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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS ALPINOS DE ITALIA


Sábado 19 de mayo de 1979

Queridísimos alpinos de Italia:

Bienvenidos a esta histórica plaza de San Pedro.

Al celebrar este año en Roma vuestra reunión periódica, densa de recuerdos, de nostalgias, de poesía y de amistad, también habéis querido encontraros con el Papa.

¡Alpinos de Italia! Ancianos, veteranos de tantas guerras, quizá heridos y mutilados, graduados y humildes soldados, capellanes militares, condecorados y beneméritos, jóvenes que pertenecéis a este cuerpo generoso y valiente, recibid mi más cordial saludo.

Os agradezco sinceramente que hayáis venido. Os agradezco en particular vuestros sentimientos de fe, estima, simpatía y afecto, y querría que cada uno sintiera en lo profundo de su espíritu cuánto os aman la Iglesia y el Papa; ¡aman a cada uno de los hombres que peregrinan sobre la tierra!

El encuentro de hoy se convierte para todos vosotros en una página alegre de vuestra vida, que sirva para vosotros y para vuestros seres queridos, de consuelo y estímulo en orden a ser siempre mejores.

Pero querría que junto con la alegría tan espontánea y calurosa del encuentro, llevéis también con vosotros el recuerdo de la palabra del Papa, que es habla en nombre de Cristo, Redentor del hombre.

1. Vosotros, hombres templados en vicisitudes dramáticas y dolorosas de la historia, enseñad al mundo a ver en los acontecimientos la mano de la Providencia divina, que guía la historia.

La situación internacional, siempre precaria e inestable, el resurgir continuo de la violencia política y social, el sentimiento difuso de insatisfacción e inquietud, las pesantes preocupaciones por el futuro de la humanidad, las amargas desilusiones de numerosas clases de la sociedad, las incógnitas que pesan sobre el futuro de todos y otras causas aún, pueden inocular el veneno del pesimismo y empujar a la evasión, a la indiferencia, muchas veces a la ironía desaprensiva e inerte, y en ciertos casos incluso a la desesperación.

Pues bien, las vicisitudes incómodas y gloriosas de vuestra vida enseñan a tener el coraje de aceptar la historia, que significa en el fondo amar el propio tiempo, sin añoranzas vanas y sin utopías místicas, convencidos de que cada uno tiene una misión que cumplir y que la vida es un don recibido y una riqueza que se debe dar, como quiera que sean los tiempos, serenos o embrollados, pacíficos o atribulados.

Para esto es necesaria la "pedagogía de la voluntad", o sea, es necesario el entrenamiento en el sacrifico y la renuncia, el esfuerzo en la formación de caracteres sólidos y serios, la educación en la virtud de la fortaleza interior para superar las dificultades, para no ceder a la pereza, para mantener la fidelidad a la palabra y al deber.

Hoy especialmente el mundo tiene necesidad de hombres tenaces y animosos que miren a lo alto, como el alpino que escala la escarpada pared para alcanzar la cumbre y ni el abismo del precipicio que está debajo, ni la dura roca o el hielo adverso pueden detenerlo.

Hoy muchos se sientes frágiles y extraviados; y es también comprensible, dado el conocimiento más concreto e inmediato de las vicisitudes humanas y la mentalidad de fácil consumo que el progreso ha creado. Y por esto es más necesario volver a enseñar el espíritu de sacrificio y de coraje.

2. Pero no basta aceptar la historia: ¡vosotros nos enseñáis que es necesario "transformar" la historia!

¡Cuántos de vosotros podrían contar sus aventuras en la paz y en la guerra, ya trágicas y tristes, ya alegres y serenas!

¿Y qué se puede sacar de este patrimonio de vida intensa? Una sola conclusión y un solo imperativo: la historia debe ser transformada mediante la "civilización del amor", que fue la preocupación constante del Papa Pablo VI, de venerada y siempre presente memoria.

Y, por esto, os digo, alpinos de Italia, como digo a todos los hombres de la tierra: ¡Amad!

Este es el "mandamiento nuevo" de Cristo: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12);

— ¡amad a vuestra familia, a vuestra casa, y permaneced fieles en el amor!;

— ¡amad a vuestro pueblo, a vuestro barrio, a vuestra ciudad! Cada uno dé su aportación de esfuerzo, de servicio, de caridad, especialmente hacia los que sufren y hacía los necesitados, para crear centros de solidaridad, a fin de que nadie se sienta solo y marginado a causa del egoísmo;

— ¡amad a Italia, vuestra patria querida, que aun entre tantas vicisitudes y contrastes, es vuestra tierra, rica en historia, en belleza, en genio y en bondad!;

— ¡amad a Europa, que por milenios ha volcado en la historia las riquezas incalculables de la inteligencia y del sentimiento!;

— ¡amad a todo el mundo, porque todos somos hermanos y cada uno debe llevar en su corazón a toda la' humanidad! ¡Cuántos prófugos, desocupados, damnificados, sin casa y sin pan, esperan vuestro amor!.

Recordemos una figura bien conocida en Italia y en el extranjero: ¡el capellán de los alpinos, Don Carlo Gnocchi! ¡El, al regresar de la espantosa experiencia de la campaña bélica en Rusia, se comprometió a amar todavía más, y fundó la obra de asistencia para los niños mutilados y poliomielíticos!

3. Finalmente, querría añadir aún: ¡elevemos la historia mediante la fe en Jesucristo!

¿Por qué motivo se ha encarnado Dios? ¿Por qué Jesucristo, el Verbo de Dios, ha querido meterse en nuestra historia humana? Sólo para 'salvarla, revelando los valores trascendentes y sobrenaturales de todas nuestras acciones. Esta es la verdad que hace tan sublime nuestra existencia: estamos destinados a Dios, a la eternidad, a la felicidad eterna que depende de nuestras opciones libres. Jesús ha venido para dar testimonio y garantizar la verdad (cf. Jn 18, 37).

El conocido escritor francés François Mauriac, en la introducción a su célebre "Vida de Jesús", escribía: "Ha sido necesario que Dios se sumergiera en la humanidad y que en un preciso momento de la historia, en un determinado punto del globo, un ser humano, hecho de carne y de sangre, pronunciase ciertas palabras, realizase ciertos actos, para que yo me arrodillara... Yo no creo sino lo que toco, lo que veo, lo que se incorpora a mi sustancia; y por esto tengo fe en Cristo" (F. Mauriac, La vita di Gesù, ed. Mondadori, Milán, 1943).

¡Es necesario tener fe en Cristo para salvar al hombre!

¡Para elevar la historia, es necesario salvar a los hombres! Y Cristo nos dice: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt 11, 28). ¡Sólo El tiene palabras de vida eterna! ¡Sólo El es la salvación del hombre!

¡Alpinos de Italia! ¡Cristo quiere hacer también de vosotros instrumentos de paz y de salvación! ¡Escuchad su voz! ¡Dad testimonio de su amor!

¡Os ayude María Santísima, a la que vosotros llamáis la "Virgen de loa alpinos"!

¡Os acompañe mi propiciadora bendición, que deseo extender a todos vuestros seres queridos, a todos vuestros familiares!



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