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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL IV CONGRESO
MISIONERO LATINOAMERICANO

Sábado 2 de febrero de 1991

 

Amados hermanos en el episcopado y queridos congresistas:

1. El IV Congreso Misionero Latinoamericano que se celebra en Lima me ofrece la oportunidad de saludaros y de hacerme presente espiritualmente entre vosotros. Mi pensamiento se dirige, de modo especial, a todas y cada una de las Iglesias particulares del Continente, con sus obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos. Dirijo un saludo de viva gratitud a cuantos han colaborado en la preparación de este Congreso: a Monseñor Augusto Vargas Alzamora, Arzobispo de Lima, al Señor Cardenal Juan Landázuri Ricketts, a las Comisiones Episcopales de Misiones, a las Direcciones Nacionales de las Obras Misionales Pontificias y al Departamento de Misiones del CELAM. La presencia de mi Enviado Especial, el Señor Cardenal Jozef Tomko, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, quiere ser también testimonio de la atención prioritaria que la Sede Apostólica presta a la actividad misional.

En repetidas ocasiones me he encontrado en medio de vosotros, en esas tierras benditas, precisamente para cumplir el mandato misionero del Señor. Como bien sabéis, éste ha sido siempre el objetivo principal de mis viajes pastorales. Ahora os hago llegar mi mensaje para recordaros, una vez más, vuestra responsabilidad y para pediros vuestra colaboración generosa en el permanente mandato de Cristo de anunciar el Evangelio a todos los pueblos. Por esto hago mío también el lema del Congreso: “¡América Latina desde tu fe envía misioneros!”.

Sé que habéis preparado este encuentro con especial interés, en continuidad con los anteriores Congresos celebrados en México y Colombia. ¿Cómo no recordar especialmente el celebrado en Bogotá, que tuvo como lema: “América, llegó tu hora de ser evangelizadora”? Hoy son numerosos los misioneros latinoamericanos que están evangelizando en los cinco Continentes y a ello han contribuido ciertamente esos Congresos, así como la oración, sacrificios y entrega desinteresada de tantas personas. Pero este número, lo sabéis bien, no es suficiente. Por eso os exhorto a dar todavía más, aunque sea “de vuestra pobreza”, pues América Latina debe “proyectarse más allá de sus propias fronteras” (Puebla, 368).

2. Como señalo en la reciente Encíclica Redemptoris missio, siento que “ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos” (Redemptoris missio, 3). Cumplir este deber misionero no debe significar un menoscabo de vuestra labor evangelizadora en el propio Continente. Quien comparta la misma solicitud del Buen Pastor, no puede dejar de pensar con preocupación en las multitudes enormes de las grandes ciudades que, tantas veces, se encuentran “como ovejas sin pastor” (cf. Mt 9, 36); piensa también en los numerosos pueblos indígenas, con sus propias raíces culturales, dispuestos a abrirse cada vez más al evangelio; en los sectores afroamericanos y de migraciones recientes; en el mundo del trabajo y de la cultura; en la juventud y la familia, así como en tantos otros campos de apostolado. Por ello os invito a cumplir este deber misionero universal para poder afrontar más evangélicamente vuestra realidad, pues sólo las personas y comunidades que se abran a la misión universal serán capaces de descubrir a Cristo en el rostro de cada hermano necesitado que vive en nuestro propio ambiente.

“La urgencia de la actividad misionera brota de la radical novedad de vida, traída por Cristo y vivida por sus discípulos” (Redemptoris missio, 7). Son miles de millones los seres humanos que todavía no han encontrado a Cristo por medio de la fe y del bautismo. Vosotros, los cristianos de Latinoamérica, sois aproximadamente la mitad del catolicismo mundial. En vuestras mismas tierras se puede constatar un trasiego de pueblos y culturas que se desplazan por razones de trabajo, comercio, turismo. No pocos de vuestros fieles se encuentran en otros Continentes por las mismas razones sociológicas. Es pues de desear que muchos cristianos y cristianas, movidos por un auténtico espíritu misionero, con su presencia y su acción apostólica, hagan llegar el evangelio “hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8).

