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MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
A LAS POBLACIONES DEL SURESTE ASIÁTICO AFECTADAS POR EL MAREMOTO

 

Reverendísimo monseñor
PAUL JOSEF CORDES
Presidente del Consejo pontificio "Cor unum"

La enorme devastación y la pérdida de vidas provocadas recientemente por el terremoto y el maremoto en el sureste asiático ha suscitado en todo el mundo una amplia reacción de solidaridad, acompañada de una movilización masiva de ayudas humanitarias. Estoy profundamente agradecido al Consejo pontificio "Cor unum" y a las numerosas organizaciones caritativas católicas por los esfuerzos realizados para contribuir a ayudar a las poblaciones damnificadas por este inmenso desastre natural. Con ocasión de su visita a esa región, le ruego que transmita la seguridad de mi preocupación y mi cercanía en la oración a todos los afectados por la tragedia y que sufren sus consecuencias.

En particular, me uno a los católicos y a todos los creyentes al encomendar a las víctimas de esta terrible calamidad a la infinita misericordia de Dios todopoderoso y al implorar el consuelo divino para los heridos, los supervivientes y los que han quedado sin hogar. Ruego para que la solidaridad mostrada por nuestros hermanos y hermanas en todo el mundo sea fuente de aliento, perseverancia y esperanza para todos los que están comprometidos en la gran tarea de reconstrucción que es preciso realizar. Asimismo, exhorto a los seguidores de las diferentes religiones a trabajar juntos para ofrecer consuelo y asistencia a quienes se encuentran en situación de necesidad. Que esta catástrofe, con la gracia de Dios, lleve a un futuro de mayor generosidad, cooperación y unidad al servicio del bien común por parte de las personas, de los pueblos y de las naciones.

Al mostrar a todos la luz del Evangelio, expreso mi ferviente esperanza de que la comunidad cristiana llegue a una confianza más profunda en la misteriosa providencia de Dios y a una unión cada vez más íntima con el Señor Jesús en el misterio de su pasión y su resurrección. Sobre las autoridades civiles y sobre todas las personas comprometidas en la labor de ayuda invoco los dones divinos de sabiduría y fortaleza. A usted, querido hermano, a todo el clero, a los religiosos y a los fieles laicos de las comunidades que usted va a visitar, imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de gracia y paz en el Señor.

Vaticano, 22 de enero de 2005

JUAN PABLO II



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