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BEATIFICACIÓN DE CINCO RELIGIOSOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo16 de octubre de 1994

 

1. «El Hijo del hombre ha venido para servir» (cf. Mc 10, 45).

Con estas palabras, que hemos escuchado en el pasaje evangélico de hoy, Jesús responde a la petición de los hijos de Zebedeo: los apóstoles Santiago y Juan. En la narración del evangelista Marcos son ellos mismos quienes solicitan poder sentarse, en la gloria, uno a la derecha y otro a la izquierda de su maestro; en cambio, en el relato de san Mateo la pregunta la formula su madre (cf. Mt 20, 20).

«No sabéis lo que pedís» (Mc 10, 38), es la respuesta de Cristo. En efecto, le piden poder participar inmediatamente en la gloria del Reino de Dios, mientras que el camino que lleva a ella pasa necesariamente a través del cáliz de la pasión, el cáliz que Jesús deberá beber hasta las heces. El Señor pregunta a los apóstoles: «¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber?». Ellos responde: «Si podemos» (Mc 10, 38). Tal vez en ese momento no saben con precisión lo que implica su asentimiento. En cambio, el Maestro sabe muy bien que, cuando llegue su hora, participarán del cáliz de su pasión (cf. Mc 10, 39), correspondiendo fielmente a la gracia del martirio.

Hasta aquí la primera parte de la respuesta de Jesús. La segunda es aún más importante. Explica a los dos hermanos que en su Reino la actitud de servicio es la medida de grandeza: «El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10, 44-45).

2. Tenemos ante nuestros ojos la escena que describe el evangelista y resuenan en lo más íntimo de nuestro corazón las palabras del Maestro divino mientras, durante esta liturgia dominical, elevamos a la gloria de los altares a cinco nuevos Beatos, que gastaron su existencia en la consagración generosa a Dios y en el servicio generoso a sus hermanos. Son los siguientes: Nicolás Roland, sacerdote y Fundador de la Congregación de las Religiosas del Niño Jesús; Alberto Hurtado Cruchaga, Sacerdote de la Compañía de Jesús; María Rafols, Fundadora de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana; Petra de San José Florido, Fundadora del Instituto de las Religiosas "Madres de Desamparados y de San José de la Montaña"; Josefina Vannini, Fundadora de la Congregación de las Hijas de San Camilo.

Son hijos e hijas de la Iglesia, llenos de santa osadía, que eligieron el camino del servicio, siguiendo las huellas del Hijo del hombre, quien no vino para ser servido dando su vida como rescate por muchos (cf. Mc 10, 45).

La santidad en la Iglesia tiene siempre su manantial en el misterio de la Redención.

3. La liturgia de hoy, queridos hermanos y hermanas, nos recuerda con insistencia el misterio de la Redención. Sí, tenemos «un sumo sacerdote que penetró los cielos» (Hb 4, 14). Es Cristo Jesús, el Señor crucificado, resucitado, que vive en la gloria. Él fue el alma de la actividad de Nicolás Roland.

A lo largo de su vida, breve pero de gran densidad espiritual, permitió siempre que el Redentor cumpliera su misión de sumo sacerdote a través de él. Configurado con Cristo, compartía su amor a los que conducía hacia el sacerdocio «a fin de alcanzar misericordia» (Hb 4, 16) para ellos: «El amor inmenso que Jesús os tiene —les decía— es mucho más grande que vuestra infidelidad».

Esta fe y esta esperanza indefectibles en el amor misericordioso del Verbo encarnado lo llevaron a fundar la congregación de las Religiosas del Niño Jesús, que se consagrarían al apostolado de la educación y de la evangelización de los niños pobres. En efecto, de manera admirable, afirmaba: «Los huérfanos representan a Jesucristo en su infancia».

¡Bendito sea Dios que, mientras se está celebrando el Sínodo de los Obispos sobre la vida consagrada, nos impulsa a reconocer en Nicolás Rolan, quien promovió la educación de los más pobres, un vivo ejemplo para tantos religiosos y religiosas de nuestro tiempo!

4. «El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir» (Mc 10, 45). El Beato Alberto Hurtado se hizo servidor para acercar los hombres a Dios. Su profunda vida interior dejaba en quienes le trataron la imagen imborrable de hombre de Dios siempre dispuesto a la ayuda generosa. Su figura de religioso ejemplar en el cumplimiento heroico de sus votos cobra especial realce precisamente en estos días en los que se está celebrando el Sínodo de los Obispos dedicado a la vida consagrada.

En su ministerio sacerdotal, marcado por vivo amor a la Iglesia, se distinguió como maestro en la dirección espiritual y como predicador incansable, transmitiendo a todos el fuego de Cristo que llevaba dentro, especialmente en el fomento de vocaciones sacerdotales y en la formación de laicos comprometidos en la acción social.

La vida del nuevo Beato nos recuerda que el amor a Cristo no se agota en la sola persona del Verbo encarnado. Amar a Cristo es servir a todo su Cuerpo, especialmente a los más pobres: fue ésta una gracia singular que el Beato Alberto Hurtado recibió y que nosotros hemos de pedir incesantemente a Dios. Impactado por la situación de los pobres y movido por su fidelidad a la doctrina social de la Iglesia, trabajó por remediar los males de su tiempo, enseñando a los jóvenes que «ser católicos equivale a ser sociales». Hijo glorioso del continente americano, el Beato Alberto Hurtado aparece hoy como signo preclaro de la nueva evangelización, «una visita de Dios a la patria chilena».

