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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CARDENAL JOZEF TOMKO
CON OCASIÓN DE LA SOLEMNE CELEBRACIÓN EN TAIWÁN
DEL VII CENTENARIO DEL COMIENZO DE LA EVANGELIZACIÓN DE CHINA
POR OBRA DE FRAY JUAN DE MONTECORVINO

 

A mi querido hermano cardenal Jozef Tomko,
prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos

Mucho me complace que usted presida las ceremonias especiales que tendrán lugar en Taiwán para conmemorar la singular misión llevada a cabo por Juan de Montecorvino, el primer evangelizador del pueblo chino y el primer arzobispo de Khambaliq, la actual Pekín. De hecho, han pasado siete siglos desde que el gran misionero franciscano llegó a Khambaliq, después de un viaje que duró cinco años, llevando consigo una carta del Papa Nicolás IV para el soberano de esos vastos territorios del Lejano Oriente. Gracias a sus cartas y a los escritos de sus contemporáneos sabemos que su apostolado en China produjo tan abundantes frutos, que en 1307 el Papa Clemente V lo elevó al rango de arzobispo y le dio amplias facultades para establecer y organizar la Iglesia en esa lejana región. Su ordenación se celebró en 1310, en presencia del kan, cuando los obispos enviados para consagrarlo pudieron llegar finalmente a esa capital.

En 1328, cuando murió Juan de Montecorvino, sus treinta y cuatro años de sabia e incansable actividad misionera en Khambaliq habían dado vida a una numerosa y fervorosa comunidad cristiana, así como a una amplia red de iglesias, conventos, escuelas y otras instituciones.

La celebración del séptimo centenario de la llegada de Juan de Montecorvino a Pekín me brinda la oportunidad de dirigir mi saludo a la actual comunidad católica china, que constituye la continuación y el desarrollo de esa primera plantatio Ecclesiae en tierra china.

Así pues, me alegra mucho reafirmar mi profundo afecto y mi estima en nuestro Señor Jesucristo a todos los hijos e hijas católicos de la gran e ilustre familia china. Con todo el ardor de mi corazón me siento espiritualmente presente entre ellos, asegurándoles que estoy cercano de modo especial a quienes han permanecido fieles a Jesucristo y a su Iglesia en medio de dificultades de todo tipo y que, incluso a costa de profundos y prolongados sufrimientos, han testimoniado y siguen testimoniando que ningún católico puede renunciar al principio de comunión con el Sucesor de Pedro, a quien el Señor constituyó vicario suyo y "fundamento perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión" (Lumen gentium, 18), si desea seguir siéndolo y quiere ser reconocido como tal.

Sé que existen muchas comunidades fervorosas en diferentes lugares del país, y, cumpliendo la misión recibida de Cristo de confirmarlas en la fe, la esperanza y la caridad (cf. Lc 22, 32), quisiera alentarlas a todas a promover entre sí la fidelidad, la comprensión y la reconciliación, y a congregarse en la comunión que nos une en Cristo mediante la fuerza del Espíritu Santo. Al invitar a todos los hijos e hijas de la Iglesia católica en China a vivir esa comunión en la verdad y el amor (cf. 2 Jn 1, 3), ruego fervientemente al Señor para que puedan manifestarla de modo cada vez más visible. La fe y la práctica religiosa son una fuente dinámica de compromiso en el ámbito de la responsabilidad social y civil. No puede existir oposición o incompatibilidad en el hecho de ser verdaderamente católico y, al mismo tiempo, auténticamente chino.

Ruego a Dios para que esas celebraciones que tendrán lugar en Taiwán animen a los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y a los laicos de esa amada comunidad, con la que espero poder encontrarme tan pronto como la divina Providencia me lo permita. Que esto los aliente a ser discípulos cada vez más fieles de Cristo y colaboradores generosos de sus hermanos y hermanas chinos del continente. Como signo de mi ardiente deseo de abrazar a toda la familia católica china, os imparto con mucho gusto mi bendición apostólica.

Vaticano, 8 de septiembre de 1994.

JUAN PABLO II

 



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