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ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON LOS JÓVENES EN LA BASÍLICA VATICANA


Miércoles 8 de febrero de 1979

 

Queridísimos:

1. Antes de nada deseo dirigir a cada uno de vosotros un saludo cordial y un agradecimiento sincero: vuestra presencia, tan numerosa y alegre, es un testimonio significativo del amor que os une al Papa, en quien sabéis reconocer al Vicario de Cristo, con fe iluminada y penetrante.

Por eso me resulta fácil abrir el diálogo con vosotros, un diálogo sencillo y familiar, que querría sintierais cada uno como dirigido a él personalmente. ,Hoy el tema de nuestra conversación nos lo sugiere la solemnidad litúrgica del "miércoles de ceniza". Vosotros sabéis que en este día, con el que comienza el período de preparación a la Pascua, la Iglesia impone la ceniza sobre la cabeza de los fieles y los invita a la penitencia. Esta palabra "penitencia" se repite en muchas páginas de la Sagrada Escritura, resuena en la boca de tantos Profetas y, en fin, de modo particularmente elocuente, en la boca del mismo Jesucristo: "Arrepentíos, porque el reino de los cielos está cerca" (Mt 3, 2).

2. La "penitencia" en sentido evangélico significa sobre todo "convertirse". Jesús contesta el modo puramente externo con el que muchos de sus contemporáneos cumplían los actos propios de la penitencia: la limosna, el ayuno, la oración. Ellos descuidaban la finalidad verdadera de estos actos, que era la purificación interior, necesaria para poderse encontrar con la santidad misericordiosa de Dios en lo íntimo de la conciencia, "en el secreto del corazón".

¿Recordáis aquella página singular del Evangelio según San Mateo?: "Cuando hagas, pues, limosna, no vayas tocando la trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas..., para ser alabados de los hombres...; no sepa tu izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna sea oculta, y el Padre que ve lo oculto, te premiará.

"Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en pie en las sinagogas y en los ángulos de las plazas para ser vistos de los hombres... Tú, cuando ores, entra en tu cámara y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará" (Mt 6, 2-6).

Así, pues, éste es el verdadero significado de todo auténtico empeño "penitencial": sustraerse a la corriente de las cosas exteriores, hacer callar el estrépito invasor de tantas voces humanas, para recogerse en sí mismos, en la propia interioridad más profunda, porque en el silencio de la conciencia nos espera Dios. En efecto, cuando Jesús dice: "entra en tu cámara y cierra la puerta", no invita a un aislamiento que sea fin por sí mismo. Aquel "cerrar la puerta" está en función de la única, decisiva apertura del corazón humano: la apertura a Dios: "tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará". En el encuentro con Dios está la "recompensa" que anhela todo corazón humano: la experiencia del perdón y de la liberación espiritual.

3. La penitencia, pues, no es sólo esfuerzo; es también alegría. Más bien, alguna vez es una gran alegría del espíritu humano, una alegría que no puede surgir de otros manantiales.

Queridísimos jóvenes: ¿No os parece que muchos coetáneos vuestros no gozan ya, en cierta medida, del sabor de esta alegría? No gozan de ella porque han perdido el sentido profundo de aquel esfuerzo espiritual que permite encontrarse de nuevo a sí mismo en toda la verdad de la propia humanidad. Nuestra civilización, sobre todo en Occidente —vinculada como está al desarrollo de la ciencia y de la técnica—, entrevé la necesidad del esfuerzo intelectual y físico; en cambio, no considera suficientemente la importancia del esfuerzo necesario para recuperar y promover los valores morales que constituyen la más auténtica interioridad del hombre. Y paga su tributo con esa sensación de vacío y de extravío que acusan especialmente los jóvenes, a veces incluso de modo dramático.

La liturgia austera del "miércoles de ceniza" y, después, todo el período de la Cuaresma, constituyen una llamada sistemática al descubrimiento de aquellos valores y a la experiencia renovada de aquel encuentro con Cristo, el único que puede dar sentido pleno a la vida. Lo afirmamos con claridad: la Cuaresma es el camino hacia la alegría del encuentro con Cristo resucitado.

Mi deseo es que cada uno de vosotros, y con vosotros tantos, tantísimos jóvenes, sepan aprovechar la oportunidad que ofrece este período del año litúrgico para ponerse valientemente en camino.

Con mi bendición apostólica.

 



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