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CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA IGLESIA PARROQUIAL
DE SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Solemnidad de la Asunción de la Virgen María
Castelgandolfo, viernes 15 de agosto de 1986

 

1. «Se abrieron las puertas del templo celeste de Dios» (Ap 11, 19).

Hoy es un día insólito. La Iglesia nos conduce a nosotros que estamos reunidos en este templo terrestre junto al lado de Albano hacia el santuario celeste que es Dios mismo. Es un templo que no tiene ni las dimensiones ni las formas arquitectónicas conocidas en la historia de la civilización humana: Es el «ambiente» santísimo de  Dios. Y está todo él empapado por el misterio de su divinidad, una, indivisible e infinita. Esta realidad divina, toda santa, es con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: la comunión de las Personas en la unidad inescrutable de la Divinidad.

Nosotros, aquí en la tierra, estamos todos en peregrinación hacia ese santuario: hacia esa dimensión del eterno cumplimiento, donde Dios es todo en todos (cfr. 1 Cor 15,28).

2. Y entre todos aquellos, para los cuales Dios es todo, se encuentra en primer lugar María. La festividad de hoy es, en cierto  sentido, la síntesis de sus fiestas, la coronación de toda su vida transcurrida primero en el pensamiento divino, después en el arco de la vida terrena insertada, por una extraordinaria misión, en la historia de la salvación.

La liturgia nos permite contemplarla como mujer vestida de todo el universo visible, creado por Dios. Ella fue así en el designio eterno de la Trinidad divina, y así la ha visto el Evangelista Juan, el discípulo y apóstol destinado a convertirse en su hijo a la hora de la muerte de Cristo en la cruz.

Así es María a los ojos, llenos de amor, del autor del Apocalipsis. Ella, vinculada a todo lo creado visible, está al mismo tiempo presente eternamente en el «templo» de Dios.

3. Está presente en él como el «Arca de la Alianza». Efectivamente, el Señor, que es el Dios de la Alianza, se ha propuesto llevar en Ella, María, su alianza con el hombre al vértice más alto, al cenit..., llevarla a una plenitud tal que supera el círculo de los pensamientos y de las expectativas no sólo del hombre, sino también de los espíritus angélicos.

Dios ha querido «hacerse» hombre en su eterno Hijo. Y la «mujer vestida de sol» debía convertirse, por este Hijo que tiene la misma substancia del Padre, en la Madre humana.

El «Arca de la Alianza» es Aquella en la cual «el Verbo se hizo carne». «Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo» (Jn 3, 16).

La Mujer, predestinada eternamente a ser Madre del Hijo de Dios, es «vestida» eternamente por el sol del Amor divino ... Amor que mueve los mundos: el mundo visible e invisible.

4. Y por tanto Ella es «un signo grandioso». Este «signo grandioso» de la Mujer fue revelado por Dios en los comienzos de la historia del hombre.

Fue revelado cuando éstos, por la desobediencia al Creador, se alejaron de la alianza de amor con el Padre, y entraron en los caminos falsos del pecado. Y esto sucede «por la tentación del Maligno» (cfr. Lumen gentium, 13), la «antigua serpiente» (cfr. Ap 12, 9) que Cristo llamará, en su momento, «padre de la mentira» (Jn 8, 44).

Dios Creador, después de haber maldecido al tentador, pronunció las palabras que resuenan claramente también en la lectura de hoy tomada del Apocalipsis. El Señor Dios dice: «Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el suyo; Este te aplastará la cabeza, y tú le acecharás el calcañal (Gén 3, 15).

5. Con estas palabras del libro del Génesis, que pertenecen a lo que es llamado el proto-Evangelio, la Mujer vestida de sol, vestida del eterno amor —la Mujer de los designios salvificos de Dios— entra en la historia del hombre.

Primero entra en la historia de las expectativas mesiánicas, que pertenecen de modo particular al Pueblo elegido de la Antigua Alianza: a Israel.

Después entra en la historia de los cumplimientos mesiánicos, de los cuales rinde testimonio todo el Nuevo Testamento, en particular el Evangelio.

Desde el momento en el que María por obra del Espíritu Santo ha concebido y dado a luz, de manera virginal, el Hijo que el Padre eternamente ha decidido «dar», «para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3, 16l.

Se cumple el tiempo de la salvación.

Da testimonio de ello, en el Apocalipsis, la voz del cielo que dice:

«Ya llega la victoria (la salvación), el poder y el reino de nuestro Dios y el mando de su Mesías» (Ap 12, 10).

Y así es en realidad. La humanidad vive en el tiempo de la salvación. Vive bajo el poder «de Cristo Dios», en el reino de Dios.

Así es en realidad, aunque la conciencia de esta verdad no sea en la tierra tan universal y tan fuerte como en el cielo, santuario de Dios mismo.

6. De igual modo no cesan de cumplirse las palabras del proto-Evangelio. «La enemistad», provocada por el pecado al comienzo, perdura. Perdura a través del curso de la historia del hombre, y hay periodos en los cuales ella parece crecer con particular intensidad.

Así, pues, aquel «enorme dragón» del Apocalipsis se pone continuamente «delante de la mujer», multiplicando, en la historia de la humanidad, el pecado, y sobre todo tratando de alejar al hombre de Dios, y de ligarle al mundo de manera que Dios Creador y Padre desaparezca del horizonte del pensamiento y del corazón de los hombres. Más bien tienta, en cuanto es posible, empujando al hombre al desprecio y al odio contra Dios y contra todo lo que es de Dios: «Amor sui usque ad contemptum Dei», como se expresó S. Agustín.

7. La solemnidad de hoy tiene, por tanto, un doble carácter.

Primero: Está contenida en ella el testimonio de la victoria conseguida por el Hijo de la Mujer: «Te aplastará la cabeza». En efecto, «Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto ... Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida» (1 Cor 15, 20. 22) y la resurrección, y entre ellos la primera es María, porque Ella pertenece más que nadie a Cristo.

La Iglesia se alegra hoy por la gloria de su Asunción. Desde esa cima mira todo el curso de la historia de la salvación desde el «comienzo». He aquí cómo se ha cumplido en Dios el misterio de la «mujer vestida de sol», vestida del amor eterno.

8. Segundo: La solemnidad de la Asunción está destinada para nosotros: a los hombres que son todavía peregrinos en este mundo, donde continúa desarrollándose la lucha entre el bien y el mal.

El hombre, envuelto en esta lucha, como recuerda el último Concilio, puede fácilmente perderse por los falsos caminos contemporáneos, si no fijara los ojos en aquel «signo grandioso», que le llega constantemente desde el Santuario del Dios Viviente.

«La mujer vestida de sol», vestida del eterno amor divino. Por medio de Ella este amor salvífico empapa constantemente la historia del hombre y los transforma.

Es necesario, pues, que el hombre alce los ojos. Es necesario que escuche la voz que acompaña inseparablemente el Signo grandioso de la Mujer:

«Ya llega la victoria (salvación), el poder, el reino de nuestro Dios y el mando de su Mesías» (Ap 12, 10).

Sí, ¡llega la salvación!



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