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MENSAJE URBI ET ORBI
DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


Domingo 19 de abril de 1987

 

1. Victimae paschali laudes immolent christiani.

¡A la Víctima pascual alabanza y gloria!
¡Cristianos, unámonos en este himno!
¡Cristianos de Roma y del mundo!
¡Unámonos en la adoración a la Víctima pascual,
en la adoración al Cordero inmolado,
en la adoración al Señor resucitado!

2. Agnus redemit oves:
"Cordero sin pecado que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables unió con nueva alianza".
¡Este es Cristo! ¡Este es nuestro Redentor! ¡El Redentor del mundo!
Ha dado su vida por las ovejas.
Unámonos en la adoración a esta Muerte que nos trae la Vida,
porque el Amor es más fuerte que la muerte:
Sí, ¡la muerte aceptada por amor vence a la muerte!
Sí, la muerte aceptada por amor,
revela a Dios, que ama la vida,
y quiere que nosotros, los que tenemos la vida misma que esta en Él,
tengamos vida y que la tengamos en abundancia (cf. Jn 10, 10).
¡A la Víctima pascual la mayor gloria y la alabanza más sublime!
En su muerte está la reconciliación con el Padre.
Esta es la reconciliación de los pecadores con Dios,
la reconciliación del hombre, que por el pecado muere a Dios,
y ya no tiene en sí la Vida que está en Dios y sólo en Dios.
Solamente en Dios.
La muerte de Cristo es un nuevo inicio.
El inicio de la Vida que no tiene fin.
No tiene fin, porque es de Dios y está en Dios.
¡Mientras la criatura muere, Dios vive!
Cuando muere Cristo, toda la creación renace.
¡Bendita seas, muerte vivificante!
Bendito sea el día que ha dado el Señor.

3. ¡Bendito seas, Cristo, Hijo del Dios vivo!
Bendito seas, Hijo del hombre, Hijo de María.
Bendito, porque has entrado en la historia del hombre y del mundo, hasta el límite de la muerte:
Mors et vita duello conflixere mirando:
"Lucharon vida y muerte en singular batalla, y muerto el que es Vida, triunfante se levanta".
Sí. La historia del hombre y del mundo está marcada por el misterio de la muerte,
marcada, desde el comienzo hasta el fin, con el destino de morir.
Has tomado este sello sobre Ti, Hijo eternamente engendrado,
Hijo de la misma naturaleza que el Padre: Vida de Vida,
y la has llevado a través de los limites de la muerte, que pesa sobre la creación,
a través de los límites de nuestra muerte humana,
para revelar en ella al Espíritu que da la vida.

4. Todos nosotros, que venimos al mundo trayendo la muerte con nosotros,
los que nacemos de nuestra madre terrena
marcados por el destino ineluctable de la muerte,
vivimos por la fuerza del Espíritu
.
Y en la fuerza de este Espíritu, que se nos ha dado por el Padre,
por obra de tu muerte, Cristo,
atravesamos los límites de la muerte que está en nosotros
y nos levantamos del pecado a la Vida
revelada en tu Resurrección.
Tú eres el Señor de la vida, Tú, de la misma naturaleza que el Padre,
que es la Vida misma, junto contigo,
en el Espíritu Santo que es el Amor mismo,
 y precisamente el Amor y la vida.
En tu muerte, oh Cristo, la muerte se ha presentado inerme ante el Amor.
Y la Vida ha vencido.
Mors et vita duello conflixere mirando.
Dux vitae mortuus, regnat vivus.

5. Tú, que eres el Resucitado y "triunfante te levantas" para siempre,
quédate junto al hombre,
junto al hombre de hoy día
al que la muerte con su atractivo tenebroso
tienta e insidia de mil maneras.
Haz que él descubra la vida como don
que en cada una de sus manifestaciones revela el amor del Padre:
cuando se derrama en los renacidos por la fuente bautismal,
y brota en cada fibra del cuerpo
que se mueve, respira y se regocija;
cuando se desarrolla en la multiforme variedad de los animales,
o reviste la tierra de árboles, hierbas y flores.
Cada forma de vida tiene en tu Padre su origen inagotable.
De Él fluye sin cesar
y a Él vuelve infaliblemente:
a Él, generoso dador de todo don perfecto (cf. Sant 1, 17).

6. En Dios tiene origen de manera singular
la vida del ser humano,
que Él mismo modela a su imagen cuando despunta
en el seno materno.
Que no se extinga en el hombre contemporáneo
la maravilla reverente por el misterio de amor
que envuelve su entrada en el mundo.
Te pedimos, ¡Señor de los vivos!
Haz que el hombre de la era tecnológica
no se reduzca a sí mismo a objeto,
sino que respete, ya desde su primer comienzo,
la dignidad irrenunciable que le es propia.
Haz que viva, en sintonía con el plan divino,
la única lógica que le es propia,
la del don
de persona a persona
en un contexto de amor,
expresado a través de la carne con el gesto
que desde el principio
Dios quiso como sello del don.

7. Haz, Señor, que el hombre respete siempre
la dignidad trascendente de cada uno de sus semejantes,
ya sea pobre o hambriento,
prisionero, enfermo o moribundo,
herido en el cuerpo o en el espíritu,
víctima de la duda o tentado por la desesperación.
Él sigue siendo siempre hijo de Dios,
porque el don de Dios no pasa nunca.
A todos se ofrece el perdón y la resurrección.
Todo hombre merece respeto y apoyo.
Merece amor.

8. Dic nobis Maria, quid vidisti in via:
"¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?",
visitando, al alba del tercer día, la tumba,
el lugar donde había sido sepultado.
Cuéntanos, María Magdalena, tú que has amado tanto.
Tú que has encontrado la tumba vacía:
Sepulcrum Christi viventis,
et gloriam vidi Resurgentis.
¡El Señor vive! He visto al Resucitado.
Angelicos testes, sudarium et vestes.
¿Quién ha podido dar testimonio? ¿Qué lengua humana?
Sólo los ángeles podían explicar
lo que significaba aquella tumba vacía
y el sudario abandonado.
 ¡El Señor vive! He visto su gloria,
lleno de gracia y de verdad (cf. Jn 1, 14).
He visto la gloria.
Surrexit Christus spes mea:
"Resucitó de veras mi amor y mi esperanza.
Venid a Galilea, allí el Señor aguarda".

9. Sí. Primero allí, en la tierra que lo ha dado
como Hijo del hombre.
En la tierra de su infancia y de su juventud.
En la tierra de la vida oculta.
Primero allí, en Galilea para encontrar a los Apóstoles.
Y después...
¡Y después, mediante el testimonio de los Apóstoles,
en tantos lugares, en tantas naciones, pueblos y razas!
Hoy la voz de este Mensaje pascual
que ha resonado en Jerusalén,
junto a la tumba vacía,
desea llegar a todos:
Scimus Christum surrexisse a mortuis vere
.
Sí, estamos seguros de ello: Cristo ha resucitado verdaderamente.
Tú, Rey vencedor, da a tus fieles parte en tu victoria santa.

¡Amén, Aleluya!



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