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MISA EN LA SOLEMNIDAD DE LA MADRE DE DIOS  
XXXVII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Jueves 1 de enero de 2004

 

1. "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer" (Ga 4, 4).

Hoy, octava de Navidad, la liturgia nos presenta el icono de la Madre de Dios, la Virgen María. El apóstol san Pablo alude a ella cuando habla de la "mujer" por medio de la cual el Hijo de Dios entró en el mundo. María de Nazaret es la Theotokos, la "Virgen, Madre del Rey que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos" (Antífona de entrada).

Al inicio de este nuevo año entramos dócilmente en su escuela. Deseamos aprender de ella, la Madre santa, a acoger en la fe y en la oración la salvación que Dios no cesa de donar a los que confían en su amor misericordioso.

2. En este clima de escucha y oración, demos gracias a Dios por este nuevo año:  ¡que sea para todos un año de prosperidad y paz!

Con este deseo me complace saludar afectuosamente a los ilustres señores embajadores del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, presentes en esta celebración. Saludo cordialmente al cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado, y a mis colaboradores de la Secretaría de Estado. Juntamente con ellos, saludo al cardenal Renato Raffaele Martino, así como a todos los componentes del Consejo pontificio Justicia y paz. Les agradezco el trabajo que realizan para difundir por doquier la invitación a la paz, que la Iglesia proclama constantemente.

3. "Un compromiso siempre actual: educar para la paz", es el tema del Mensaje para esta Jornada mundial de la paz. Se remite idealmente a lo que propuse al inicio de mi pontificado, reafirmando la urgencia y la necesidad de formar las conciencias con vistas a la cultura de la paz. Dado que la paz es posible —he querido repetir—, es también un deber (cf. Mensaje, n. 4).

Ante las situaciones de injusticia y violencia que oprimen a varias zonas del mundo, y ante la persistencia de conflictos armados a menudo olvidados por la opinión pública, resulta cada vez más necesario construir juntos caminos para la paz; por eso, es indispensable educar para la paz.

Para el cristiano "proclamar la paz es anunciar a Cristo, que es "nuestra paz" (Ef 2, 14), y anunciar su Evangelio, que es "el Evangelio de la paz" (Ef 6, 15), exhortando a todos a la bienaventuranza de ser "constructores de la paz" (cf. Mt 5, 9)" (Mensaje, n. 3). Del "Evangelio de la paz" era testigo también monseñor Michael Aidan Courtney, mi representante como nuncio apostólico en Burundi, trágicamente asesinado hace algunos días mientras cumplía su misión en favor del diálogo y la reconciliación. Pidamos por él, deseando que su ejemplo y su sacrificio den frutos de paz en Burundi y en todo el mundo.

4. Cada año, en este tiempo de Navidad, volvemos idealmente a Belén para adorar al Niño recostado en el pesebre. Por desgracia, la tierra en la que nació Jesús sigue viviendo en condiciones dramáticas. También en otras partes del mundo persisten focos de violencia y conflictos. Con todo, es preciso perseverar sin caer en la tentación del desaliento. Es necesario que todos se esfuercen para que se respeten los derechos fundamentales de las personas a través de una constante educación para la legalidad. Con este fin, hay que comprometerse para superar "la lógica de la estricta justicia" y "abrirse a la del perdón", pues "no hay paz sin perdón" cf. Mensaje, n. 10).

Cada vez se siente más la necesidad de un nuevo orden internacional, que aproveche la experiencia y los resultados conseguidos durante estos años por la Organización de las Naciones Unidas; un orden que sea capaz de dar a los problemas de hoy soluciones adecuadas, fundadas en la dignidad de la persona humana, en un desarrollo integral de la sociedad, en la solidaridad entre países ricos y pobres, en el deseo de compartir los recursos y los extraordinarios logros del progreso científico y técnico.

5. "El amor es la forma más alta y más noble de relación de los seres humanos" (ib.). Con esta convicción escribí el Mensaje para esta Jornada mundial de la paz. Que Dios nos ayude a construir todos juntos la "civilización del amor". Sólo una humanidad en la que venza el amor podrá gozar de una paz auténtica y duradera.

Que María nos obtenga este don. Que ella nos sostenga y acompañe en el arduo y entusiasmante camino de la edificación de la paz. Por eso pidamos con confianza, sin cansarnos: ¡María, Reina de la paz, ruega por nosotros!

 



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