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SANTA MISA EN LA BASÍLICA DE SANTA SABINA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Miércoles de Ceniza, 4 de marzo de 1981

 

1. "Tocad la trompeta en Sión, proclamad un ayuno..." (Jl 2, 15).

Con este anuncio se expresa el Profeta Joel en la liturgia de hoy. Miércoles de Ceniza, con la que la Iglesia ordena el santo ayuno, el gran ayuno de cuarenta días, a semejanza del ayuno de cuarenta días de Cristo. Y es un ayuno que tiene el valor de punto de arranque espiritual y de introducción al misterio pascual.

Por ello nos reunimos en Santa Sabina siguiendo la costumbre de las estaciones cuaresmales. Como dice más adelante el Profeta, salen los ancianos, muchachos, niños de pecho, esposos en la flor de la vida y sacerdotes. Y encontrándose "entre el vestíbulo y el altar" cantan: "Ten piedad de tu pueblo, oh Yavé, ten piedad..." (Jl 2, 17).

2. La Iglesia proclama la Cuaresma. En virtud de su poder legislativo regula sus prescripciones. Pero aquí no basta la regla sola. Es necesario que a cada corazón y a cada conciencia llegue individualmente esta llamada, para que prenda la levadura de la Cuaresma. Por eso se dirige hoy la Iglesia a cada hombre en particular. No se limita a una disposición general, sino que se acerca a cada uno con un gesto particular, con una palabra específica recordados por la liturgia.

El gesto consiste en la imposición de la ceniza en la frente. En cuanto a la palabra, que explica el gesto, hay dos fórmulas. La primera, muy antigua, está tomada del Libro del Génesis: "Polvo eres y en polvo te convertirás" (cf. Gén 3, 19); recuerda al hombre su caducidad del mismo modo que Isaías cuando dice: "Toda carne es como hierba y toda su gloria como flor del campo que se seca y se marchita" (cf. Is 40, 6-7). En cambio, la segunda fórmula es de impronta evangélica: "Arrepentíos y creed en el Evangelio" (Mc 1, 15); la ha sugerido la reforma postconciliar reciente, y brinda al hombre una invitación y una propuesta abriéndole la perspectiva de la fe y la conversión en su vida concreta.

3. Proclamar el ayuno en Sión quiere decir llegar hasta el hombre interior. Con el gesto litúrgico de la ceniza y con la palabra que lo acompaña, se debe desvelar ante él toda la realidad de la misericordia divina, la verdad de que el Señor "Yavé, encendido en celo por su tierra, perdona a su pueblo" (cf. Jl 2, 18).

Como he escrito en la Encíclica Dives in misericordia. «La conversión a Dios consiste siempre en descubrir su misericordia, es decir, ese amor que es paciente y benigno a medida del Creador y Padre; el amor al que "Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo" (2 Cor 1, 3) es fiel hasta las últimas consecuencias en la historia de la alianza con el hombre: hasta la cruz, hasta la muerte y resurrección de su Hijo. La conversión a Dios es siempre fruto del "reencuentro" de este Padre, rico en misericordia» (número 13).

¿No es precisamente el amor "celoso" del Señor a su tierra, sobre lo que meditaremos a lo largo de todo el tiempo de Cuaresma? Será así también cuando se desvele a los ojos de nuestra alma —mejor que en otras circunstancias— la cruz, es decir, el amor enardecido hasta el fin.

Proclamar el ayuno quiere decir ¡recordar con todas las fuerzas este amor! Recordar la cruz. Aceptar el ayuno quiere decir acoger la revelación de este amor: volver a encontrarse a si mismo en las dimensiones de este amor-misericordia.

4. De esto precisamente habla el Apóstol en la segunda lectura, tomada de la segunda Carta a los Corintios:

"Por Cristo os rogamos: Reconciliaos con Dios. A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros para que en El fuéramos justicia de Dios" (2 Cor 5, 20-21).

De modo que aceptar la llamada de la Cuaresma quiere decir ser llamados a una cooperación particular con Cristo: "Cooperando, pues, con El, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios, porque dice: 'En el tiempo propicio te escuché y en el día de la salud te ayudé'" (ib, 6, 1-2).

Aceptar la llamada de la Cuaresma quiere decir aceptar la llamada a una cooperación particular con la gracia. Esta llamada se expresa con la palabra de la liturgia. Pero debe resonar hondamente en el corazón y la conciencia de cada uno de nosotros.

5. La colaboración con Cristo, la cooperación con la gracia impulsan a las obras concretas de que habla el Evangelio de hoy. En efecto, en el sermón de la montaña Jesús hace alusión a la limosna, la oración y el ayuno, considerados ya en su ambiente actos fundamentales del hombre religioso. Pero él insiste en el modo de ponerlos en práctica, que debe rehuir toda ostentación e hipocresía. Estas obras han de ir acompañadas de espíritu de adhesión interior que será tanto más fuerte y sincero cuanto más se lleven a efecto "en lo secreto" (Mt 6, 6-8), en relación de intimidad con el Padre celestial, porque mientras "el hombre ve la apariencia, Yavé mira al corazón" (1 Sam 16, 7).

La Cuaresma no puede pasar inadvertida. No puede dejar de distinguirse del resto de los días y de las semanas. Debe ser un "tiempo fuerte". Debe ser respuesta a la llamada (al reto). De modo que debe afrontarse conscientemente y de la misma manera ponerse en práctica. Debe ser un programa. En otro tiempo era el programa que resultaba de los preceptos pormenorizados de la Iglesia. Hoy debe ser un programa aceptado personalmente hasta el fondo y realizado según el espíritu de la Iglesia.

6. Así hoy aquí, en este lugar, yo, Obispo de Roma, decreto "la santa Cuaresma", y conmigo lo hacen todos los obispos y Pastores de la Iglesia.

¡Comienza el tiempo santo!

¡Acogedlo con la conciencia, el corazón y el comportamiento!

Así dice el Señor: "Convertíos a mí de todo corazón en ayuno, en llanto y en gemido" (Jl 2, 12).

Pero rasguémonos el corazón y no las vestiduras (cf. ib., 2, 13), para que nuestro ayuno y conversión lleguen hasta las profundidades más íntimas de nuestra persona, y nuestro Padre que ve lo oculto, nos premiará (cf. Mt 6, 3).

¡Amén!

 



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