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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE DIÁCONOS DE RATISBONA, ALEMANIA

Sábado 21 de abril de 1979

 

Excelencia,
muy estimado señor regente,
queridos diáconos:

Con la alegría de la octava pascual os saludo cordialmente durante este breve encuentro. ¡La paz del Señor resucitado esté con todos vosotros!

Durante vuestra estancia en la Ciudad Eterna, habéis querido hacer también una visita al Obispo de Roma, para reafirmar ante él mismo, con toda la Iglesia, vuestra fe en la misión universal del Papa. A él, como a Sucesor de San Pedro, el primer testigo audaz de la resurrección de Cristo, le incumbe hoy día la obligación de confirmar a los hermanos en la fe (cf. Lc 22, 31 s.).

Con especial alegría quiero corresponder ahora a este encargo en relación con vosotros, felicitaros de corazón, como diáconos, por vuestra vocación, y animaros en vuestro camino hacia el sacerdocio. Es algo grande ser seleccionado por Dios para participar de cerca en la misión salvífica de su Hijo, en la redención de la humanidad. La gracia de la vocación al sacerdocio es, como he subrayado recientemente en mi Carta a los sacerdotes, "el don más grande del Espíritu Santo" (cf. núm. 2). Es un tesoro precioso que llevamos en envases frágiles, y que por eso mismo tiene que ser custodiado con particular esmero.

Coged este don con ambas manos sin titubear y sin angustiosos prejuicios, con toda la disponibilidad de servicio para el Pueblo de Dios, con amor decidido y disposición sacrificial para Cristo y su Iglesia. Llamando cordialmente vuestra atención sobre otra palabra de la ya citada Carta, os diré que toméis conciencia y os preparéis bien para vuestra misión, ya que "resultará siempre necesario a los hombres el sacerdote que es consciente del pleno sentido de su sacerdocio: el sacerdote que cree profundamente, que manifiesta con valentía su fe, que reza con fervor, que enseña con íntima convicción, que sirve, que realiza en su vida el programa de las bienaventuranzas, que sabe amar desinteresadamente, que está cerca de todos y especialmente de los más necesitados" (núm. 7).

Que la gracia de Dios, y al mismo tiempo vuestro personal esfuerzo religioso, os haga vivir en plenitud el sacerdocio, os acompañe mi oración especial y, al mismo tiempo, mis sinceros deseos para vuestro obispo y vuestra diócesis. El ejemplo patente de buen sacerdote será el medio más eficaz para suscitar nuevas vocaciones al sacerdocio. Para ello, con la abundante gracia de Cristo resucitado y Eterno Sacerdote, imparto a todos la bendición apostólica.

 



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