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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE PEREGRINOS DE BRESCIA, ITALIA


Martes 24 de abril de 1979

Queridísimos fieles de Brescia:

1. Vuestro corazón y vuestra fe os han traído a Roma, a la casa del Sucesor de Pedro, junto con vuestro amadísimo obispo y numerosas autoridades civiles. Habéis venido para elevar plegarías de sufragio en la Basílica Vaticana, que guarda —no lejos. de la tumba de San Pedro— los restos del Papa Pablo VI, y, además, para encontraros con el que hoy es su sucesor.

Os acojo con afecto profundo y os saludo, uno a uno, con particular benevolencia, y en vosotros quiero saludar a toda la diócesis de Brescia, a la que representáis.

Sabed que en el espíritu del Papa hay un puesto especial reservado para vosotros, paisanos de mi inolvidable predecesor. Brescia, diócesis de grandes tradiciones católicas y de una población profundamente religiosa, está y permanece en mi corazón, como lo estaba en el corazón del Papa Pablo VI.

2. Mientras os expreso mi agradecimiento por la visita, deseo manifestaros, ante todo, mi complacencia sincera por la primera finalidad que caracteriza esta peregrinación: es decir, honrar la memoria de: Papa Pablo VI.

Al pronunciar este nombre, que evoca un período histórico extremadamente intenso de acontecimientos, resalta al punto en la mente la figura gigantesca del gran Pontífice que, en un período ciertamente no fácil de le historia de la Iglesia, nos ha enseñado, con un martirio cotidiano de solicitud y de trabajo, lo que significa amar y servir verdaderamente a Cristo y a las almas.

:Particularmente sensible a las instancias de la cultura moderna, conocedor agudo de la múltiple y amplia problemática del mundo actual, consciente en sumo grado de la responsabilidad de su alto ministerio, partícipe del sufrimiento físico y moral de toda la humanidad, Pablo VI, enamorado de Cristo y amigo de cada uno de los hombres. servidor fiel de la verdad en la caridad, y defensor infatigable de los derechos de Dios y del hombre, he sido y será siempre gloria imperecedera de Brescia, de Italia y de la Iglesia!

Frente a la secularización que ha embestido a la sociedad y a los fermentos que han turbado desde dentro a la Iglesia en los años pasados, Pablo VI, incomprendido, y a veces incluso calumniado, fue siempre un faro de luz para todos los hombres, confirmando continuamente en la fe a sus hermanos. Me agrada recordar lo que he escrito de él en la reciente Encíclica Redemptor hominis: «Como timonel de la Iglesia, barca de Pedro, sabía conservar una tranquilidad y un equilibrio providencial, incluso en los momentos más críticos, cuando parecía que ella era sacudida desde dentro, manteniendo una esperanza inconmovible en su compactibilidad... Se debe gratitud a Pablo VI porque, respetando toda partícula de verdad contenida en las diversas opiniones humanas, ha conservado igualmente el equilibrio providencial del timonel de la barca» (núms. 3 y 4).

Los discursos, las Encíclicas, las Exhortaciones Apostólicas que nos ha dejado en herencia, son un monumento de doctrina, una verdadera Summa Theologica.

Por eso, es para mí motivo de alegría y satisfacción la oportuna iniciativa emprendida por vuestra diócesis de dar vida al Instituto "Pablo VI" para un estudio profundo de la personalidad y de las obras de este gran Pontífice y de su tiempo.

Sé que se está estructurando, con interés y seriedad, este centro internacional, que ha comenzado ya recientemente su actividad; será, entre otras cosas, un instrumento válido a disposición de los estudiosos de todo el mundo para sus investigaciones

Deseo de corazón que este instituto vivat, crescat et florescat.

3. Entreveo también otro motivo en la finalidad de vuestro encuentro de hoy con el Papa: recibir de él una palabra de aliento y orientación para vuestro compromiso cristiano.

Os digo, pues, junto con el Papa Pablo VI: «Brescianos, sed fieles, prometeos a vosotros mismos y asegurad a las nuevas generaciones que conservaréis sólido, fuerte, completo, fecundo el patrimonio de la fe cristiana" (Pablo VI, discurso a la peregrinación bresciana del 25 de enero de 1965).

Brescia es célebre por sus iniciativas culturales y editoriales: por tanto, deseo dirigiros una exhortación viva a sembrar siempre y sólo la buena semilla de la verdad. Nosotros debemos dar la certeza y la seguridad de la verdad, en nombre de Jesús que dijo: «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8, 12). »Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37).

Hoy más que nunca es necesario, ame todo, sembrar la buena semilla de la verdad metafísica. En efecto, las confusiones teológicas y las crisis morales generalmente tienen como causa una crisis filosófica. Es necesario permanecer firmes en la buena y sana metafísica, que se remite al Absoluto, al Dios único y trascendente, creador y ordenador del universo y del hombre. En efecto, sin el Absoluto metafísico, falta el "fundamento" para toda construcción y cualquier error puede ser justificado.

En la Encíclica Humani generis, Pío XII escribía con sabiduría y preocupación: «Todos saben cuánto aprecia la Iglesia el valor de la razón humana, a la que corresponde el deber de demostrar con certeza la existencia de un solo Dios personal, demostrar invenciblemente por medio de los signos divinos. los fundamentos de la misma fe cristiana... Pero este deber podrá ser realizado convenientemente y con seguridad si se cultiva debidamente la razón...» (ASS 42, 1950, 562-63).

Es necesario también sembrar la verdad revelada, como la anunció el divino Maestro y como la enseña el Magisterio de la Iglesia, con asistencia divina, convencidos de lo que dijo el mismo Jesús: «El que no está conmigo está contra mí. y el que no recoge conmigo, derrama» (Lc 11. 23).

Sólo así se contribuirá a alimentar y fortificar una fe genuina y profunda, que ilumine y oriente toda la actividad del cristiano. Hoy no basta una fe vaga y superficial, sino que es necesaria una fe iluminada e intensamente vivida, que florezca en obras coherentes de bien.

Sembremos, pues, a manos llenas la verdad y tratemos de hacer cada vez más convencida y sólida nuestra fe: ésta es la consigna que os dejo en nombre de la Iglesia, en recuerdo de Pablo VI, en el ansia impresionante y exigente del mundo de hoy.

Os asista María Santísima, la "Virgen de las Gracias". profundamente amada y frecuentemente recordada con tanta nostalgia por Pablo VI.

El tierno amor de este llorado Pontífice hacia la Virgen os sirva de ejemplo, y os acompañe juntamente mi cordial bendición, que gustosamente extiendo a cuantos os son queridos.

 



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