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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE COLOMBIA ANTE LA SANTA SEDE*


Lunes 9 de abril de 1979

 

Señor Embajador:

Sea bienvenido Vuestra Excelencia que, presentando hoy les Cartas Credenciales, da comienzo a su misión de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Colombia ante la Santa Sede.

Gracias por sus cordiales expresiones de reconocimiento y devoción hacia esta Sede Apostólica. A través de ellas, me es dado también comprobar de cerca la proximidad humana y religiosa de todo un nobilísimo Pueblo, Colombia, cuya trayectoria actual, al igual que su historia del pasado, sigue sin duda beneficiándose de un patrimonio cultural y moral, de una comunión en la fe, fruto de la secular presencia evangelizadora de la Iglesia.

A este respeto, deseo expresar mi sentida complacencia porque en su País se han sabido apreciar en gran medica tales valores del espíritu, en cuanto constituyen buena parte de un substrato sólido para el bien común y para el progreso, como ha quedado reflejado en el último y reciente Concordato firmado con la Santa Sede.

A1 decir esto, quiero reafirmar la decidida voluntad de colaboración y asimismo el propósito de servicio al hombre por parte de la Iglesia, en conformidad con la misión recibida de su divino Fundador. Este fue también y no podía ser otro mi pensamiento constante, durante mi primera visita pastoral a Latinoamérica: proclamar en alta voz el compromiso indeclinable de servir al hombre para dignificarlo conforme al designio de Dios, perfeccionarlo progresivamente mediante el esfuerzo de la propia inteligencia y voluntad, en definitiva para salvarlo.

En este sentido, séame permitido manifestar toda mi confianza tanto en la Jerarquía eclesiástica, come en los sacerdotes, religiosos y seglares colombianos.

Sé muy bien – y me congratulo por ello – que su actividad de apostolado, por el hecho de ser un consciente servicio eclesial en favor de la persona no desligada de sus necesidades reales y de sus legítimas aspiraciones, tiende en el orden temporal únicamente a “ impregnarlo de espíritu evangélico ”.

Tan lejos de este espíritu estaría el reducir la misión de la Iglesia a una simple tarea cultual o devocional, como el pretender asignarle un cometido, si no exclusivo al menos prioritario, de favorecer por todos los modos el cambio político-social.

La labor de la Iglesia se desarrolla en un marco más amplio e indiscriminado; su servicio desinteresado, animado por la caridad activa, se dirige ante todo a cultivar al hombre, primordialmente en aquello que lleva dentro de sí de más valor y que es fuente de su dignidad eminente: la imagen de Dios. Una imagen que para ser auténtica necesita proyectarse en todos los campos –profesional, familiar, cultural, social...– donde la persona humana crece y se ennoblece, afianzándose día a día en su experiencia directa, orientada a lograr una comunidad humana cada vez más justa, solidaria y pacífica. 

Para que estos deseos se conviertan en una espléndida realidad en Colombia, imploro la constante ayuda del Altísimo, a la que encomiando la misión de Vuestra Excelencia, a les Autoridades y ciudadanos todos de su querido País.


*AAS 71 (1979), p. 662-663.

Insegnamenti di Giovanni Paolo II? Vol. II, 1979 1 pp.830-831.

L’Attività della Santa Sede 1979 pp. 245-246.

L'Osservatore Romano 10.4.1979 pp.5, 6.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.15, p.4.

 



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