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VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE SANTA JULIA BILLIART

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 13 de diciembre de 1998

 

1. «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito: alegraos. El Señor está cerca» (Antífona de entrada).

De esta apremiante invitación a la alegría, que caracteriza la liturgia de hoy, recibe su nombre el tercer domingo de Adviento, llamado tradicionalmente domingo «Gaudete». En efecto, ésta es la primera palabra en latín de la misa de hoy: «Gaudete», es decir, alegraos porque el Señor está cerca.

El texto evangélico nos ayuda a comprender el motivo de nuestra alegría, subrayando el gran misterio de salvación que se realiza en Navidad. El evangelista san Mateo nos habla de Jesús, «el que ha de venir» (Mt 11, 3), que se manifiesta como el Mesías esperado mediante su obra salvífica: «Los ciegos ven y los cojos andan, (...) y se anuncia a los pobres la buena nueva» (Mt 11, 5). Viene a consolar, a devolver la serenidad y la esperanza a los que sufren, a los que están cansados y desmoralizados en su vida.

También en nuestros días son numerosos los que están envueltos en las tinieblas de la ignorancia y no han recibido la luz de la fe; son numerosos los cojos, que tienen dificultades para avanzar por los caminos del bien; son numerosos los que se sienten defraudados y desalentados; son numerosos los que están afectados por la lepra del mal y del pecado y esperan la salvación. A todos ellos se dirige la «buena nueva» del Evangelio, encomendada a la comunidad cristiana. La Iglesia, en el umbral del tercer milenio, proclama con vigor que Cristo es el verdadero liberador del hombre, el que lleva de nuevo a toda la humanidad al abrazo paterno y misericordioso de Dios.

2. «Sed fuertes, no temáis. Vuestro Dios va a venir a salvaros» (Is 35, 4).

Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de Santa Julia Billiart, al saludaros con gran afecto, hago mías las palabras del profeta Isaías que acabamos de proclamar: «Sed fuertes, no temáis. (...) El Señor va a venir a salvaros ». Estas palabras expresan mi mejor deseo, que renuevo a todos aquellos con quienes Dios me permite encontrarme en cualquier parte del mundo. Resumen lo que quiero repetiros también a vosotros esta mañana. Mi presencia desea ser una invitación a tener valor, a perseverar dando razón de la esperanza que la fe suscita en cada uno de vosotros.

«Sed fuertes». No temáis las dificultades que se han de afrontar en el anuncio del Evangelio. Sostenidos por la gracia del Señor, no os canséis de ser apóstoles de Cristo en nuestra ciudad que, aunque se ciernen sobre ella los numerosos peligros de la secularización típicos de las metrópolis, mantiene firmes sus raíces cristianas, de las que puede recibir la savia espiritual necesaria para responder a los desafíos de nuestro tiempo. Los frutos positivos que la misión ciudadana está produciendo, y por los que damos gracias al Señor, son estímulos para proseguir sin vacilación la obra de la nueva evangelización.

Con estos sentimientos, saludo al cardenal vicario, al monseñor vicegerente, a vuestro párroco, el padre Adriano Graziani, de los Hijos de María Inmaculada (Pavonianos), y a sus hermanos que comparten con él la responsabilidad en la guía de la comunidad. Mi cordial saludo va asimismo a los miembros del consejo pastoral y a todos los integrantes de los grupos, asociaciones y movimientos que trabajan en la parroquia. Recordemos también con gratitud al párroco fallecido, padre Fortunato Dellandrea, que tanto amó la parroquia y con tanto celo trabajó por la construcción de este nuevo templo, en el que ahora nos encontramos. Asimismo, recordemos a todos los difuntos de la comunidad, encomendándolos a la misericordia de Dios.

3. Vuestra comunidad surgió en 1976, al separarse del populoso territorio de la parroquia de San Bernabé Apóstol, también encomendada al cuidado pastoral de los queridos padres Pavonianos. El barrio de Torpignattara, habitado sobre todo por personas que llegaron en la década de 1960 desde el centro y el sur de Italia, fue poco a poco desarrollándose hasta que, durante el último decenio, muchos jóvenes, al casarse, se han ido a vivir a otros lugares.

Como en otras zonas de la periferia, donde faltan lugares adecuados de encuentro, instrucción y distracción, también aquí la parroquia es prácticamente el único centro de reunión social. Por eso, se la ha dotado convenientemente de una iglesia nueva y hermosa así como de salas destinadas a actividades apostólicas y comunitarias.

En este día, dedicado a recoger fondos para la edificación de las nuevas iglesias, doy gracias a Dios por la obra de construcción de nuevos e indispensables centros de culto para la periferia de la ciudad. Al mismo tiempo, invito a todos los fieles a colaborar con generosidad en la importante obra eclesial denominada «50 iglesias para Roma 2000».

Por otra parte, aquí, como en otros barrios, existen muchas dificultades para educar en la fe a los niños, los adolescentes y los jóvenes. Sé también que vuestra parroquia ha querido responder a este desafío con una pastoral familiar renovada. Me congratulo con vosotros, y os exhorto a proseguir este proyecto de apoyo a las familias, especialmente a las que tienen dificultades, a fin de que las generaciones jóvenes encuentren, precisamente en un sano ambiente familiar, la ayuda para madurar en sus opciones de fe y de vida cristiana.

No dejéis de brindar a los jóvenes ocasiones oportunas de acogida y formación, sobre todo cuando, desgraciadamente, no puedan contar con el apoyo de su familia. En esos casos, la comunidad parroquial está llamada a intervenir mediante la contribución de personas dispuestas a escuchar sus peticiones y a responder a sus expectativas existenciales y religiosas.

4. «El Espíritu del Señor (...) me ha enviado para dar la buena nueva a los pobres».

Estas palabras del Aleluya reflejan bien el clima de la misión ciudadana, que ya ha entrado en su última fase, en la que todos los cristianos son impulsados a llevar el Evangelio a los diversos ambientes de la ciudad. El martes pasado, fiesta de la Inmaculada Concepción, se hizo pública la carta que les dirigí. En ella subrayé que «la calidad del ambiente depende, ante todo, de las personas. En efecto, su esfuerzo puede convertirlo en lugar vital de colaboración, comunión y relaciones marcadas por el respeto y la estima recíproca, por la colaboración y la solidaridad, y por el testimonio coherente con los valores morales de la propia profesión. Como recuerda la Escritura: Un hermano ayudado por su hermano es como una plaza fuerte (cf. Pr 18, 19)» (n. 6).

Esta mañana, al entregaros esa carta simbólicamente a vosotros, como a todas las parroquias de Roma, deseo de corazón que todos los cristianos sientan la urgencia de transmitir a los demás, especialmente a los jóvenes, los valores evangélicos que favorecen la instauración de la «civilización del amor».

5. «Tened paciencia (...) hasta la venida del Señor» (St 5, 7). Al mensaje de alegría, típico de este domingo «Gaudete », la liturgia une la invitación a la paciencia y a la espera vigilante, con vistas a la venida del Salvador, ya próxima.

Desde esta perspectiva, es preciso saber aceptar y afrontar con alegría las dificultades y las adversidades, esperando con paciencia al Salvador que viene. Es elocuente el ejemplo del labrador que nos propone la carta del apóstol Santiago: «aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía». «Tened paciencia también vosotros .añade.; manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca» (St 5, 7-8).

Abramos nuestro espíritu a esa invitación; avancemos con alegría hacia el misterio de la Navidad. María, que esperó en silencio y orando el nacimiento del Redentor, nos ayude a hacer que nuestro corazón sea una morada para acogerlo dignamente. Amén.



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