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SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DEL «CORPUS CHRISTI»

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Basílica de San Juan de Letrán
Jueves 14 de junio de 1990

 

1. El desierto es un espacio en el que al hombre le falta la comida y la bebida. Es el espacio en el que la vida se halla en peligro. En efecto, cuando falta la comida y la bebida, la persona humana está amenazada por la muerte.

El pueblo del Antiguo Testamento, guiado por Moisés, camina en el desierto. En este camino Dios lo conduce, durante cuarenta años, desde Egipto hasta la Tierra Prometida. Lo conduce para ponerlo a prueba, para conocer lo que hay en su corazón (cf. Dt 8, 2).

Dice Moisés: el Dios de la Alianza "te hizo pasar hambre, después te dio a comer el maná..., para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Yahveh" (Dt 8, 3).

El desierto y el maná nos introducen en el misterio de la Eucaristía.

2. De la boca de Dios proviene la Palabra, la Palabra de Vida que "se hizo carne y puso su morada entre nosotros" (Jn 1, 14), la Palabra de Vida que ha entrado en todos los desiertos en los que el hombre camina: allá donde falta la comida y la bebida.

Sin embargo, no vivimos sólo de pan sino también de la Palabra de Dios. Entonces el desierto está en cualquier parte en que el hombre —aun estando en la más grande abundancia de pan y de todo tipo de bien temporal— no se alimenta de la Palabra del Dios Viviente.

El hombre, por tanto, puede convertirse en desierto y, según sea lo que hay en él, puede convertirse en desierto la familia, la sociedad. También una ciudad e incluso un entero país pueden transformarse en un desierto semejante.

La liturgia de hoy en la solemnidad del Corpus Domini coloca delante de nuestros ojos la imagen del desierto para que comprendamos mejor el sentido de nuestro camino en el mundo y a través de la historia; para que captemos mejor la responsabilidad de nuestra vida en nuestra ciudad.

3. La Palabra, que proviene de Dios, alcanza su plenitud en El mismo.

Es el Verbo de la misma sustancia del Padre, en la comunión del Espíritu Santo. Es la Palabra de Vida Eterna porque Dios es la Vida y la Eternidad.

El Verbo se hizo carne por nosotros, los hombres, que estamos en camino, a través del desierto, de la morada de los esclavos a la Tierra de la Eterna Alianza.

El Verbo, que se hizo Carne, habla así: "En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6, 53).

Esta vida, esta vida terrenal que pasáis aquí, se convertirá en desierto y fructificará en vosotros con la muerte.

Agrega Jesucristo: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día" (Jn 6, 54).

Por lo tanto, la vida humana —también en el desierto— puede ir más allá del horizonte de la muerte.

El hombre puede tener su morada en la Palabra que da la vida eterna: "El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él" (Jn 6, 56).

¡Qué vivificante es esa morada de Cristo, Palabra de Vida! Cristo es la Vida misma que vence la muerte, inevitable fruto del desierto. He aquí que se abre en la Palabra de Vida, para cada uno de nosotros, la esperanza de la Vida, la certeza de la Vida. Cristo, que ha pasado a través de la muerte, proclama: "yo lo resucitaré el último día" (Jn 6, 54). Lo proclama Aquel que es la "resurrección y la vida" (cf. Jn 11, 25).

4. He aquí "el pan que baja del cielo" (cf. Jn 6, 50. 51. 58). En el desierto el maná, si bien no es este mismo pan, lo preanunciaba y lo prefiguraba. Nuestros padres se nutrieron con el maná y murieron (cf. Jn 6, 58), como perecen toda las generaciones humanas, incluso cuando están saciadas con el pan material y gozan de toda la abundancia de los bienes temporales.

Esta abundancia, en efecto, no sólo no logra por sí sola transformar el desierto del mundo en la tierra de la Eterna Alianza, sino que a veces incluso puede ensanchar el desierto, ampliando el espacio de la muerte espiritual.

Hoy la Iglesia que está en Roma desea mostrar esta Eucaristía a todos: a la Urbe y al Orbe.

Por esta razón, al concluir la misa, caminaremos en procesión eucarística por las calles de Roma.

"Pange lingua gloriosi Corporis mysterium!".



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