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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA CONFERENCIA DE LAS ORGANIZACIONES CATÓLICAS INTERNACIONALES

 

Al señor Joseph PIRSON
Presidente de la Conferencia de las Organizaciones Católicas internacionales

1. «En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros, recordándoos sin cesar en nuestras oraciones. Tenemos presente ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad, y la tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor» (1 Ts 1, 2-3). Con estas palabras del apóstol san Pablo a los tesalonicenses me alegra saludaros a vosotros, así como a los participantes en la XXXIII Asamblea general de la Conferencia de las organizaciones católicas internacionales y, a través de vosotros, a los miembros de las numerosas organizaciones esparcidas por todo el mundo.

Esta asamblea constituye una etapa importante en vuestro camino de preparación para el gran jubileo. Deseo que para cada una de vuestras organizaciones sea ocasión de reafirmar su compromiso propio con vistas a la evangelización, y para sus miembros, un tiempo favorable para fortalecer su fe y su testimonio.

Habéis decidido realizar vuestro encuentro en Líbano. Es un acierto, porque así podéis recibir el testimonio de los cristianos de ese país, llamados a vivir con valentía la exhortación de san Pablo: «Con la alegría de la esperanza, constantes en la tribulación, perseverantes en la oración, compartiendo las necesidades de los santos, practicando la hospitalidad» (Rm 12, 12-13). Ojalá que, al descubrir la vida y los compromisos de las comunidades cristianas libanesas, percibáis también su tradición milenaria y, a partir de ella, recorráis de nuevo las etapas de la historia de la salvación.

2. El marco en que se desarrollan vuestros trabajos pone de relieve el tema que habéis elegido: «Erradicación de la pobreza: nuestras actividades y nuestras perspectivas». En un mundo marcado a menudo por la influencia de la codicia, la violencia y la mentira, que dejan sus huellas en múltiples formas de alienación y explotación, es urgente favorecer un nuevo impulso de solidaridad. De igual manera, conviene movilizar las conciencias y los recursos éticos a fin de buscar con audacia soluciones más humanas para los problemas de muchos pueblos, que han sido marginados del proceso de globalización y cuyos miembros más débiles están excluidos de los beneficios del desarrollo.

Las cuestiones relacionadas con la pobreza de las personas y de los pueblos, que en nuestros días dominan el escenario internacional, son decisivas. No se pueden resolver con eslóganes fáciles o declaraciones estériles. Como Organizaciones católicas internacionales, tenéis una larga experiencia y una vasta competencia en el campo de la vida internacional. Conocéis las dificultades que encuentra y los esfuerzos que realiza la comunidad de las naciones para afrontar el empobrecimiento de una parte cada vez más notable de la humanidad. Os invito a promover con vigor una cultura de la solidaridad y de la cooperación entre los pueblos, en la que todos asuman sus responsabilidades para hacer que retroceda de modo decisivo la miseria, fuente de violencia, rencores y escándalos (cf. Incarnationis mysterium, 12); así participaréis en el anuncio del Evangelio, ayudaréis a los hombres a descubrir el rostro de Dios, Padre de todas las misericordias, y contribuiréis a la construcción de un mundo donde reinen la justicia y la paz. Por eso, es necesario y urgente un cambio radical de las mentalidades y de las actividades internacionales, fundado en una verdadera conversión del corazón.

3. Con los cristianos que también participan, de otras maneras, en la vida internacional, y en colaboración con todos los que buscan auténticamente el bien del hombre, podéis dar una contribución particular a la obra de la comunidad humana. Para vivir cada vez con mayor plenitud este compromiso, os exhorto a acudir constantemente a las fuentes de vuestra identidad católica y a inspiraros en el patrimonio de la doctrina social de la Iglesia. En efecto, esto es lo que hace que vuestra presencia sea original, constructiva y portadora de esperanza. La Iglesia os necesita y cuenta con vosotros. Pido al Señor que la gracia del gran jubileo os ayude a entrar en el tercer milenio animados por la preocupación de inventar modalidades nuevas y más eficaces de presencia y acción en el mundo. Os exhorto a proseguir con determinación esta renovación, afirmando siempre vuestra pertenencia a la Iglesia, con el apoyo del Consejo pontificio para los laicos, dicasterio de la Curia romana con el que mantenéis un diálogo confiado y profundo, así como con la Secretaría de Estado.

Encomiendo a Cristo, Señor de la historia, los trabajos de vuestra asamblea, y de todo corazón os imparto la bendición apostólica, que extiendo de buen grado a los participantes en ese encuentro y a todas las personas que trabajan en el ámbito de las Organizaciones católicas internacionales y a sus familias.

Vaticano, 30 de septiembre de 1999.

JUAN PABLO II

 



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