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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON MOTIVO DE LA I JORNADA MUNDIAL DE LA ALIMENTACIÓN*

 

Al Excmo. Sr.
Don Eduardo Saouma,
Director General de la FAO
.

La Organización Internacional para la Alimentación y la Agricultura —con ocasión del 36 aniversario de su institución—, ha decidido celebrar el 16 de octubre de 1981 la primera Jornada mundial de la Alimentación. Esta iniciativa debería hacer tomar conciencia de los graves y urgentes problemas del hambre y de la desnutrición no sólo a los expertos, sino a la opinión pública y a toda la humanidad, debería movilizar las energías de todos para afrontarlos solidariamente.

Me asocio gustosamente a este acontecimiento, haciéndome portavoz de todos aquellos que sufren una trágica sub-alimentación y que se apelan a la conciencia de sus hermanos. Pienso en especial en los cerca de ochocientos millones de hombres, mujeres y niños que viven en un estado de pobreza absoluta, y en todos aquellos que subsisten en unas condiciones demasiado precarias para asegurarse el pan del día siguiente. Si todo hombre tiene ya obligación de preocuparse de esto, ¿cómo podrían olvidar los discípulos de Cristo que El mismo se ha identificado con los que tienen hambre?

Deseo unirme, pues, a todos los que proclaman de nuevo hoy la necesidad de reconocer y garantizar a cada hombre en concreto el ejercicio de su derecho fundamental a alimentarse. A este derecho corresponde el deber de una acción continua y programada para conseguir un desarrollo orgánico de acuerdo con un nuevo orden internacional, capaz de garantizar sobre todo una alimentación suficiente en los diversos países del mundo.

Sin embargo, en amplias zonas se va acentuando un grave desequilibrio entre las necesidades de la población y los alimentos disponibles. ¿Cómo no estar preocupado por las agudas crisis que se prevén como inmediatas en varios continentes? Precisamente apoyándome en observaciones de expertos de la FAO, ya he llamado la atención sobre este drama al iniciarse el presente año (cf. Homilía del 1 de enero).

Es verdad que los factores que explican esta situación son complejos. Hay una parte de calamidades naturales. Pero el hombre tiene siempre su parte de responsabilidad.

Pues no se trata tanto de una insuficiencia global de los productos alimenticios en el mundo, como de una falta de disponibilidad y de explotación de las inmensas riquezas que encierra la naturaleza y que están destinadas a la utilización de todos.

¿No es verdad también que, a veces, en el proceso global del desarrollo, se ha infravalorado el carácter prioritario de la agricultura? Por otra parte, se da una no justa distribución del producto del trabajo, por no hablar de los gastos excesivos que se hacen para responder a necesidades superfluas o para acumular armamentos demasiado caros, con todo el riesgo que esto lleva consigo.

La FAO lo sabe mejor que nadie: la realización efectiva del derecho a la alimentación no puede limitarse a una ayuda en forma de alimentos totalmente indispensables ni a iniciativas ocasionales, aunque esto sea evidentemente necesario en casos de catástrofes.

Ante todo es necesario garantizar a las poblaciones que sufren la desnutrición el acceso efectivo a las diversas riquezas de la naturaleza, del subsuelo, del mar, de la tierra, con una mayor amplitud. Es necesario, sobre todo, proyectar otra política agrícola y un nuevo sistema de intercambio. Pues, de hecho, los esfuerzos de los dos últimos decenios de desarrollo están muy lejos de haber resuelto los problemas. Conviene sin duda adoptar nuevos caminos que permitan a cada país solucionar en todo lo posible sus propias necesidades alimenticias, sin depender excesivamente de las exportaciones exteriores. Como digo en mi reciente Encíclica, "son necesarios cambios radicales y urgentes para volver a dar a la agricultura —y a los hombres del campo— el justo valor como base de una sana economía, en el conjunto del desarrollo de la comunidad social" (Laborem exercens, 21).

Hoy se hace necesario un esfuerzo coordinado por parte de todos: los Gobiernos, cualquiera que sea su sistema económico y político; las organizaciones intergubernamentales y no gubernamentales; las distintas asociaciones de voluntarios, y pienso especialmente en aquellas que están promovidas por las Iglesias y las comunidades de creyentes. En el marco de esta indispensable cooperación internacional se sitúan las iniciativas de la FAO, según su función específica. La Santa Sede desea que esta Organización pueda realizar su misión cada vez más auténtica y eficazmente, y en pleno acuerdo con los ideales expresados en sus estatutos; igualmente desea que su acción se reconozca y se sostenga, con medios más abundantes, por los Gobiernos de los Estados miembros.

Con ocasión de esta primera Jornada mundial de la Alimentación, deseo animar calurosa y fervientemente a cuantos trabajan por resolver el crucial problema del hambre, en especial a todos los representantes de los Estados miembros y de las organizaciones presentes, y, en primer lugar, al Director general de la FAO, a los funcionarios y a todo el personal de la FAO. Ruego a Dios —a quien pedimos cada día el pan necesario para todos— que bendiga a sus personas y les inspire una acción competente y desinteresada al servicio de la supervivencia de todos sus hermanos.

Ciudad del Vaticano, 14 de octubre de 1981.

 

IOANNES PAULUS PP. II


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n. 44 p.20.

 


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