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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS JÓVENES EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO


Miércoles 14 de febrero de 2008

 

Muchachas y muchachos queridísimos:

Hoy os veo muy numerosos y entusiastas como siempre. Os saludo a todos juntos con mucho afecto. Sé que venís de varios colegios y pertenecéis a diversos grupos, pero para mí sois todos igualmente queridos. Estad ciertos siempre de que el Papa está muy cercano a vosotros y espera mucho de vosotros, del gozoso tesón de vuestro testimonio cristiano y de la seriedad con que os preparáis a tomar parte con sentido de responsabilidad en la construcción de un porvenir mejor para el mundo entero.

Estáis enterados sin duda del viaje que realicé hace poco a México para encontrar en Puebla a los representantes de todos los obispos de América Latina. Pues bien, quiero invitaros también a vosotros a dirigir vuestro pensamiento de jóvenes cristianos al trabajo que han realizado allí estos días dichos obispos sobre el tema de la evangelización en el presente y en el futuro de aquel continente.

Evangelizar quiere decir anunciar el Evangelio, y el Evangelio se resume en la persona de Jesucristo; en lo que El ha dicho y hecho o, mejor, en lo que significa El personalmente para nosotros como liberación radical de toda forma de mal.

Queridos muchachos: A vosotros, como a los pueblos de América Latina, éste es el único mensaje que tengo que anunciaros: poned como aguijón de vuestra vida a Jesucristo precisamente, a ese Jesucristo que, según la carta a los hebreos, es «el mismo ayer y hoy y por los siglos» (Heb 13, 8).

Y este Jesús es el que anunciaron en América los primeros misioneros cuando arribaron por vez primera hace más de cuatrocientos años. Este Jesús es el que todavía hoy constituye la razón de ser de millones de hombres de aquellos países, hombres que no han abandonado sino ennoblecido en El las antiguas tradiciones de sus antepasados. Este Jesús es el que les da fuerza para llevar a efecto el compromiso de edificar una sociedad más justa y humana. Y será siempre este Jesús, Hijo de Dios y Señor nuestro, quien jamás abandonará en el futuro a su Iglesia diseminada por el mundo, sino que le infundirá siempre mediante su Espíritu, capacidad para que los hombres descubran cada vez más la belleza de ser cristianos.

Por ello es necesario que reforcemos más los vínculos de nuestra comunión eclesial. Todos debemos sentirnos más aún «Iglesia» y «Pueblo de Dios». Mis queridos hermanos en el Episcopado del continente latinoamericano están dando este testimonio de unidad, «el amor de Cristo les impulsa» (cf. 2Cor 5, 14) a obligarse por el Evangelio en favor de su pueblo, y en ello coadyuvan con eficiencia los miembros más hechos de aquellas Iglesias. es decir, gran número de sacerdotes, religiosos y laicos que gastan la vida en formar un Pueblo de Dios asentado en la justicia, la verdad y el amor. Pero debemos orar para que el Señor suscite más vocaciones y más cualificadas para promover evangélicamente aquellas amadas comunidades.

Queridos muchachos: Tarde o temprano tendréis que pensar también vosotros en cómo haceros útiles para mejorar la sociedad humana y el mundo en que vivimos. Entonces pensaréis también en lo que podrá ser más eficaz y mejor a este fin. Pues bien, recordad que sólo con el Evangelio de Jesucristo seréis capaces de liberar de verdad al hombre de toda esclavitud y darle la felicidad más honda. Pues, en efecto, el Evangelio coloca en el centro el amor y no el odio, la igualdad de todos y no la opresión ejercida por unos pocos, el diálogo de la paz y no el choque de la lucha, la persona humana y no una ideología abstracta, el impulso a la vida en todas sus manifestaciones y jamás la vejación de la vida.

Esto es lo que están haciendo con la ayuda de Dios y la protección de la Virgen de Guadalupe, los verdaderos cristianos de América Latina en unión y sintonía con sus obispos.

Y esto es lo que os deseo también a vosotros de todo corazón, a la vez que os bendigo paternamente a vosotros y a vuestros seres queridos.

 



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