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CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL DE TEOLOGÍA
ORGANIZADO POR LA UNIVERSIDAD GREGORIANA

 

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos profesores y estudiantes de teología:

1. «Creí, por eso hablé; también nosotros creemos y por eso hablamos» (2Co 4 13). Lo que afirma el apóstol Pablo expresa de modo muy eficaz el objetivo de toda investigación teológica: la profundización de los contenidos de la fe lleva siempre consigo la necesidad del anuncio y de la comunicación. Vosotros, profesores de teología, lo sabéis y lo vivís, y precisamente sobre esto habéis reflexionado durante el Congreso internacional de teología fundamental, organizado estos días en Roma, para celebrar los 125 años de la promulgación de la constitución dogmática Dei Filius, del concilio Vaticano I.

Dirijo un saludo particular al señor cardenal Pío Laghi, gran canciller de la Pontificia Universidad Gregoriana. Extiendo mi saludo agradecido al padre Giuseppe Pittau rector de esa ilustre universidad al comité científico y a los relatores que han colaborado en la realización del congreso. A todos vosotros que participáis en este importante encuentro teológico internacional, os doy mi cordial bienvenida.

Durante estas intensas jornadas de estudio habéis centrado vuestra investigación en la identidad de la teología fundamental y en su ubicación científica entre fe y razón. La relación entre estos dos polos califica justamente el camino recorrido por vuestra disciplina teológica durante el transcurso de los siglos y especifica su necesidad para la vida de la Iglesia, llamada constantemente a dar razón de su esperanza (cf. 1 P 3, 15).

2. El estudio de la constitución Dei Filius realizado a la luz de la constitución Dei Verbum, del siguiente concilio Vaticano permite ante todo captar la continuidad de la enseñanza del Magisterio, que presenta «id quod ubique, quod semper, quod ab omnibus creditum est» (Vicente de Lérins, Commonitorium, 2, 5). Al mismo tiempo, pone de manifiesto la profundización que permite y requiere el depositum fidei.

En los dos documentos conciliares la inteligencia de la fe dirige su mirada directamente a la verdad de la revelación. En el primero, la encuentra de modo privilegiado en el horizonte gnoseológico; en el segundo, en el cristológico. La Dei Filius reconoce a la razón humana la posibilidad de alcanzar la verdad de modo autónomo y, a partir de la creación, (llegar a conocer a Dios creador (can. II, 1); la Dei Verbum afirma que «la verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre que transmite dicha revelación resplandece en Cristo» (n. 2). En ambos documentos la revelación tiene su origen en la libertad de Dios y nuestra fe se funda en su autoridad. Por tanto, este congreso, lejos de ser un simple momento conmemorativo, marca las etapas sobresalientes en la maduración de la fe y los puntos fundamentales de su inteligencia.

3. A la luz de esta enseñanza, la revelación de Dios a la humanidad es, pues, el contenido peculiar de vuestra disciplina teológica. Es también el verdadero y gran centro de nuestra fe: Dios que revela su misterio de amor y, mientras llena de luz la mente que lo recibe la deslumbra hasta tal punto que su comprensión resulta parcial y necesariamente imperfecta.

La revelación se abre camino para comprender profundamente el mismo misterio del hombre. En Jesús de Nazaret la vida personal adquiere plenitud de luz y de significado; lejos de él, el hombre pierde irremediablemente el sentido pleno de su propia existencia (cf. Gaudium et spes, 22). Por tanto, el teólogo, en la medida en que permanece fiel a la revelación, se convierte también en experto del hombre y de su destino. Aquí se sitúa la competencia propia de la teología y su carácter especifico con respecto a las otras ciencias (cf. Summa contra gentiles I, 4; Summa Theologiae I, q. 8, a. 2).

Manteniendo la mirada fija en la revelación, tenéis la posibilidad de mostrar no solo la llamada universal de Dios, sino también el valor perenne de su verdad para el hombre de todos los tiempos. De este modo, se capta la peculiaridad de la fe cristiana respecto a las otras religiones. Como he recordado recientemente en la carta apostólica Tertio millennio adveniente «el cristianismo comienza con la encarnación del Verbo. Aquí no es solo el hombre quien busca a Dios sino que es Dios quien viene en persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo (...). El Verbo encarnado es pues, el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad» (n. 6).

4. Vuestra disciplina teológica, más que otras, se encuentra en la condición privilegiada de estudiar los puntos de referencia y normativos de la fe. Por este motivo, os exhorto, amadísimos hermanos, a dar particular espacio a la pedagogía de la fe, profundizando las expresiones que ha asumido en el curso de los siglos.

