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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL MINISTRO DE ASUNTOS EXTERIORES
DE LA REPÚBLICA POPULAR DE BULGARIA


Jueves 14 de diciembre de 1978

 

Señor Ministro:

Me complazco en dar la bienvenida a Vuestra Excelencia. a su Señora y a los dignos miembros del sequito. Deseo recibiros con el mismo espíritu de la promesa que hizo mi predecesor de venerada memoria, Juan XXIII, hace ya muchos años, cuando al terminar su misión de Representante Pontificio en Bulgaria. declaró que allí donde él se hallara, las puertas de su casa estarían siempre abiertas para recibir a un búlgaro.

Soy asimismo el sucesor del Papa Pablo VI y, como tal, me agrada recordar la visita que le hizo hace tres años el Excmo. Sr. Don Todor Jivkov, Pre­sidente del Consejo de Estado de la República Popular de Bulgaria. Dicha visita marcó el comienzo del intercambio abierto de puntos de vista y echó, por así decir, las bases de una búsqueda común y no estéril, de soluciones a los diversos problemas referentes a las relaciones entre la Iglesia y el Estado en Bulgaria.

Señor Ministro, sigo con atención el progreso social, cultural y espiritual del noble pueblo búlgaro, justamente apegado a su historia y tradiciones, que determinan su identidad y están en la base de su soberanía nacional. Como Pastor universal de la Iglesia católica, no me pasa inadvertido que el número de sus hijos —de rito latino y bizantino— es bastante reducido en Bulgaria.

Con todo, me gozo en saber que no sólo siguen siendo fieles a su Iglesia, sino que además dan ejemplo de cum­plimiento de los deberes de ciudadanos y prestan colaboración eficaz en el desarrollo de la nación a la que están orgullosos de pertenecer. En mi opinión, ello es consecuencia natural de la rica herencia espiritual y cultural transmitida al pueblo búlgaro por los Santos Cirilo y Metodio. Gracias a los fundamentos asentados por estos dos apóstoles, y tam­bién al testimonio admirable de otros muchos obispos y sacerdotes, ha sido posible demostrar que la fe cristiana y la cultura. lejos de ser extraña u oponerse la una a la otra, se enriquecen mutuamente. Por esta razón miro con interés las iniciativas varias tomadas conjuntamente por los organismos designados al efecto por Bulgaria y el Vaticano, para favorecer actos de colaboración concreta en el campo cultural.

Me congratulo, Señor Ministro, de los progresos ya realizados para dar a la Iglesia católica en Bulgaria la posibilidad de cumplir las tareas encomendadas, y deseo que puedan resolverse de modo satisfactorio las cuestiones en vías de examen todavía. Sabéis que la Iglesia católica —también en Bulgaria— no desea obtener privilegios; pero tiene necesidad de espacio vital —así como en todas partes—, para llevar a cabo su misión religiosa y poder trabajar —se­gún su naturaleza específica y con los medios que le son propios— en el desarrollo integral y pacífico de todo el hombre y de todos los hombres.

Nuestro pensamiento vuela también a los Pastores y fieles de la venerable Iglesia ortodoxa búlgara, y recuerdo con gozo y agradecimiento su participación en la ceremonia de inauguración de mi pontificado, con el envío de una Delegación especial.

Señor Ministro, le ruego tenga a bien transmitir al Señor Presidente de la República de Bulgaria mis votos sinceros. Me complazco en expresarle mis deseos de paz y prosperidad material y espiritual, en justicia y amor fraterno, para todo el pueblo búlgaro que me es tan querido.

 



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