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VISITA PASTORAL A KAZAJSTÁN

MISA PARA LOS SACERDOTES, RELIGIOSOS Y SEMINARISTAS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

 Catedral de Astana 
Lunes 24 de septiembre de 2001

 

1. El pueblo "reconstruya el templo del Señor, Dios de Israel" (Esd 1, 3).

Con estas palabras, Ciro, rey de Persia, al conceder la libertad al "resto de Israel", daba a los prófugos la orden de reconstruir en Jerusalén el lugar santo, donde se podía adorar el nombre de Dios. Era un deber que los desterrados acogieron con alegría, y de buen grado se encaminaron hacia la tierra de sus padres.

Podemos imaginar la emoción de los corazones, la prisa de los preparativos, los llantos de alegría, los himnos de acción de gracias que precedieron y acompañaron los pasos del regreso de los desterrados hasta la patria. Después de las lágrimas del exilio, el "resto de Israel", apresurándose a ir a Jerusalén, ciudad de Dios, podía sonreír nuevamente. Por fin elevaba sus cantos de acción de gracias por las grandes maravillas realizadas por el Señor en medio de ellos (cf. Sal 125, 1-2).

2. Hoy embargan nuestra alma sentimientos análogos, mientras celebramos esta eucaristía en honor de la santísima Virgen María, Reina de la paz. Tras la opresión comunista, también vosotros —en cierto sentido como desterrados— volvéis a proclamar de nuevo juntos la fe común. Diez años después de haber recobrado la libertad, recordando las vicisitudes afrontadas en el pasado, hoy alabáis la providente misericordia del Señor, que no abandona a sus hijos en la prueba. Desde hace largo tiempo deseaba celebrar este encuentro para compartir vuestra alegría.

Saludo con afecto fraterno a mons. Jan Pawel Lenga, obispo de Karaganda, que este año celebra su décimo aniversario de ordenación episcopal. Le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido y me uno a él para alabar a Dios por el bien realizado al servicio de la Iglesia. Hubiera querido visitar también su diócesis, pero las circunstancias no me lo han permitido. Saludo con el mismo afecto a mons. Tomasz Peta, administrador apostólico de Astana; a mons. Henry Theophilus Howaniec, administrador apostólico de Almaty, a mons. Wasyl Medwit, de la Iglesia greco-católica, y al reverendo Janusz Kaleta, administrador apostólico de Atyrau. Saludo a los superiores de las misiones sui iuris, a mons. Joseph Werth y a todos los amadísimos prelados aquí presentes.

Asimismo, os saludo cordialmente a vosotros, queridos sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas de Kazajstán, Uzbekistán, Tayikistán, Kirguizistán, Turkmenistán, Rusia y de otros países. Os abrazo a todos apreciando mucho el generoso compromiso con que cumplís vuestra misión. A través de vosotros quiero saludar a vuestras comunidades y a cada uno de los cristianos que las componen. Amadísimos hermanos y hermanas, adheríos siempre con fidelidad al Señor de la vida y juntos reconstruid su templo vivo, que es la comunidad eclesial esparcida por esta vasta región euroasiática.

3. Reconstruir el templo del Señor es la misión a la que estáis llamados y a la que os habéis consagrado. En este momento, pienso en vuestras comunidades, antes dispersas y atribuladas. Tengo presentes en mi alma y en mi corazón las indecibles pruebas de los que han sufrido no sólo el destierro físico y la cárcel, sino también el escarnio público y la violencia por no haber renegado de la fe.

Quiero recordar aquí, entre otros, al beato Alejandro Zaryckyj, sacerdote y mártir, que murió en el campo de concentración de Dolinka; al beato mons. Mykyta Budka, que murió en el campo de concentración de Karadzar; a mons. Alexander Chira, durante veinte años pastor amado y generoso de Karaganda, que en su última carta escribió:  "Entrego mi cuerpo a la tierra y mi espíritu al Señor; mi corazón lo doy a Roma. Sí, con el último aliento de mi vida quiero confesar mi plena fidelidad al Vicario de Cristo en la tierra". Recuerdo también al padre Tadeusz Federowicz, a quien conozco personalmente, y al que podríamos llamar "inventor" de una nueva pastoral de la deportación. Tengo aquí su libro.

En esta eucaristía los recordamos a todos con gratitud y afecto. Sobre sus sufrimientos, unidos a la cruz de Cristo, ha florecido la nueva vida de vuestra comunidad cristiana.

4. Como los prófugos que volvieron a Jerusalén, también vosotros encontraréis "hermanos que os ayudarán" (cf. Esd 1, 6). Mi presencia entre vosotros hoy quiere ser garantía de la solidaridad de la Iglesia universal. La ardua empresa está encomendada, con la indispensable ayuda de Dios, a vuestra habilidad, a vuestro trabajo y a vuestra sensibilidad. Estáis llamados a ser vosotros los carpinteros, los herreros, los albañiles y los obreros del templo espiritual que es preciso reconstruir.

