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HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA MISA CRISMAL


Basílica de San Pedro
Jueves santo, 27 de marzo de 1997

 

1. Jesu, Pontifex quem Pater unxit Spiritu Sancto et virtute, miserere nobis.

Nos vienen a la memoria estas palabras de las letanías a Cristo sacerdote y víctima, mientras celebramos la santa misa crismal del Jueves santo. Durante esta liturgia, que se distingue por su peculiaridad e intensidad, bendecimos el sagrado crisma, junto con el óleo de los catecúmenos y el de los enfermos. Estos óleos servirán después para conferir los sacramentos del bautismo, la confirmación, el orden y la unción de los enfermos.

Las lecturas de la liturgia de hoy hablan de la unción, signo visible del don invisible del Espíritu Santo. En la lectura tomada del libro del profeta Isaías leemos: «El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para sanar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor» (Is 61, 1-2).

A estas palabras de Isaías se referirá el Señor Jesús en la sinagoga de Nazaret, al inicio de su misión mesiánica. Ese día, como nos lo ha recordado el pasaje del evangelio, Jesús se levantó para leer. Le entregaron el volumen del profeta Isaías. Lo desenrolló y encontró el pasaje donde estaban escritas las palabras que acabamos de escuchar. Jesús las leyó y, después, enrolló el volumen y lo devolvió al ministro, diciendo: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír» (cf. Lc 4, 16-21).

2. Debemos aplicar ese «hoy» de Nazaret al Jueves santo, que estamos celebrando. En este día, con la santa misa in Cena Domini, la Iglesia inicia el Triduo sacro, los tres días santos, que hacen presente el misterio pascual de Cristo.

El Jueves santo es el día de la institución de la Eucaristía y, junto con ella, del sacramento del sacerdocio. Esto es lo que parecen indicar de modo particular las palabras del Apocalipsis, que han resonado en la segunda lectura: «Al que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén» (Ap 1, 5-6). Esta doxología se dirige a Cristo, «sacerdote (...) según el rito de Melquisedec» (Hb 5, 6). Melquisedec era rey y sacerdote del Dios altísimo. No ofrecía como sacrificio seres vivos, sino pan y vino. En el cenáculo, Cristo instituyó la Eucaristía en la que, bajo las especies del pan y del vino, hizo presente hasta el final de los tiempos el sacrificio de su muerte en la cruz

La Iglesia renueva continuamente de modo incruento el sacrifico cruento de su Señor, la inmolación de su cuerpo y de su sangre. Todos los que participan en la Eucaristía, mirando con los ojos de la fe, saben que toman parte místicamente en el sacrificio de la cruz, que culminó cuando un soldado romano traspasó el costado de Cristo. San Juan, haciéndose eco del profeta Zacarías, escribe en el evangelio: «Mirarán al que traspasaron» (Jn 19, 37); y en el Apocalipsis: «Todo ojo lo verá; también los que lo atravesaron. Todos los pueblos de la tierra harán duelo por su causa» (Ap 1, 7).

3. Amadísimos hermanos sacerdotes, el Jueves santo es un día particular para nuestro sacerdocio. Es la fiesta de su institución. Por eso, hoy todos los obispos, en sus respectivas diócesis, esparcidas por todo el mundo, concelebran la liturgia eucarística con los presbíteros de sus comunidades. También lo hace el Obispo de Roma. Con el corazón lleno de gratitud renovemos juntos las promesas que hicimos el día de nuestra ordenación, cuando recibimos la unción del Espíritu Santo. Oremos para que la gracia de esa unción no nos abandone nunca, y nos consuele; más aún, para que nos acompañe cada día de nuestro ministerio a fin de que, siendo fieles a Cristo que nos ha llamado, sirvamos con celo apostólico al pueblo cristiano y lleguemos vigilantes y activos hasta el fin de nuestros días.

«Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús! ». Cristo, tú eres «el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene» (Ap 1, 8). Amén.



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