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VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN ANDRÉS APÓSTOL

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 4 de marzo de 2001

 

1. "Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, donde durante cuarenta días fue tentado por el diablo" (Lc 4, 1-2).

En este primer domingo de Cuaresma volvemos a escuchar la narración de la lucha de Jesús contra el diablo, al comienzo de su vida pública. Después de ser reconocido por el Padre, en el momento del bautismo a orillas del río Jordán, como el "Hijo predilecto" (Lc 3, 22), Jesús afronta la prueba de su fidelidad a Dios. Pero, contrariamente a Adán y Eva en el paraíso terrenal (cf. Gn 3), y a diferencia del pueblo de Israel en el desierto (cf. Ex 16-17; Dt 8), resiste a la tentación y triunfa sobre el Maligno.

En esta escena vislumbramos la lucha de dimensión cósmica de las fuerzas del mal contra la realización del plan salvífico que el Hijo de Dios vino a proclamar y comenzar en su misma persona. En efecto, con Cristo se inicia el tiempo de la nueva creación; en él se realiza la nueva y perfecta alianza entre Dios y toda la humanidad. Este combate contra el Espíritu del mal nos implica a cada uno de nosotros, llamados a seguir el ejemplo del divino Maestro.

2. "Después de las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión" (Lc 4, 13)

El ataque del tentador contra Jesús, que comenzó durante su estancia en el desierto, culminará en los días de la pasión en el Calvario, cuando el Crucificado triunfe definitivamente sobre el mal, reconciliando al hombre con Dios. El evangelista san Lucas concluye la narración de las tentaciones con la referencia a Jerusalén; a diferencia de san Mateo, quiere poner de relieve desde el comienzo que el triunfo de Cristo en la cruz se producirá en la ciudad santa, donde se realizará el misterio pascual.

En el Mensaje para la Cuaresma de este año escribí que también a los hombres y a las mujeres de hoy Cristo dirige la invitación a "subir a Jerusalén", es decir, a seguirlo por el camino de la cruz. Sentimos hoy con fuerza la elocuencia de esta invitación, mientras damos los primeros pasos del tiempo cuaresmal, tiempo favorable para la conversión y la vuelta a la plena comunión con Dios.

3. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Andrés Apóstol, saludo con afecto a toda vuestra comunidad. Saludo y doy las gracias a los que, en nombre de todos, me han dado la bienvenida al comienzo de la celebración eucarística. Saludo al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, a vuestro querido párroco, el padre Battista Previtali, y a sus colaboradores pertenecientes a la congregación de los Padres de la Doctrina Cristiana. Dirijo asimismo un cordial saludo a las religiosas y religiosos presentes en la parroquia, así como a los miembros de los numerosos y activos grupos parroquiales. Por medio de vosotros, quisiera enviar mi saludo también a todos los habitantes de este barrio.

Vuestra hermosa comunidad de San Andrés Apóstol celebra este año el 60° aniversario de su fundación. Una efemérides tan significativa constituye una ocasión muy oportuna para reflexionar en vuestro pasado, para afrontar con lucidez los desafíos y los compromisos de la hora actual, y para elaborar con valentía proyectos para el futuro.

Con alegría uno mi voz a la vuestra en acción de gracias al Señor por los numerosos signos de amor que ha concedido a esta comunidad desde su inicio. A lo largo de los años vuestra comunidad se ha transformado parcialmente, hasta asumir la configuración actual, con una diferenciación del estilo de vida de los habitantes que la componen. Ha  aumentado  el número de las personas procedentes de países del Este de Europa y del llamado "tercer mundo".

4. Esta situación concreta de la parroquia os exige crecer cada vez más en la comunión con todos. En la Iglesia nadie es extranjero:  por eso es importante crear ocasiones de diálogo y favorecer la comprensión recíproca. Es preciso, sobre todo, que cada uno se sienta implicado en una pastoral atenta a las necesidades reales de la gente.

Así pues, sed una comunidad abierta a todos, perseverando en la escucha de la palabra de Dios y en la celebración de los sacramentos de la salvación, y compartiendo las numerosas iniciativas pastorales y de solidaridad promovidas en el ámbito de la diócesis y de la prefectura. Sé que estáis perseverando en el compromiso, asumido durante la Misión ciudadana, de llevar el Evangelio a todos, sobre todo a los jóvenes y a las familias. La Cuaresma es un tiempo favorable para redescubrir el bautismo y la fuerza misionera que brota de él. Pueden testimoniarlo personalmente los más de cien misioneros laicos de vuestra comunidad, que participaron en la gran Misión ciudadana como preparación para el jubileo. Todo cristiano debe sentirse comprometido en la vasta obra de la evangelización. Si sois misioneros en vuestro barrio, el Señor no permitirá que os falten vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. De modo particular, surgirán de entre vosotros, como es vuestro deseo, generosas vocaciones misioneras ad gentes.

5. Deseo dirigirme ahora a las familias. La Cuaresma es un "tiempo fuerte", que nos invita al perdón y a la reconciliación. Este esfuerzo, nada fácil, comprende también las relaciones en el seno de la familia. Vosotras, queridas familias, dejad que el Espíritu os convierta en lugares de serenidad y paz, de escucha y diálogo, de comunión y respeto a cada uno. En hogares fieles al Evangelio los jóvenes pueden hallar valentía y confianza para mirar al futuro con sentido de madura corresponsabilidad.

Queridos jóvenes, en vuestras manos está vuestro futuro y el de las familias que formaréis:  sed conscientes de ello. La Iglesia espera mucho de vosotros, de vuestro entusiasmo, de vuestra capacidad de mirar adelante y de vuestro deseo de radicalismo en las opciones de vida. Os repito las palabras de Cristo, contenidas en el Mensaje para la próxima XVI Jornada mundial de la juventud:  "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Lc 9, 23).

Es preciso imitar a Jesús, que lucha contra el mal en el desierto; más aún, es necesario seguirlo hasta Jerusalén, hasta el Calvario.

6. "Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás" (Rm 10, 9).

El miércoles pasado comenzamos el itinerario cuaresmal, camino de ascesis que debe llevarnos a un renovado encuentro con Jesús, reconocido como el "Señor". Es él quien salva:  profesar la fe es, por tanto, creer en Cristo y confiar totalmente en él. Nos salvaremos (cf. Rm 10, 10), si lo acogemos a él y sus palabras de vida eterna.

Que la Virgen María, discípula fiel del Señor, nos enseñe a "avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo" (oración colecta); nos ayude a confesar con los labios que Jesús es nuestro Señor y a creer con el corazón que venció la muerte, abriendo a toda la humanidad las puertas del Reino. Así nos prepararemos a gustar, junto con todos los creyentes, la alegría y el esplendor de la Pascua de resurrección.

 



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