A vosotros os compete encontrar las razones para que la revelación sea percibida, sobre todo hoy, en su evidente credibilidad, cuando presenta el amor del Dios crucificado y resucitado, fuente verdadera y única de todo amor autentico. La búsqueda de las condiciones en las que el hombre se plantea a sí mismo sus primeros interrogantes fundamentales sobre el sentido de la vida, sobre el fin que quiere darle y sobre lo que le espera después de la muerte, constituye para la teología fundamental el preámbulo necesario para que, también hoy, la fe muestre plenamente el camino a una razón que busca sinceramente la verdad. De este modo, la fe, don de Dios, a pesar de no fundarse en la razón, ciertamente no puede prescindir de ella. al mismo tiempo, la razón necesita fortalecerse mediante la fe, para descubrir los horizontes a los que no podría llegar por si misma.

5. En el contacto con las diversas culturas, que frecuentemente resulta difícil por la voluntad de imponer la supremacía de lo particular, os corresponde a vosotros encontrar nuevas formas de diálogo para que surjan los caracteres indelebles de apertura a lo trascendente el deseo de verdad plena, enraizado en el fuero íntimo de cada uno, y las expresiones universales, que son siempre signos de unidad y jamás de división.

Del mismo modo, en el diálogo necesario y útil con las diversas ciencias y disciplinas, mientras reconocéis su autonomía y sus conquistas, no dejáis de observar que, teniendo siempre repercusiones en la existencia personal y social suponen a su vez una relación necesaria con los valores fundamentales presentes en el corazón del hombre. A vosotros os corresponde defender la enseñanza de la Iglesia frente a las formas de pensamiento que quieren negar al hombre toda apertura a la trascendencia, para encerrarlo en el callejón sin salida de la nada, más allá de si mismo.

Además, cuando tratáis de descubrir las condiciones que permiten que la teología sea una ciencia, no inferior con respecto a las demás, vuestra investigación debe mantener firme el primado de la revelación y el horizonte de la eclesialidad (cf. Congregación para la doctrina de la fe, instrucción Donum veritatis, 10-11). Para dar fruto, toda teología debe cultivarse en la Iglesia, en sintonía con ella y al servicio de ella. El equilibrio entre fe y razón que los Santos Padres lograron con tanto esfuerzo no debe oscilar de modo irrecuperable hacia formas extremas, para no humillar ni la fe ni la razón, como lamentablemente ha sucedido en algunas ocasiones en la historia de la teología. Por tanto, es urgente que se encuentren formas expresivas adecuadas para que también a los hombres de nuestro tiempo pueda presentarse el gran tesoro de la revelación cristiana con un lenguaje actual, sin traicionar jamás la verdad expresada por la tradición y el magisterio de la Iglesia.

6. Amadísimos hermanos, sé que muchos de vosotros enseñan teología fundamental en las facultades eclesiásticas y en los seminarios. En esta misión tan delicada os dirigís a jóvenes que se preparan para el sacerdocio, impulsados por el entusiasmo de seguir a Cristo y deseosos de celebrar los sagrados misterios en el ejercicio de las responsabilidades pastorales.

En vuestra tarea de cultivadores de la teología, sed para ellos auténticos formadores, es decir, sabed mostrar que no solo enseñáis, sino que también vivís en primera persona la realidad del misterio de fe, mediante el esfuerzo de conjugar la profundización teórica con el testimonio concreto en medio del pueblo de Dios.

Transmitid a los estudiantes el gusto por la investigación y la pasión por la verdad. Que aprendan de vosotros como transmitir, a su vez, las verdades de la fe, captando en vuestra enseñanza la fidelidad a la palabra de Dios y al magisterio de la Iglesia, el cual, ante todo, os pide que expreséis de la mejor manera posible el misterio de la fe, para que el pueblo de Dios pueda crecer en la verdad.

7. En fin, sabed ser auténticos apologetas del misterio de la redención. Con generosidad entrad a formar parte del nutrido grupo de aquellos que han fundado su propio camino de creyentes en las palabras del apóstol Pedro, que exhorta a estar "siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza" (1 P 3, 15). Ojalá que enriquezcáis el ejército de los apologetas, testimoniando también en nuestro tiempo la misma grandeza de Justino Tertuliano, Orígenes, Agustín, Anselmo, Tomas y, en siglos mas cercarlos a nosotros, san Roberto Belarmino y el cardenal John Henry Newman. Haced vuestra su pasión por la verdad de la fe, que hay que testimoniar, si fuera necesario, incluso hasta el martirio.

Con estos sentimientos, mientras invoco la protección materna de la Virgen María, Madre de Dios y Sede de la Sabiduría, para que disponga vuestros corazones a acoger y custodiar la Palabra cuya inteligencia buscáis, os imparto a todos los presentes, y los destinatarios de vuestra enseñanza teológica, una bendición apostólica especial.

Castelgandolfo, 30 de septiembre de 1995.

JUAN PABLO II



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