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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A VARIOS RECTORES DE SEMINARIOS INGLESES,
ESCOCESES Y DE MALTA


Sábado 3 de marzo de 1979

 

La presencia aquí esta mañana de un grupo de rectores de seminarios y, entre ellos, de importantes Colegios Pontificios de esta ciudad, me trae a la mente numerosas consideraciones. Hay muchas ideas que como Obispo de Roma y Papa de la Iglesia universal, deseo compartir con vosotros, queridos hermanos míos e hijos en el sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo. Pero espero que mis palabras de hoy lleguen también a conocimiento de otros rectores de seminarios esparcidos por el mundo y que, a través de ellos, alcance la expresión de mi amor a sus estudiantes.

Por consiguiente, mi primer pensamiento hoy es para los seminaristas. Os ruego seáis portadores de mi saludo, asegurándoles en mi nombre que su fidelidad significa mucho para la Iglesia, que el futuro de la evangelización depende en gran parte de su generosidad, y que tienen un gran papel que representar en la renovación auténtica del Pueblo de Dios, querida por el Concilio Vaticano II. Sí, mi mensaje a los seminaristas es mensaje de profundo interés por su bien y de hondo afecto hacia ellos en cuanto futuros compañeros en el Evangelio de Cristo.

Precisamente por la gran esperanza que tengo en los seminaristas de esta generación, me complazco particularmente en reflexionar con vosotros, sus rectores, sobre vuestra misión. Habéis sido llamados por vuestros obispos a ejercer una tarea de especial liderazgo espiritual en la Iglesia de Cristo. Y hoy deseo hablaros de algunos puntos fundamentales, a fin de confirmaros en vuestra misión.

Meditando vosotros mismos sobre estos temas, veréis con más claridad los objetivos de vuestro ministerio específico al servicio de la formación de los futuros sacerdotes. Tendréis así criterios claros para conocer lo que la Iglesia desea que esté antes que nada en la base de la vida del seminario; y tendréis directrices claras para determinar las prioridades de vuestra institución y los medios que conducen de verdad a llevar a la práctica dichas prioridades.

En una palabra, la primera prioridad de los seminarios hoy en día es la enseñanza de la Palabra de Dios en toda su pureza e integridad, con todas sus exigencias y todo su poder. La Palabra de Dios y sólo la Palabra de Dios, es el fundamento de todo ministerio, de toda actividad pastoral, de toda acción sacerdotal. El poder de la Palabra de Dios fue la base dinámica del Concilio

Vaticano II, y Juan XXIII lo puso de manifiesto claramente el día de la inauguración: «Lo que principalmente atañe al Concilio Ecuménico es esto: que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz» (Discurso del Papa del 11 de octubre de 1962). Y si los seminaristas de esta generación han de estar adecuadamente preparados a asumir la herencia y el reto de este Concilio, deben estar formados sobre todo en la Palabra de Dios, en «el sagrado depósito de la doctrina cristiana». Todos conocemos el amor que San Pablo tenía a la Palabra de Dios y con cuánta urgencia son aplicables sus palabras a todos los sacerdotes de la Iglesia: «Guarda el buen depósito por la virtud del Espíritu Santo que mora en nosotros» (2 Tim 1, 14). En el desempeño de esta sagrada responsabilidad, los seminarios deben jugar papel primario y dar testimonio relevante.

Un segundo punto de gran importancia que afecta profundamente a los seminarios hoy en día es el de la disciplina eclesiástica. Con sencillez y autenticidad, Juan Pablo I habló a su clero de la «gran disciplina» (Discurso del 7 de septiembre de 1978; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 17 de septiembre de 1978, pág. 12). Dijo en esta ocasión: «La "gran disciplina" requiere un clima adecuado. Ante todo, el recogimiento». Tengo la convicción de que en este clima adecuado, con la ayuda de Dios se conseguirá y mantendrá con alegría la gran disciplina necesaria en los seminarios. Y la razón de todo ello es el aguijón del amor a Dios y a los hermanos. El sacrificio, esfuerzo y generosidad inherentes a la preparación al sacerdocio tienen sentido sólo si se hacen «propter regnum Dei, por el reino de Dios». Y sólo con la oración son posibles.

Cuando se tiene la Palabra de Dios como base de toda la vida y formación del seminario, y cuando los seminaristas abrazan la gran disciplina de la Iglesia como servicio de caridad, entonces los seminarios se convierten, según las palabras de Pablo VI, en «casas de viva fe y de auténtico ascetismo cristiano, y en comunidades gozosas sostenidas por la piedad eucarística» (Discurso del 16 de abril de 1975; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 20 de abril de 1975, pág. 4).

En los años próximos, todos nosotros debemos trabajar por la purificación de la Iglesia, de acuerdo con el Evangelio y siguiendo las directrices del Concilio Vaticano II. Actuando así esperamos ofrecer su Iglesia —santa y digna de este amor— al Salvador, una Iglesia en la que muchos jóvenes se dejen imbuir del misterio de Cristo y, fundamentando su vida en su Palabra, se embarquen en una preparación generosa a su ministerio.

Esta preparación y formación dependen en gran parte de vosotros. Os lo repito: habéis sido llamados a ejercer una tarea de especial liderazgo espiritual en la Iglesia. Cristo cuenta con vosotros, y con vosotros está. También el Papa está con vosotros y os bendice.

 



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