3. Con ello no predico una utopía, sino que me hago portavoz del mismo Cristo, “pan vivo... por la vida del mundo” (Jn 6, 51), que sigue invitando a la misión universal. Estáis llamados a agradecer la fe recibida hace ahora quinientos años, contribuyendo a que otros sean partícipes del mismo don salvífico. “Cristo murió por todos” (2Co 5, 14), nos dice san Pablo; y el Buen Pastor nos sugiere sus mismos anhelos misioneros: “Tengo otras ovejas” (Jn 10, 16), “venid a mí todos” (Mt 11, 28), “tengo sed” (Jn 19, 28), “id por todo el mundo” (Mc 16, 15).

¿Qué mejor modo de conservar la herencia cristiana recibida de vuestros santos, que comprometerse a compartir estos dones de Dios con otros pueblos? Así lo han hecho vuestros santos y beatos cuyo ejemplo os invito a seguir: Toribio de Mogrovejo, Rosa de Lima, Martín de Porres, Francisco Solano, Pedro Claver, Luis Beltrán, Roque González, Felipe de Jesús, Mariana de Jesús, José Anchieta, Pedro de Betancur, Ignacio de Azevedo, Ezequiel Moreno, Junípero Serra, Miguel Agustín Pro y tantos santos y santas, gloria de vuestra fecunda historia cristiana. Su testimonio de vida debe ser constante estímulo para que en toda la Iglesia Latinoamericana florezcan nuevos misioneros y misioneras que, con la actitud del profeta “Heme aquí, Señor, estoy dispuesto, envíame” (cf. Is 6, 8), se entreguen abnegadamente a la misión sin fronteras (Redemptoris missio, 79).

4. “Hoy la Iglesia debe afrontar otros desafíos proyectándose hacia nuevas fronteras, tanto en la primera misión ad gentes, como en la nueva evangelización de pueblos que han recibido ya el anuncio de Cristo” (Ibíd., 30). Para ello el Señor os ha bendecido con abundantes vocaciones en estos últimos años, aunque resulten todavía insuficientes ante los vastos campos de apostolado que os han sido confiados. La vocación es un don de Dios, que requiere una respuesta creativa por parte de la persona llamada y el impulso de la comunidad. Las vocaciones nacen y perseveran en comunidades donde existe un ambiente de generosidad y entrega, de seguimiento evangélico y de disponibilidad misionera. Cuando existe una “profunda renovación interior” se hace más viva la conciencia de “la propia responsabilidad en la difusión del Evangelio” a todos los pueblos (cf. Ad gentes, 35).

Vienen a mi mente las entrañables celebraciones marianas que, durante mis visitas pastorales a América Latina, he tenido el gozo de presidir en los Santuarios que la fe de esos amados pueblos ha levantado en honor de Nuestra Señora. Postrado espiritualmente ante las veneradas imágenes de María, quiero ahora hacer a todos una invitación: ¡Abrid vuestros corazones al llamado misionero de Cristo, para que el mundo entero acoja la fe cristiana y la viva con autenticidad y generosidad!

Construir la “civilización del amor” y afrontar el desafío de una “nueva evangelización”, presupone una respuesta incondicional a este llamado: “Id por todo el mundo”..., “¡ América Latina desde tu fe envía misioneros!”. Sólo a partir de una respuesta decidida América Latina será verdaderamente el Continente de la esperanza misionera para toda la Iglesia. Con estos deseos y mientras elevo mi ferviente plegaria para que Dios, rico en misericordia, conceda abundantes frutos eclesiales al IV Congreso Misionero Latinoamericano, os imparto con afecto a todos mi Bendición Apostólica.

Vaticano, 2 de febrero de 1991, Fiesta de la Presentación del Señor.

 

IOANNES PAULUS PP. II



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