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VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN FULGENCIO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo, 14 de febrero de 1999

 

1. «Dichosos los que caminan en la voluntad del Señor» (Salmo responsorial).

En este sexto domingo del tiempo ordinario, pocos días antes del comienzo de la Cuaresma, la liturgia habla del cumplimiento de la ley por parte de Cristo. Él afirma que no ha venido a abolir la ley antigua, sino a darle plenitud. Con el envío del Espíritu Santo, grabará la ley en el corazón de los creyentes, es decir, en el lugar de las opciones personales y responsables. Con ese espíritu se podrá aceptar la ley no como orden externa, sino como opción interior. La ley promulgada por Cristo es, por tanto, una ley de «santidad» (cf. Mt 5, 48), es la ley suprema del amor (cf. Jn 15, 9-12).

A esta responsabilidad personal, que reside en el corazón del hombre, se refiere también el pasaje tomado del libro del Sirácida que acabamos de escuchar. Subraya la libertad de la persona frente al bien y al mal: Dios ha puesto «ante ti fuego y agua, echa mano a lo que quieras» (Si 15, 16). Así, se nos indica el camino para encontrar la verdadera felicidad, que es la escucha dócil y el cumplimiento diligente de la ley del Señor.

2. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Fulgencio, os saludo con las palabras de la liturgia: «Dichosos los que caminan en la voluntad del Señor». He venido a encontrarme con vosotros para compartir las alegrías y las esperanzas, los compromisos y las expectativas de vuestra comunidad parroquial.

Saludo en primer lugar al cardenal vicario y al obispo auxiliar del sector; saludo a vuestro querido párroco, don Giorgio Alessandrini, a los sacerdotes que colaboran con él, a los religiosos y a las religiosas que trabajan en el barrio. Deseo dirigir unas palabras de aprecio en especial a las religiosas de Nuestra Señora del Retiro en el Cenáculo y a las religiosas dominicas, que han puesto a disposición de los fieles las capillas situadas dentro de sus casas, para la celebración de las misas de los días festivos, dado que el templo parroquial no puede responder a las exigencias de toda la comunidad. Saludo a cuantos, de diversos modos, trabajan en las asociaciones, los movimientos y los grupos apostólicos, así como en los organismos de participación, cada vez más orientados a hacer de la parroquia una auténtica familia de creyentes. También pienso con afecto en los niños y los jóvenes, en las familias, en los enfermos y los ancianos. Saludo cordialmente a todos los habitantes de esta zona.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, en el esfuerzo apostólico diario, como muestra muy bien el apóstol Pablo en la segunda lectura, no hay que seguir la lógica de la «sabiduría de este mundo», sino otra sabiduría, «divina y misteriosa», revelada por Dios en Cristo y por medio del Espíritu (cf. 1 Co 2, 6-10). Estas palabras son un estímulo y un consuelo para todos los creyentes y, especialmente, para los agentes pastorales deseosos de dar a su acción un gran impulso espiritual, sin buscar éxitos humanos, sino sólo el reino de Dios y su justicia (cf. Mt 6, 33).

Sé que os dedicáis con gran celo a lograr que la parroquia sea dinámica y abierta, para responder a los desafíos espirituales del barrio. Proseguid con valentía por este camino, privilegiando los aspectos de la evangelización que llevan a una madura formación cristiana de todos. En primer lugar, promoved el crecimiento interior de las personas con una enseñanza doctrinal bien enraizada en la tradición de la Iglesia. La celosa transmisión del patrimonio de la fe exige atención y métodos adecuados a las diferentes edades, sin descuidar a nadie: niños y jóvenes, familias y ancianos.

