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VISITA PASTORAL A VÉNETO

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 
CON LA POBLACIÓN DE TREVISO

Aeropuerto de Treviso
Domingo 26 de agosto de 1979

 

Agradezco de corazón al señor obispo de Treviso las cordiales y nobles palabras que me han traído el saludo de toda la diócesis, en este esperado encuentro que corona una jornada tan intensa de contactos, de coloquios, de íntimas emociones, de panoramas evocativos y entusiasmantes.

En el momento en que estoy para dejar este espacio de tierra véneta, bendita y querida, constelada de campanarios y cimas alpinas, elocuente por sus sugestivas invitaciones a la contemplación y a la oración, no puedo ocultar la profunda conmoción que invade mi espíritu. Ha sido, efectivamente, una inmersión estática y gozosa en una naturaleza encantadora por su belleza y en una atmósfera plena de religiosidad que he encontrado confortadora, sobre todo en el contacto directo con estas generosas poblaciones, espiritualmente ancladas en sólidas tradiciones de fe y de prácticas cristianas. Así puedo comprender todavía más a fondo la amplitud y el vigor de las virtudes sacerdotales que caracterizaron y definieron toda la personalidad de mi inmediato Predecesor, cuyo pueblo natal me satisface haber podido visitar.

Al partir ahora de la amada ciudad de Treviso, permítaseme recordar que en esta diócesis nació el gran Pontífice San Pío X, alma excelsa de maestro y de apóstol, que aquí, desde los primeros años de su sacerdocio, puso de manifiesto su viva e infatigable ansia pastoral, que haría de él, más tarde, un Papa eminente, defensor de la fe, de la verdad, de la justicia; un hombre de Dios, animado siempre por una interpretación sobrenatural de las vicisitudes del mundo y de la historia. Precisamente en estos días hemos celebrado el 65 aniversario de su muerte, acaecida el 21 de agosto de 1914 y en este año se conmemora también el 25 aniversario de su canonización.

Dejo Canale d'Agordo, Belluno y Treviso habiendo comprobado una vez más lo imprescindible que es para el cristiano la asimilación vital de la verdad evangélica, tan capaz de desencadenar y potenciar todas las reservas de tenacidad, de paciencia y, sobre todo, de confianza en el Señor y en su victoria. En este marco, se comprenden bien las grandes figuras recientes de San Pío X y de Juan Pablo I, hijos de esta tierra que, en contingencias históricas muy diversas, dieron tan convincente testimonio del Evangelio y de Cristo.

Al despedirme de los queridos hijos e hijas de la diócesis de Treviso, dignamente representados aquí por su Pastor y por un nutrido grupo de clero y fieles, mientras expreso mi pesar por no poder detenerme más tiempo, deseo dejar como recuerdo algunas palabras de exhortación y estímulo que el Papa Juan Pablo l pronunció en su primer mensaje , al Colegio Cardenalicio, a la Iglesia y al mundo en el alba de su pontificado: «Llamamos ante todo a los hijos de la Iglesia a tornar conciencia cada vez mayor de su responsabilidad: "Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 13 ss.)... Los fieles deben estar dispuestos a dar testimonio de la propia fe ante el mundo: "Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere" (1 Pe 3, 15). La Iglesia, en este esfuerzo común de responsabilización y de respuesta a los problemas acuciantes del momento, está llamada a dar al mundo ese "suplemento de alma" que tantos reclaman y que es el único capaz de traer la salvación» (Enseñanzas al Pueblo de Dios, 1978, pág. 37).

Y ahora, quiero elevar un himno de gratitud al Altísimo que me ha permitido vivir horas intensas e inolvidables, acompañadas de manifestaciones de entusiasmo, de cordialidad y de profunda devoción hacia el humilde Vicario de Cristo.

Mi pensamiento se dirige una vez más, con particular afecto, al Presidente del Consejo de Ministros, a todas las autoridades civiles y militares, a los alcaldes y a cuantos han tomado parte en esta jornada tan significativa.

Dirijo un saludo particularmente caluroso y fraterno al cardenal Patriarca de Venecia y a los prelados de la región Trivéneta, especialmente al obispo de Belluno y Feltre que, junto con su clero, ha sabido hacer vivos y entusiastas los encuentros con los fieles de esa diócesis.

Quiero, por último, formular un paternal deseo que, saliendo de lo más profundo de mi corazón, se transforma en plegaria al Señor: que el gozo de este día, gozo de fe y de comunión, no decaiga jamás, sino que nos acompañe como eco sereno que endulce nuestros ánimos y sea inspirador de estimulantes certezas en los momentos de prueba, con el convencimiento de que el Señor está siempre cerca, como lo hemos podido advertir hoy con especial consoladora intensidad.

En prenda de la emoción que me embarga en este momento, abrazo con paterna benevolencia a todas las personas con quienes me he encontrado y a cuantos me han seguido con el pensamiento y la oración, mientras, propiciadora de todas las gracias celestiales que deseamos, imparto una vez más sobre la querida Italia y sobre la familia humana la bendición apostólica.

 



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