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VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SANTA ÁNGELA MERICI

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 27 de mayo de 2001

 

1. "Dios asciende entre aclamaciones" (Antífona del Salmo responsorial). Estas palabras de la liturgia de hoy nos introducen en la solemnidad de la Ascensión del Señor. Revivimos el momento en que Cristo, cumplida su misión terrena, vuelve al Padre. Esta fiesta constituye el coronamiento de la glorificación de Cristo, realizada en la Pascua. Representa también la preparación inmediata para el don del Espíritu Santo, que sucederá en Pentecostés. Por tanto, no hay que considerar la Ascensión del Señor como un episodio aislado, sino como parte integrante del único misterio pascual.

En realidad, Jesús resucitado no deja definitivamente a sus discípulos; más bien, empieza un nuevo tipo de relación con ellos. Aunque desde el punto de vista físico y terreno ya no está presente como antes, en realidad su presencia invisible se intensifica, alcanzando una profundidad y una extensión absolutamente nuevas. Gracias a la acción del Espíritu Santo prometido, Jesús estará presente donde enseñó a los discípulos a reconocerlo:  en la palabra del Evangelio, en los sacramentos y en la Iglesia, comunidad de cuantos creerán en él, llamada a cumplir una incesante misión evangelizadora a lo largo de los siglos.

2. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de Santa Ángela Merici, me alegra celebrar juntamente con vosotros esta solemnidad de la Ascensión. Os saludo a todos con afecto. Saludo, ante todo, al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, a vuestro querido párroco, don Guido Peressini, y a los sacerdotes que colaboran con él. Doy las gracias de modo particular a quienes, al comienzo de la celebración, me han dirigido cordiales palabras en nombre de todos.

Saludo asimismo a las religiosas de los cinco institutos femeninos presentes y activos en la parroquia, a los miembros del consejo pastoral y a cuantos, de diferentes modos, participan y animan la vida parroquial. Amadísimos hermanos y hermanas, os abrazo con afecto a cada uno de vosotros, aquí presentes, y a quienes viven en este barrio.

3. La liturgia nos exhorta hoy a mirar al cielo, como hicieron los Apóstoles en el momento de la Ascensión, pero para ser los testigos creíbles del Resucitado en la tierra (cf. Hch 1, 11), colaborando con él en el crecimiento del reino de Dios en medio de los hombres. Nos invita, además, a meditar en el mandato que Jesús dio a los discípulos antes de subir al cielo:  predicar a todas las naciones la conversión y el perdón de los pecados (cf. Lc 24, 47). Es un mandato que nos impulsa a reflexionar sobre lo que nuestra diócesis, a través de la experiencia del Sínodo diocesano y de la Misión ciudadana, así como a través de los acontecimientos que tuvieron lugar durante el reciente jubileo, está tratando de realizar con fidelidad a Cristo, para influir eficazmente en la sociedad y en la cultura contemporánea.

También trataremos de responder a este mismo mandato de Cristo con la asamblea diocesana, que se celebrará del 7 al 9 del próximo mes de junio, para verificar el éxito de la Misión ciudadana y planificar una pastoral misionera permanente, es decir, una pastoral que se dirija a todos e impulse a los fieles a tender a la santidad, a fin de que cada uno cumpla su misión en el mundo según su vocación peculiar. Os exhorto a todos a rezar por el éxito de esa asamblea y a prepararos para secundar diligentemente las líneas pastorales que broten de ella. De este modo, también vuestra comunidad parroquial se situará, con renovado entusiasmo, en el camino misionero que está realizando la Iglesia de Roma.

4. Vuestra parroquia, que cuenta con más de cinco mil habitantes, está viviendo, como toda la ciudad de Roma, una profunda transformación social, y siente la urgencia de adecuar cada vez más su acción pastoral a las nuevas exigencias de la gente. Ya estáis tratando de dar respuestas concretas a este desafío. Os preocupáis, en particular, por afrontar las numerosas situaciones de pobreza existentes en el barrio, para proclamar con las obras el "evangelio de la caridad". Pienso, por ejemplo, en las personas procedentes de países que no pertenecen a la Unión europea, que a menudo carecen de trabajo y no pueden llevar una existencia digna. Pienso en los numerosos ancianos que se sienten solos, precisamente en el momento en que comienzan a fallarles las fuerzas físicas y la buena salud.

Quisiera enviar mi saludo fraterno a todos los que se encuentran en condiciones difíciles, y os invito, queridos hermanos, a estar siempre a su lado. Os doy las gracias por lo que ya estáis haciendo a este respecto. Me complace especialmente la realización del centro de Cáritas, que quiere ser un signo de vuestra respuesta a las necesidades inmediatas de cuantos muy a menudo son olvidados. Proseguid con valentía y confianza, sabiendo que no estáis solos en este esfuerzo. Está con vosotros toda la diócesis de Roma, que, gracias a la experiencia del gran jubileo, ha crecido mucho en la comunión y está dispuesta a realizar una obra misionera más eficaz y renovada en nuestra metrópoli.

5. Todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo están llamados a dar su contribución a vuestra acción de compromiso apostólico y de renovación eclesial. Pienso de modo especial en vosotros, amadísimos jóvenes. Vuestra comunidad parroquial, durante la XV Jornada mundial de la juventud, acogió a 1500 muchachos y muchachas procedentes de todo el mundo. Así pudisteis experimentar el entusiasmo y la vitalidad espiritual que suscitaron aquellas jornadas de gracia. Con el mismo espíritu, seguid testimoniando a Cristo en la familia, en la escuela y en los ambientes de la vida diaria. Con la misma alegría id al encuentro de vuestros coetáneos, y sed acogedores y abiertos con ellos. Además, también podéis hacer mucho por los ancianos. Es sabido que entre jóvenes y ancianos se crea a menudo un vínculo que puede resultar para vosotros un óptimo camino de profundización de la fe, a la luz de su experiencia. Asimismo, podéis comunicar a los ancianos el entusiasmo típico de vuestra edad, para que vivan mejor el otoño de su existencia. De este modo se realiza un útil intercambio de dones en beneficio de toda la comunidad. Que la comprensión y la cooperación recíprocas entre todos sean el estilo permanente de vuestra vida familiar y parroquial.

6. "Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido" (Lc 24, 49). Jesús habla aquí de su Espíritu, el Espíritu Santo. También nosotros, al igual que los discípulos, nos disponemos a recibir este don en la solemnidad de Pentecostés. Sólo la misteriosa acción del Espíritu puede hacernos nuevas criaturas; sólo su fuerza misteriosa nos permite anunciar las maravillas de Dios. Por tanto, no tengamos miedo; no nos encerremos en nosotros mismos. Por el contrario, con pronta disponibilidad colaboremos con él, para que la salvación que Dios ofrece en Cristo a todo hombre lleve a la humanidad entera al Padre.

Permanezcamos en espera de la venida del Paráclito, como los discípulos en el Cenáculo, juntamente con María. Al llegar a vuestra iglesia he visto una columna que sostiene la imagen de la Virgen con la inscripción:  "No pases sin saludar a María". Sigamos siempre este consejo. María, a la que recurrimos con confianza sobre todo en este mes de mayo, nos ayude a ser dignos discípulos y testigos valientes de su Hijo en el mundo. Que ella, como Reina de nuestro corazón, haga  de todos los creyentes una familia  unida  en el amor y en la paz.

 



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