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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE PAKISTÁN ANTE LA SANTA SEDE*


Viernes 30 de marzo de 1979

 

Señor Embajador:

El saludo de Su Excelencia el Presidente Mohammad Zia-ul-Haq, y del pueblo de Pakistán, de que se ha hecho portador, merecen mi mayor aprecio. Le agradezco también las palabras acerca del reconocimiento que se ha ganado la Iglesia católica en vuestro país por el modo de responder a su vocación de trabajar en favor del mejoramiento de la vida humana.

Como usted sabe, la Iglesia considera un deber el contribuir a la realización de las capacidades del hombre. La realización suprema y esencial reside en la relación del hombre con Dios, en la aceptación y puesta en práctica del designio de su Creador. Este designio incluye muchas capacidades otorgadas al hombre para el desarrollo de su vida personal y de sus relaciones con los demás. La Iglesia está convencida de que no hace sino cumplir un deber asignado por Dios, cuando desempeña su tarea de ayudar a conseguir que los seres humanos disfruten en todos los sitios de la salud, alimento y casa necesarios para su bienestar corporal, y de la educación, cultura y libertad imprescindibles para el desarrollo de sus facultades mentales; y cuando lucha porque avance el reino de la justicia, la paz y la amistad entre individuos y grupos. La Iglesia considera todo ello parte de su misión de trabajar por establecer las debidas relaciones de los seres humanos con Dios, en quien vivimos, nos movemos y somos.

Su Excelencia puede estar seguro de que la Iglesia seguirá colaborando en el esfuerzo del pueblo de Pakistán por conseguir un nivel de vida mejor y por la comprensión, la armonía y la paz. Pido al Altísimo que guíe y asista a vuestros compatriotas y a sus jefes en esta empresa. Es una empresa reclamada por la dignidad humana y que si se persigue con dignidad, no dejará de obtener las bendiciones de Dios.

Pido también a Dios que derrame sus gracias sobre Vuestra Excelencia en el desempeño de vuestra importante misión al servicio de vuestro país y de la humanidad, en cuyo cumplimiento puede usted contar con mi pronta colaboración y la de la Santa Sede.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 17, p.10.

 



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