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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE DIRIGENTES DE LA COMPAÑÍA AÉREA "ALITALIA"


Lunes 21 de mayo de 1979

 

Señor Presidente y miembros de la Sociedad "Alitalia":

Siento gran satisfacción al poderme encontrar con vosotros esta mañana, en la cordial familiaridad de esta audiencia especial que, permitiéndome volver a veros de cerca, despierta en mi espíritu, frescas e intactas, las emociones indelebles del viaje a América Latina.

Deseo ante todo expresaros mi reconocimiento sincero por todas las atenciones que tuvisteis conmigo y con las personas que me acompañaban: la habilidad de los pilotos y su perfecto control de los complejos aparatos de a bordo, la solicitud delicada y atenta de la tripulación del magnífico I-Dyne "Dante Alighieri", que vuestra Sociedad puso a disposición, hicieron posible la travesía aérea rápida, segura y confortable hacia aquel lejano Continente, en el que un compatriota vuestro fue el primero en plantar la cruz de Cristo, hace ahora casi cinco siglos.

Una multitud de recuerdos, imágenes, emociones se presentan en el espíritu al evocar de nuevo el momento en que, teniendo en el alma el ansia del misionero, puse pie en esa tierra de la que la fatiga, el sacrificio, la sangre de tantos generosos heraldos del Evangelio hicieron germinar mieses abundantes, que ahora "blanquean para la siega" (Jn 4, 35). El encuentro con la fe ardiente de aquellas poblaciones y con su entusiasmo espontáneo e incontenible, ha constituido para mí una experiencia única, que se me ha grabado en el alma con caracteres indelebles. El ímpetu, lleno de confianza, con que multitudes inmensas acudían en torno al humilde Vicario de Aquel que "es centro del cosmos y de la historia" (Redemptor hominis, 1), me ha confirmado en la convicción de que el mundo contemporáneo está volviéndose nuevamente a Cristo, como a "Aquel que trae al hombre la libertad basada sobre la verdad, como Aquel que libera al hombre de lo que limita, disminuye y casi destruye esta libertad en sus mismas raíces, en el alma del hombre, en su corazón, en su conciencia" (ib., 12).

Ahora bien, la obra que vosotros prestasteis con singular pericia y con dedicación infatigable, ha sido la mediación preciosa que me ha consentido llevar una palabra, un deseo, una esperanza a la Iglesia que simul orat el laborat, que a la vez ora y trabaja (Lumen gentium, 17), en América Latina. Al reiteraros el testimonio de mi gratitud, quiero aseguraros que en mi oración ha habido y habrá un puesto especial para vosotros. Conozco las dificultades de vuestro trabajo y sé que exige, junto a una preparación esmerada y a un ejercicio constante, un excepcional dominio de los propios nervios y un sólido equilibrio psíquico, que garanticen la capacidad de un lúcido autocontrol. incluso en las situaciones imprevistas y arriesgadas.

Son éstas cualidades interiores, que pueden encontrar un validísimo y vigoroso apoyo en una fe madura y en un sincero compromiso moral, según los dictámenes de la antigua sabiduría cristiana. Por lo demás, la familiaridad con los espacios ilimitados del cielo y la posibilidad de tomar distancias, por así decirlo, de "la pequeña parcela que nos hace tan crueles" (Dante, Par. 22, 151), no pueden menos de facilitar en el espíritu, de quien se lanza a esas alturas, una percepción más limpia de la omnipresencia divina y una visión más serena y más verdadera de los valores auténticos, que hacen noble y digna la vida de un ser humano.

Mi deseo es que el pensamiento de Dios, Padre de todos los hombres, Creador de la tierra que sobrevoláis y Señor de los cielos que surcáis, os acompañen constantemente en el cumplimiento de vuestro deber, os ilumine y os sostenga en los momentos difíciles, os inspire siempre la "ruta" justa en las opciones de la vida, para que este viaje decisivo, que tiene su escala más allá de los confines del tiempo, pueda llegar felizmente a la meta, que es Dios mismo.

Confirmo estos deseos con una particular bendición apostólica, que gustosamente extiendo a todos los miembros de la Sociedad "Alitalia" y a vuestros familiares, a quienes os ruego la llevéis juntamente con la seguridad de un afectuoso recuerdo mío en la oración.



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