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MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
PARA LA CUARESMA DE 1995


«El Espíritu del Señor...
me ha ungido... para anunciar a los pobres la Buena Nueva,
me ha enviado a proclamar... la vista a los ciegos» (
Lc 4, 18)

 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

1. En el tiempo de Cuaresma deseo reflexionar con todos vosotros sobre un mal oscuro que priva a un gran número de pobres de muchas posibilidades de progreso, de superación de la marginación y de una verdadera liberación. Estoy pensando en el analfabetismo. El Papa Pablo VI ya nos recordaba que «el hambre de instrucción no es menos deprimente que el hambre de alimentos: un analfabeto es un espíritu subalimentado» (Populorum progressio, 35).

Esta terrible plaga contribuye a mantener inmensas multitudes en condiciones de subdesarrollo, con todo lo que ello comporta de escandalosa miseria. Numerosos testimonios provenientes de los diversos continentes, así como lo que yo he podido constatar durante mis viajes apostólicos, confirman mi convicción de que allí donde existe el analfabetismo reinan más que en otras partes del mundo el hambre, las enfermedades, la mortalidad infantil y también la humillación, la explotación y los sufrimientos de todo tipo.

Un hombre que no sabe leer ni escribir encuentra grandes dificultades para participar en los modernos métodos de trabajo; está en cierto modo condenado a la ignorancia de sus derechos y deberes; es verdaderamente un pobre. Debemos tener conciencia de que centenares de millones de adultos son analfabetos; que decenas de millones de niños no pueden ir a la escuela porque no la tienen cerca o porque la pobreza les impide asistir. Se encuentran entorpecidos en el desarrollo de su vida e impedidos para ejercer sus derechos fundamentales. Son muchedumbres humanas que levantan sus brazos hacia nosotros y nos piden un gesto de fraternidad.

2. Nosotros sabemos que cuando las personas, las familias y las comunidades tienen acceso a la instrucción, a la educación y a los diversos niveles de formación, pueden progresar mejor en todos los aspectos. La alfabetización permite a la persona desarrollar sus posibilidades, multiplicar sus talentos, enriquecer sus relaciones. El Concilio Vaticano II afirma: «Es propio de la persona humana no poder acceder a la verdadera y plena humanidad más que a través de la cultura» (Gaudium et spes, 53.1). La formación intelectual es un elemento decisivo para desarrollar esta cultura humana que ayuda a ser más autónomo y más libre. Permite también formar mejor la conciencia de la persona y apercibirse mejor de sus responsabilidades a nivel moral y espiritual, pues la verdadera educación es a la vez espiritual, intelectual y moral.

Entre las cuestiones que suscitan inquietud en nuestra época a menudo se pone de relieve la evolución demográfica del mundo. En este terreno, se trata de fomentar la responsabilidad de las familias mismas. Los Cardenales reunidos en consistorio, en junio de 1994, declararon unánimemente que «la educación y el desarrollo son respuestas mucho más eficaces a las tendencias demográficas que la coacción y las formas artificiales de control demográfico» (Llamamiento de los Cardenales en favor de la familia, 14.6.1994). A este respecto, la institución misma de la familia está asegurada en la medida en que sus miembros pueden utilizar la comunicación escrita; así no sufrirían pasivamente unos programas que les fueran impuestos en detrimento de su libertad y del control responsable de su fecundidad, dado que son los protagonistas de su propio desarrollo.

3. Ante las graves situaciones de vida de nuestros hermanos y hermanas apartados de la cultura contemporánea, nuestro deber es manifestarles toda nuestra solidaridad. Las acciones encaminadas a favorecer el acceso a la lectura y a la escritura son una primera condición para ayudar al hermano pobre a que haga madurar su inteligencia y a que realice su propia vida de una manera más autónoma. La alfabetización y la escolarización son un deber y una inversión esenciales para el futuro de la humanidad, para «el desarrollo integral de cada hombre y de todos los hombres», como dijo el Papa Pablo VI (Populorum progressio, 42).

En la sociedad, cuanto más elevado sea el número de personas que se beneficien de una educación suficiente, mejor podrán lograr su propio destino. Por eso, la alfabetización facilita la colaboración entre las naciones y la paz en el mundo. La igual dignidad de las personas y de los pueblos exige que la comunidad internacional se movilice para vencer las desigualdades perjuiciales que ocasiona el analfabetismo de millones de seres humanos.

4. Deseo expresar mi reconocimiento a todas las personas y organizaciones comprometidas en la obra de solidariedad que es la alfabetización. Me dirijo particularmente a las fuerzas sociales y religiosas, a los que enseñan, a los escolares y a los estudiantes, a todas las personas de buena voluntad, y les invito a compartir aún más todavía sus bienes materiales y culturales: que intervengan en este sentido en favor de ellos, que apoyen la acción de los organismos empeñados especialmente en promover la alfabetización en las diferentes partes del mundo.

5. Así, la difusión de la evangelización se verá favorecida por el progreso de la alfabetización, en la medida en que se ayude a cada uno de nuestros hermanos y hermanas a comprender el mensaje cristiano y a prolongar la escucha de la Palabra de Dios por medio de la lectura. Facilitar al mayor número de personas el acceso directo a la Sagrada Escritura, cuando sea posible en su propia lengua, enriquecerá la reflexión y la meditación de todos los que buscan el sentido y la orientación de su propia vida.

Exhorto vivamente a los pastores de la Iglesia a preocuparse y fomentar este gran servicio a la humanidad. Pues se trata de añadir al anuncio de la Buena Nueva la transmisión de un saber que permite a nuestros hermanos y hermanas asimilar por sí mismos el alcance de este mensaje, probar toda su riqueza y convertirlo en una parte integrante de su cultura. En nuestra época, ¿no puede decirse que trabajar por la alfabetización es contribuir a construir la comunión sobre una auténtica y activa caridad fraterna?

6. Por la intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de Jesús y Madre nuestra, pido a Dios que escuche nuestra voz y que mueva los corazones, para que la santa Cuaresma de 1995 marque una nueva etapa en la conversión que Jesús nuestro Señor predicó, desde el principio de su misión mesiánica, para todas las naciones (cf. Mt 4, 12-17).

Con esta esperanza os imparto muy cordialmente la Bendición Apostólica.

Vaticano, 7 de septiembre de 1994.

JUAN PABLO II



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