5. En la Beata María Rafols contemplamos la acción de Dios que hace "Heroína de la caridad" a la humilde joven que dejó su casa en Villafranca del Penedés (Barcelona) y, en compañía de un sacerdote y otras once muchachas, comienza un camino de servicio a los enfermos, siguiendo a Cristo y dando, como Él, «su vida en rescate por muchos» (Mc 10, 45).

Contemplativa en la acción: éste es el estilo y el mensaje que nos deja María Rafols. Las horas de silencio y oración en la tribuna de la capilla del Hospital de Gracia de Zaragoza, conocida como "Domus infirmorum urbis et orbis", se prolongan después en el servicio generoso a todos los desvalidos que allí se daban cita: enfermos, dementes, mujeres abandonadas a su suerte y niños. De este modo manifiesta que la caridad, la verdadera caridad, tiene su origen en Dios, que es amor (1 Jn 4, 8).

Después de gastar gran parte de su vida en el mortificado y escondido servicio de la "Inclusa", derrochando amor, abnegación y ternura, abrazada a la cruz consuma su entrega definitiva al Señor, dejando a la Iglesia, y en especial a sus Hijas, la gran enseñanza de que la caridad no muere, no pasa jamás, la gran lección de una caridad sin fronteras, vivida en la entrega de cada día. Todos los consagrados podrán ver en ella una expresión de la perfección de la caridad a la que están llamados, y cuya profunda vivencia quiere contribuir a la celebración de la presente Asamblea sinodal.

6. «El que quiera ser el primero, sea el siervo de todos» (Mc 10, 44). La Beata Petra de San José es ejemplo de mujer consagrada que, en medio de innumerables dificultades, acoge con fe el carisma que el Espíritu le otorga al servicio de todos.

Huérfana desde muy niña tomó por madre a la Virgen. Esta experiencia marcó toda su vida, descubriendo que su quehacer debía consistir en ser madre para niños, jóvenes o ancianos que carecían del cariño y afecto familiar. Así madre Petra manifiesta cómo la virginidad de los religiosos y religiosas se convierte en una fecunda maternidad espiritual, encauzada y llevada a plenitud a través del amor esponsal a Jesucristo, y realizada en la disponibilidad total y abierta a los desamparados.

Sintiéndose amada por Dios y respondiendo a ese amor, incluso en medio de las pruebas, nos ofrece un modelo luminoso de oración, de sacrificio por los hermanos y de servicio a los pobres, manifestaciones de la vida religiosa sobre la que reflexionan ahora los Padre Sinodales.

Su profunda devoción y su confianza ilimitada en San José caracterizaron toda su vida y su obra, siendo llamada "apóstol josefino del siglo XIX". En los último momento de su existencia terrena afloran a sus labios los nombres de Jesús, María y José: La Sagrada Familia de Nazaret, en cuya escuela de amor, oración y misericordia forjó su espiritualidad, conduciendo a sus Hijas por este camino de santidad.

7. Servir a los que sufren; éste es el carisma especial de Josefina Vannini, fundadora de la Congregación de las Hijas de San Camilo. Ser totalmente de Dios, amado y venerado en quien pasa necesidad, fue su preocupación constante, traducida en una caridad diaria sin fronteras al lado de los enfermos, siguiendo las huellas de San Camilo de Lellis, el gran apóstol de los enfermos.

«Ved siempre en los enfermos la imagen de Jesús que sufre», repetía la Madre Vannini, invitando a sus hermanas a meditar en el Salvador crucificado, a quien el profeta Isaías presenta como «Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias» (Is 53, 3). Y es precisamente aquí, en la contemplación de Cristo en la cruz, donde se encuentra la clave de lectura de la vida y de la actividad de la nueva Beata, que hoy se presenta ante todo el pueblo cristiano como ejemplo luminoso que imitar.

¡Cuán actuales son su testimonio y mensaje! Madre Vannini dirige una apremiante invitación también a los jóvenes de hoy, a menudo vacilantes a la hora de asumir compromisos totales y definitivos. Exhorta a corresponder con generosidad tanto a los que han sido llamados a la vida consagrada, como a los que realizan su vocación en la vida familiar: Dios tiene para todos un plan de santidad.

8. Hace una semana, en la plaza de San Pedro, se congregaron numerosas familias procedentes de todo el mundo, para celebrar un encuentro especial en el marco del Año de la Familia. En esa ocasión, meditamos en el hecho de que la "communio personarum", que se actúa en la familia, abre la perspectiva hacia la "communio personarum" de la que habla el Sínodo apostólico. Es una profesión de fe que constituye, a la vez, un compromiso y un programa que es preciso realizar en la vida. La vocación a la santidad es, en efecto, la vocación esencial de todos los miembros del pueblo cristiano.

Hoy damos gracias por todos los que, como las personas que acabamos de inscribir en el catálogo de los Beatos, toman parte en su infinita y perfecta santidad. Al mismo tiempo, queremos orar por todas las familias del mundo, para que, construidas sobre el fundamento del "gran sacramento" del matrimonio (cf. Ef 5, 32), se conviertan, ya en la tierra, en el inicio de la "comunión de los santos" que se realizará en plenitud en el cielo.

Bendito sea Dios en sus santos, y Santo en todas sus obras. Amén.



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