscad la moderación" (Sof 2, 3).

Si os comprometéis a buscarla, como dice el Profeta o, mejor aún, como dice Cristo en el "sermón de la montaña", entonces podrá realizarse en vosotros el segundo deseo: "Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo" (Mt 5, 12).

Aceptad, queridos hermanos y hermanas, estos dos deseos como un fruto particular de la visita que hoy os hace vuestro Obispo. Que ellos reaviven la participación en esta Eucaristía. Que ellos se conviertan en la fuente y en el camino de toda vuestra vida.

 



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