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CARTA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
AL SEÑOR YASER ARAFAT*

 

Al sr. Yaser ARAFAT
presidente de la Autoridad palestina

El actual estado del proceso de paz en Oriente Medio y, en particular, la interrupción de facto del diálogo entre los representantes palestinos y el Gobierno de Israel me induce a escribirle a usted y, simultáneamente, al señor Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel. Le escribo a usted, señor presidente, consciente de la mutua estima y la apertura que siempre han caracterizado nuestros numerosos encuentros. Me mueve también mi constante preocupación por el bienestar del pueblo palestino. Durante los últimos meses he esperado y todos los días he orado para que la paz en Tierra Santa siga siendo el principal objetivo de un diálogo abierto y constructivo entre las partes y la meta de un compromiso duradero y razonable por parte de la comunidad internacional.

Sé que no han faltado esfuerzos e intentos, pero, desgraciadamente, parece que hasta ahora han sido vanos. Temo que, si esta situación prosigue, sea cada vez más difícil reanudar la búsqueda de la confianza, que es esencial para toda negociación. Estoy profundamente preocupado, y comparto la pena de quienes, especialmente palestinos e israelíes, se sienten defraudados y frustrados, y que, a pesar de todo, no caen en la terrible tentación de encender de nuevo el conflicto y llevarlo a mayores niveles de odio y violencia.

Usted sabe, señor presidente, que al compartir con usted y con el primer ministro de Israel mi profunda preocupación, me siento impulsado únicamente por razones de orden moral y con la certeza de ser comprendido y —me atrevo a esperar— escuchado en nombre de la humanidad y de nuestra fe común en Dios Creador. En nombre de Dios hago un llamamiento a los líderes palestinos e israelíes para que tengan presente, sobre todo, el bien de sus pueblos y el futuro de las generaciones más jóvenes. Estas generaciones no deben seguir experimentado los sufrimientos, ya excesivos, que han afectado a ambos pueblos. Deben poder mirar al futuro con confianza, con la esperanza de un porvenir mejor en el que la provocación, la tensión y la violencia cedan el paso a la coexistencia, que a todos beneficia.

La dolorosa historia del pasado no debe resultar vana e inútil, y esto sólo será posible gracias a la clarividencia de los líderes de hoy, que les permitirá restablecer, a toda costa, la confianza necesaria y la voluntad de llegar a un acuerdo. No ignoro las dificultades prácticas y técnicas que esto implica, y que surgirán a cada paso del camino, pero creo que pueden y deben afrontarse con valentía y decisión, virtudes propias de quienes buscan la paz en una tierra que es santa no sólo para los pueblos que viven en ella, sino también para toda la humanidad.

Millones de creyentes, judíos, cristianos y musulmanes de todo el mundo dirigen su mirada hacia esa tierra. Muchos de ellos desean ir a ella en peregrinación. También, y especialmente por esta razón, debería haber paz, para que el significado del ya próximo jubileo del año 2000 sea completo.

Lo saludo cordialmente, señor presidente, y le reafirmo mi cercanía a usted y al pueblo palestino, asegurándole que la Santa Sede siempre estará dispuesta a acoger a los representantes palestinos e israelíes que busquen construir la paz con buena voluntad y confianza. La Santa Sede tendrá la misma apertura con todos los que sinceramente deseen dar su necesaria contribución. Que Dios todopoderoso bendiga a quienes siembran la paz y buscan el bien de los pueblos.

Vaticano, 16 de junio de 1997

IOANNES PAULUS PP. II


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 27, p.4 (p.340).



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