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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN EL I CENTENARIO DE LA UNIÓN ROMANA
DE LA ORDEN DE SANTA ÚRSULA

 

A la reverenda madre Colette LIGNON
Priora general de la Unión romana
de la orden de Santa Úrsula

1. En el corazón del año del gran jubileo del nacimiento del Salvador, tenéis la alegría de celebrar el primer centenario de vuestro instituto. Este aniversario recuerda la feliz iniciativa de mi venerado predecesor, el Papa León XIII, de reunir en una sola Unión los numerosos monasterios de ursulinas esparcidos por todo el mundo desde la fundación de la primera comunidad por obra de santa Ángela Merici en 1535. El nacimiento de vuestra Unión, el 28 de noviembre de 1900, y su rápido desarrollo han dado un nuevo impulso a vuestra familia religiosa, que se ha enriquecido así con diversas experiencias apostólicas. La conmemoración de ese acontecimiento es para vuestra orden una invitación a profundizar en vuestro carisma, con fidelidad al ejemplo y a las enseñanzas de santa Ángela, y al mismo tiempo a construir y preparar el futuro, movilizando vuestras fuerzas con vistas a la evangelización.

2. Desde el siglo XVI, las necesidades de la evangelización y las llamadas del Señor han llevado a vuestras hermanas a casi todos los continentes, haciéndoos vivir hoy una verdadera dimensión internacional. Esta experiencia marca la vida de vuestra Unión y os lleva a compartir de verdad la experiencia de la Iglesia misma, comunión de fe y de vida entre todos los creyentes, de manera que "quien vive en Roma sabe que quienes viven en la India son para él uno de sus miembros" (cf. san Juan Crisóstomo, Homilías sobre san Juan, 65, 1). Si a todos los cristianos compete la promoción de la unidad y la comunión, recordando sin cesar la voluntad del Señor mismo:  "Que todos sean uno" (Jn 17, 21), esta misión corresponde aún más a los hombres y mujeres que, respondiendo a una llamada particular del Señor, han elegido vivir en común, según las reglas de la vida fraterna. Por tanto, os exhorto a estar cada vez más atentas a esta dimensión de la comunión eclesial, velando también por la calidad de vuestra inserción en las Iglesias particulares y poniendo vuestros dones a su servicio, con vistas a una colaboración cada vez más intensa.

3. Las religiosas ursulinas han adquirido, con el tiempo, una sólida experiencia educativa, especialmente en el servicio a los jóvenes, tanto en el vasto campo de la catequesis, directamente o mediante la formación de catequistas competentes y deseosos de transmitir a la vez una experiencia de vida cristiana y una sólida enseñanza, como en los múltiples sectores  de  la  educación. Esta labor de transmisión de la fe, con palabras fuertes, fundadas y coherentes, que dan razón de nuestra esperanza (cf. 1 P 3, 15), pero también con el testimonio y el ejemplo de una vida consagrada al servicio del Señor y de su Iglesia, es esencial en el mundo actual, donde numerosos jóvenes ya no tienen los puntos sólidos de referencia que proporcionaba la educación familiar. Por tanto, la escuela, y toda la comunidad educativa, deben ocuparse de una buena parte de esta educación global, con espíritu verdaderamente evangélico, no sólo a través de la catequesis sino también mediante otras formas de acompañamiento de los jóvenes, como, por ejemplo, en movimientos adecuados o en grupos de reflexión y comunión. Así, formar discípulos de Cristo, capaces de testimoniar en su vida familiar, profesional y social los valores espirituales y morales que el Evangelio ha sembrado en el corazón del hombre es una acción indispensable para que la nueva evangelización dé frutos abundantes en el siglo que comienza. Desde esta perspectiva, es particularmente importante el servicio a los más pobres, a los "pequeños" que el Señor quiere poner en primer lugar y que nuestras sociedades, marcadas con mucha frecuencia por el afán de riqueza y por la competencia, tienden a excluir del crecimiento económico y de la organización social.

4. Anunciar el reino de Dios es la primera misión que la Iglesia confía a todos aquellos que, por el sacramento del bautismo, participan en la muerte y en la resurrección de Cristo, profeta, sacerdote y rey. En la Iglesia, la vida consagrada, que habéis elegido, es un camino privilegiado para manifestar la dimensión profética y escatológica del mensaje evangélico:  "Manifiesta también mucho mejor a todos los creyentes los bienes del cielo, ya presentes en este mundo. También da testimonio de la vida nueva y eterna adquirida por la redención de Cristo y anuncia ya la resurrección futura y la gloria del reino de los cielos" (Lumen gentium, 44). Os animo a profundizar en esta dimensión profética para el mundo contemporáneo y a mostrar los signos del Reino futuro con el gusto por la oración, que es siempre la fuente de nuestra vida cristiana, con la vida fraterna, que es en sí un acto profético (cf. Vita consecrata, 85), con el testimonio explícito y con vuestro celo misionero.

5. Anunciar el Reino no aleja en absoluto a la Iglesia de su misión en el mundo. Al contrario, al igual que el profeta puesto como centinela de la casa de Israel (cf. Ez 3, 17), ella "proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina" (2 Tm 4, 2). Como el mismo Señor Jesús con los peregrinos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35), la Iglesia avanza por el camino de los hombres y con ellos, comparte sus interrogantes sobre el sentido de la existencia, les proclama la palabra del Señor y les revela poco a poco su presencia, para llevarlos al reconocimiento pleno de su amor, manifestado en el tesoro de la vida sacramental que le ha sido confiado. Os exhorto a vivir sin temor esta peregrinación de la fe con vuestros hermanos, dejándoos transformar poco a poco por la Palabra del Señor. Sintiendo siempre en vuestra alma la sed del Dios vivo que impulsa a vivir en intimidad amorosa con él (cf. Sal 62, 2), pero también poniéndoos a la escucha de las llamadas de vuestros hermanos y entregándoos a ellos cada día, anunciaréis el amor misericordioso del Señor que se entrega.

6. El centenario que festejáis es para todas vuestras comunidades la ocasión de agradecer al Señor todos sus beneficios. Que la gracia del jubileo avive en cada una de las religiosas de vuestra Unión el deseo de santidad, mediante una conversión renovada. Al expresaros mis mejores deseos para vuestro próximo capítulo general, encomiendo a los miembros de la Unión romana de la orden de Santa Úrsula a la protección materna de la Virgen María, y de todo corazón les imparto la bendición apostólica.

Vaticano, 10 de noviembre de 2000

JUAN PABLO II



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