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SANTA MISA CON LAS COMUNIDADES DE LAS PARROQUIAS ROMANAS DE:

Santa Brígida de Suecia
San Hilario de Poitiers
San Máximo Obispo

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Sala Pablo VI
Sábado 6 de marzo de 2004

 

1. «Este es mi Hijo amado, el elegido; escuchadlo» (Lc 9, 35). El pasaje evangélico de hoy nos convierte en protagonistas de la conmovedora escena de la transfiguración de Jesús en el monte Tabor. En presencia de Pedro, Santiago y Juan, Cristo revela su gloria de Hijo de Dios.

El evangelista san Lucas destaca este hecho extraordinario, haciéndonos contemplar el rostro del Señor que, «mientras oraba», cambió de aspecto (cf. Lc 9, 29). En él, resplandeciente de gloria, reconocemos al elegido, al Mesías, «la luz del mundo» (Jn 8, 12), que da sentido a nuestra vida. La misteriosa voz desde lo alto nos invita también a nosotros a seguirlo dócilmente: «Este es mi Hijo; escuchadlo».

2. Escuchar y seguir a Cristo. Hace veinticinco años, precisamente al inicio de la Cuaresma, sentí la necesidad de exhortar a todo el pueblo cristiano a hacer esta experiencia fundamental. «Jesucristo es el camino principal de la Iglesia», escribí en mi primera encíclica Redemptor hominis (n. 13), que esta tarde quisiera volver a entregaros simbólicamente a vosotros, queridos hermanos y hermanas de las parroquias de Santa Brígida de Suecia, San Hilario de Poitiers y San Máximo Obispo.

Os acojo y os abrazo a todos con afecto. Saludo ante todo al cardenal vicario y le doy las gracias por haberme ilustrado vuestras realidades parroquiales. Saludo al obispo auxiliar del sector oeste y a vuestros párrocos: padre Jean-Jacques Boeglin, don Romano Matrone y don Romano Maria Deb, así como también a los sacerdotes que con ellos. Un saludo, lleno de agradecimiento, dirijo a las religiosas y a los laicos que, de diferentes maneras, cooperan en la acción pastoral de vuestras comunidades.

3. La zona de Palmarola, relativamente menos grande que otros sectores de la diócesis, cuenta con tres parroquias. Deseo de corazón que, también gracias a nuestro encuentro, se refuerce en todos los feligreses el anhelo de la comunión, para que resulte más eficaz el anuncio del Evangelio a los habitantes del barrio. También en la zona donde vivís se ha difundido, por desgracia, el fenómeno de las «sectas» modernas, que intentan aprovecharse especialmente de quienes se encuentran en situaciones de dificultad y soledad. En este contexto, es necesario llevar a cabo una labor de nueva evangelización fuerte y valiente. Es preciso que Jesús, centro del cosmos y de la historia, se encuentre con todo ser humano, porque en el misterio de la Redención «el problema del hombre está inscrito con una fuerza especial de verdad y de amor» (Redemptor hominis, 18).

Anunciar a Cristo es ayudar a todos, pero especialmente a quienes se ven afligidos por la pobreza espiritual y material, a experimentar la ternura y la misericordia divinas.

4. Ojalá que cada una de vuestras comunidades, bajo la guía generosa e iluminada de sus respectivos pastores, se convierta en lugar de acogida y de solidaridad. Que las parroquias sean escuelas de educación en la fe auténtica, conscientes de que custodian un gran tesoro, que no es lícito dilapidar, sino que se ha de incrementar continuamente (cf. ib., 18).

En el centro de todo proyecto pastoral ha de estar la Eucaristía, que construye la Iglesia como auténtica comunidad del pueblo de Dios y la regenera siempre sobre la base del sacrificio de Cristo mismo (cf. ib., 20). Os invito a acudir a la Eucaristía sobre todo a vosotras, queridas familias, llamadas a acompañar a vuestros hijos en los itinerarios de preparación para los sacramentos de la iniciación cristiana y a seguirlos en la adolescencia, así como en los años sucesivos, para que, al crecer, cumplan fielmente la misión que Dios les ha reservado.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, sé que vuestras parroquias no cuentan aún, para sus actividades pastorales y sociales, con edificios adecuados. Sin embargo, esto no os ha de impedir hacer que resuene con vigor en todos los rincones de Palmarola el anuncio de que «Jesucristo sale al encuentro del hombre de toda época, también de nuestra época, con las mismas palabras: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”» (ib., 12).

Que la Virgen María, modelo sublime de fe y de amor a Dios, os ayude a reconocer en Jesús al Hijo de Dios y al Señor de nuestra vida. A ella os encomiendo a vosotros, aquí presentes, y vuestros programas apostólicos, así como el itinerario cuaresmal que acabamos de emprender. Que ella nos ayude a familiarizarnos «con la profundidad de la Redención, que se realiza en Cristo Jesús» (ib., 10). Amén.

 



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