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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE TAILANDIA ANTE LA SANTA SEDE*


Sábado 17 de febrero de 1979

 

Señor Embajador:

Es la segunda vez que le recibo y presento mis respetos en pocos meses. En octubre vinisteis, en representación de Su Majestad el Rey Bhumibol y del Gobierno y pueblo de Tailandia, a la inauguración de mi ministerio papal. Hoy os convertís en su Representante permanente en calidad de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario ante la Santa Sede. Renuevo mis deseos cordiales de bienestar a Su Majestad el Rey de Tailandia y pido toda clase de bendiciones para el pueblo tal y sus dirigentes.

Conozco bien el elevado valor que vuestra nación atribuye a la libertad y el hondo interés que ha mostrado por el hombre que busca liberación y luz. Esta actitud indica profundo respeto al hombre, a sus derechos y posibilidades. Me alegro al comprobar que existe tal respeto al hombre, a quien la religión cristiana ve hecho a imagen y semejanza de Dios, que le ha dado poder sobre las obras de la creación. Esta concepción evitará convertirlo en esclavo de un sistema. No consentirá que se tomen decisiones basadas en concepciones ideológicas sobre el hombre en abstracto, sin tener en cuenta al mismo tiempo el bien de los seres humanos tal como existen en la realidad. Será salvaguardia de la dignidad de cada individuo y cada pueblo. Y de este modo, constituirá una base firme para la paz dentro de los Estados y en la comunidad internacional.

Como afirmé en octubre último cuando hablé al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, la Iglesia católica anhela llevar a la práctica la solicitud de Cristo, y para ello, a la vez que trabaja por la salvación eterna del hombre, lo cual es su primer deber, no puede dejar de poner interés activo también en el bien y progreso de los pueblos ya en este mundo. La contribución principal de la Iglesia en este campo se lleva a cabo a través de la formación de las conciencias, tratando de hacer espiritualmente más maduras a las personas, más abiertas a los demás y dispuestas a ayudar a los que lo necesitan. Considera deber suyo rendir este servicio y espera poder contar con la comprensión de las autoridades civiles en el cumplimiento de su misión.

Me complazco al saber que desde hace tiempo han existido relaciones cordiales entre Tailandia y la Santa Sede, y confío en que continuarán produciendo frutos valiosos para bien de todos. Cuento con la ayuda de Vuestra Excelencia al asegurarle que en el futuro dichas relaciones serán todavía más fructíferas; y le prometo mi pronta colaboración y la de todas las personas de la Santa Sede, para conseguir tal fin. Dios bendiga a Vuestra Excelencia y bendiga vuestra alta misión.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.14, p.11.

 



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