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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE NÍGER ANTE LA SANTA SEDE*


Viernes 21 de diciembre de 1979

 

Señor Embajador:

Vuestra misión se inaugura hoy con la presentación solemne de vuestras Cartas Credenciales. Y me gozo por este primer contacto. Me complazco en que el Excmo. Sr. Coronel, Seyni Kountché, le haya dado su confianza para contribuir a estrechar aún más las relaciones entre la Santa Sede y la República de Níger. Estas relaciones son ya muy cordiales al estar caracterizadas por la comprensión y el respeto mutuo. Esto viene a decir que al encuadrarse en un contexto de amistad que no data de ayer, vuestra tarea se presenta muy favorable.

Quisiera expresarle, Excelentísimo Señor, sentimientos de viva gratitud por sus deferentes palabras y la felicitación de Navidad. En efecto, faltan pocos días para la fiesta con que los cristianos conmemoran cada año el nacimiento de Jesús. ¿Cómo dejará de unirse mi pensamiento en este momento muy especialmente a los católicos de Níger que se preparan con fe a esta celebración religiosa? Los votos presentados por el jefe del Estado a los que ha tenido la amabilidad de sumarse, me impresionan hondamente, a la vez que ponen de manifiesto el testimonio dado por la Iglesia y los miembros de ésta que residen en su país.

La Sagrada Escritura venerada por los cristianos, atribuye a Jesús el título de "Príncipe de la Paz". Y a mí se me confió el año pasado la misión de recibir y proclamar este mensaje de paz y amor dirigido a los hombres de buena voluntad sin discriminación alguna, a los más humildes y a los más grandes de este mundo. Mis iniciativas varias y las de la Santa Sede, y mis viajes, quieren por tanto traducir incesantemente la idea fundamental explicada tantas veces por mi predecesor, el Papa Pablo VI, de que la paz es posible, que es urgente y reclama la aportación de todos.

Semejante lenguaje se coloca por encima de barreras políticas o raciales, y también de tradiciones particulares heredadas de las religiones. Me parece que no hay duda de que cada uno puede entenderlo; mucho más aún, cuando se nota por todas partes un deseo muy acusado de no contentarse ya con la carrera en pos de un progreso sólo material, que sin embargo es indispensable, o tras los bienes que pasan; y comienza a aparecer en función de convicciones filosóficas o religiosas, la aspiración a otro ideal en que predominen los valores del espíritu.

Me gustaría rogarle a mi vez, Excelentísimo Señor —¿acaso no consiste el rol del Embajador en hacerse eco de lo que ve y entiende?—, que presente mi saludo amistoso al conjunto de la comunidad nacional nigeriana y a sus dirigentes. Deseo fuertemente que Níger siga juzgando siempre esenciales —como lo decía usted mismo— la armonía, la libertad y la tolerancia. ¡Ojalá dé ejemplo por el empeño en seguir desarrollando estas cualidades, del clima de paz que le es propio, y sin el que no podría ciertamente proseguir la marcha hacia el progreso verdadero!

Que el Todopoderoso bendiga los esfuerzos valientes de vuestro pueblo y ayude asimismo a vuestra persona en el ejercicio de sus nuevas responsabilidades.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, 1980, n.6, p.6.

 



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