Queridos sacerdotes, el espíritu de comunión y de colaboración real con que actuéis entre vosotros y con los fieles laicos constituye el secreto del éxito en esta exaltante y ardua misión. Os oriente en el ministerio diario el mandamiento que Cristo nos dio en la víspera de su pasión:  "Amaos los unos a los otros" (Jn 13, 34). Este es el tema que oportunamente habéis elegido para mi visita pastoral. Os compromete a vivir concretamente el misterio de la comunión en el anuncio de la Palabra de vida, en la animación del culto litúrgico, en la atención pastoral a las generaciones jóvenes, en la preparación de los catequistas, en la promoción de las asociaciones católicas y en la solicitud por cuantos tienen dificultades materiales o espirituales. Es así como vosotros, en unión con vuestros Ordinarios y juntamente con los religiosos y las religiosas, podréis reconstruir el templo del Señor.

5. En estos diez años desde que habéis recuperado la libertad se ha hecho mucho gracias al incansable celo evangelizador que os caracteriza. Sin embargo, las construcciones exteriores deben tener un sólido fundamento interior. Por eso, es importante cuidar la formación teológica, ascética y pastoral de aquellos a los que el Señor llama a su servicio.

Me alegra que se haya abierto el nuevo seminario en Karaganda para acoger a los seminaristas de las Repúblicas de Asia central. Juntamente con el Centro diocesano, lo habéis querido dedicar a un sacerdote celoso, el padre Wladyslaw Bukowinski, que durante los duros años del comunismo siguió desempeñando en esa ciudad su ministerio. "No hemos sido ordenados para escatimar esfuerzos —escribía en sus memorias—, sino para dar nuestra vida, si es necesario, por las ovejas de Cristo". Yo mismo tuve la suerte de conocerlo y de apreciar su fe profunda, su sabia palabra y su inquebrantable confianza en el poder de Dios. A él y a todos los que han entregado su vida entre penurias y persecuciones deseo rendir hoy homenaje en nombre de toda la Iglesia.

Estos obreros fieles del Evangelio os deben servir de ejemplo y de aliento también a vosotros, amadísimos consagrados y consagradas, llamados a ser signo de gratuidad y amor al servicio del reino de Dios. "La vida de la Iglesia —afirmé en la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata— y la sociedad misma necesitan personas capaces de entregarse totalmente a Dios y a los demás por amor de Dios" (n. 105). A vosotros se os pide que proporcionéis el suplemento de alma que tanto necesita el mundo.

6. Antes de ser heraldos, es preciso ser testigos creíbles del Evangelio. Ahora que el clima político y social se ha librado del peso de la opresión totalitaria —y es  de  desear que nunca más el poder trate de limitar la libertad de los creyentes— sigue siendo muy necesario que todo discípulo de Cristo sea luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 4, 13-14). Esa necesidad resulta mucho más urgente aún a causa de la devastación espiritual que dejó como herencia el ateísmo militante, y a causa de los peligros que entrañan el hedonismo y el consumismo actuales.

Amadísimos hermanos y hermanas, a la fuerza del testimonio unid la dulzura del diálogo. Kazajstán es tierra habitada por gente de orígenes diversos, perteneciente a varias religiones, heredera de ilustres culturas y de una rica historia. El sabio Abai Kunanbai, voz autorizada de la cultura kazaja, con magnanimidad afirmaba:  "Precisamente porque adoramos plenamente a Dios y creemos en él, no tenemos derecho a decir que debemos obligar a los demás a creer y a adorarlo" (Dichos, cap. 45).

La Iglesia no quiere imponer su fe a los demás. Sin embargo, es evidente que esto no exime a los discípulos del Señor de comunicar a los demás el gran don del que participan:  la vida en Cristo. "No debemos temer que pueda constituir una ofensa a la identidad del otro lo que, en cambio, es anuncio gozoso de un don para todos, y que se propone a todos con el mayor respeto a la libertad de cada uno:  el don de la revelación del Dios-Amor" (Novo millennio ineunte, 56). Cuanto más se testimonia el amor de Dios, tanto más aumenta en el corazón.

7. Amadísimos hermanos y hermanas, cuando vuestro esfuerzo apostólico va acompañado de lágrimas, cuando el camino se hace escarpado y arduo, pensad en el bien que el Señor está realizando con vuestras manos, con vuestra palabra y con vuestro corazón. Él os ha puesto aquí como don para el prójimo. Estad siempre a la altura de esta misión.

Y tú, María, Reina de la paz, sostén a estos hijos tuyos. A ti se encomiendan hoy con renovada confianza. Virgen del Perpetuo Socorro, que desde esta catedral abrazas a toda la comunidad eclesial, ayuda a los creyentes a comprometerse con generosidad en el testimonio de su fe, para que el Evangelio de tu Hijo resuene en todos los rincones de estas amadas y vastas tierras. Amén.

 



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