Ciertamente, hay que reservar un lugar privilegiado a la pastoral familiar y a la preparación de los jóvenes y los novios para el matrimonio. Al respecto, os felicito porque os preocupáis por favorecer su participación activa en la liturgia e impulsáis a las familias a una confrontación personal con la palabra de Dios. También es indispensable testimoniar de modo concreto la solidaridad hacia los pobres y los que sufren, manifestando a todos el amor misericordioso del Padre celestial. Así, además de la solidez doctrinal y la eficaz organización pastoral, existe una generosa apertura a los hermanos, especialmente a cuantos tienen dificultades, poniendo de relieve la dimensión misionera propia de toda comunidad cristiana.

4. «Haz que el pueblo cristiano (...) sea coherente con las exigencias del Evangelio y se transforme para cada hombre en signo de reconciliación y de paz» (Oración colecta).

Así hemos orado al comienzo de nuestra celebración. Que el Señor nos ayude a ser fieles a él e intrépidos en el testimonio de su mensaje de salvación. Que ayude a vuestra comunidad a crecer en espíritu misionero para que, en el ámbito de la misión ciudadana, difunda el evangelio de la esperanza en todas las casas y en todos los ambientes de vida y trabajo. Lo esperan los habitantes de esta zona, gran parte de los cuales, por formación y actividad social o profesional, tienden a incluir entre los valores fundamentales la protección de su vida privada, a veces, por desgracia, en detrimento de una mayor participación en la vida de la comunidad.

Pienso que precisamente la misión ciudadana puede ser una ocasión propicia para superar estas dificultades. Al transmitir con esmero y entusiasmo a todos los habitantes del barrio la invitación a compartir en la parroquia la experiencia liberadora del encuentro con Cristo, les ayudaréis a crecer juntos en la confianza recíproca y en la comunión de la fe.

¿No es éste el objetivo de la misión ciudadana? Deseo de corazón que también vuestra parroquia, como todas las demás de la diócesis, recorra decisivamente este itinerario de búsqueda del hombre en el ambiente en que vive y trabaja. La cercanía de la histórica cita del jubileo nos impulsa a difundir cada vez con más empeño el Evangelio, que es levadura de auténtica renovación espiritual, social y cultural.

5. Una empresa misionera tan vasta compromete a toda la comunidad eclesial y exige de todos sus miembros una generosa contribución. Una atención muy especial hay que dedicar a los jóvenes, llamados a ser los evangelizadores de sus coetáneos. A propósito de los jóvenes, me complace pensar ya en la Jornada mundial de la juventud del año 2000. Roma se prepara para acoger y vivir con singular intensidad ese momento, que esperamos sea una ocasión de gran profundización vocacional para todos los muchachos y muchachas que participarán en ella, induciéndolos a hacer suya la pregunta: «Maestro, ¿qué he de hacer?» (cf. Mt 19, 16 ss). Encomendemos al corazón materno de María a la juventud de Roma y, de modo especial, a la de esta parroquia, para que sepa responder generosamente a la llamada a la santidad, realizando cuanto el Señor pide a cada uno.

Imploremos a la santísima Virgen para toda la comunidad parroquial el don de acoger siempre la voluntad divina y ponerla en práctica fielmente en la vida diaria.

6. «Bendito seas, Padre, (...) porque has revelado los secretos del Reino a la gente sencilla» (Aleluya).

Dios manifiesta su sabiduría y revela sus planes de salvación a la gente sencilla. ¡Cuántas veces lo experimentamos en nuestro trabajo diario! ¡Cuántas veces el Señor elige caminos aparentemente ineficaces para realizar sus providenciales designios de salvación!

¡Bendito seas, Padre, porque revelas a la gente sencilla la sabiduría divina y misteriosa, que ha permanecido oculta, y has predestinado antes de los siglos para nuestra gloria! (cf. 1 Co 2, 7).

Ayúdanos a buscar siempre y únicamente tu sabia voluntad. Haz que seamos instrumentos de tu amor, para que caminemos sin cesar en tu ley. Abre nuestros ojos, para que descubramos las maravillas de esta ley; danos inteligencia para que la observemos y cumplamos con todo nuestro corazón. Amén.

 



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