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VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN PÍO V

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS SACERDOTES, RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS


Domingo 28 de octubre de 1979

 

Queridísimos hermanos y hermanas en el Señor:

En esta visita pastoral no podía faltar un encuentro particular con todos vosotros, sacerdotes, religiosos y religiosas, que en gran número residís en esta parroquia.

Muy gustosamente, pues, me encuentro aquí con vosotros y os expreso toda mi alegría de padre, de hermano, de amigo: y en este breve encuentro quisiera sugeriros algunas consideraciones que nacen de las exigencias de nuestro tiempo.

¿Cuál es la característica general del tiempo en que nos ha llamado a vivir la Providencia? Parece que se puede responder que es una gran crisis espiritual: de ideas, de la fe religiosa y, en consecuencia, de la vida moral.

Nosotros estamos llamados a vivir en esta época nuestra y a amarla para salvarla. ¿Cuáles son, pues, las exigencias que nos presenta?

1. Nuestro tiempo exige ante todo profundas convicciones filosóficas y teológicas.

Muchos naufragios en la fe y en la vida consagrada, pasados y recientes, y muchas situaciones actuales de angustia y perplejidad, tienen en su origen una crisis de naturaleza filosófica. Es necesario cuidar con extrema seriedad la propia formación cultural. El Concilio Vaticano II ha insistido en la necesidad de tener siempre a Santo Tomás de Aquino como maestro y doctor, porque sólo a la luz y sobre la base de la "filosofía perenne", se puede construir el edificio tan lógico y exigente de la doctrina cristiana, León XIII, de venerada memoria, en su célebre y siempre actual Encíclica Aeterni Patris, cuyo centenario celebramos este año, reafirmó e ilustró maravillosamente la validez del fundamento racional para la fe cristiana.

Por esto, nuestra primera preocupación hoy debe ser la de la verdad, tanto por necesidad interior nuestra, como para nuestro ministerio. ¡No podemos sembrar el error o dejar en la sombra de la duda! La fe cristiana de tipo hereditario y sociológico, se hace cada vez más personal, interior, exigente, y esto ciertamente es un bien, ¡pero nosotros debemos tener para poder dar! ¡Recordemos lo que San Pablo escribía a su discípulo Timoteo: "Guarda el depósito a ti confiado, evitando las vanidades impías y las contradicciones de la falsa ciencia que algunos profesan, extraviándose de la fe"! (1 Tim 6, 20).

Es una exhortación especialmente válida para nuestra época tan sedienta de certeza y claridad y tan íntimamente acechada y atormentada.

2. Nuestro tiempo exige personalidades maduras y equilibradas.

La confusión ideológica da origen a personalidades sicológicamente inmaduras y pobres; la misma pedagogía resulta incierta y a veces desviada. Precisamente por este motivo el mundo moderno anda en busca afanosa de modelos, y la mayoría de las veces queda desilusionado, confundido, humillado. Por esto, nosotros debemos ser personalidades maduras, que saben controlar la propia sensibilidad, que asumen las propias tareas de responsabilidad y guía, que tratan de realizarse en el lugar y en el trabajo donde se encuentran.

Nuestro tiempo exige serenidad y valentía para aceptar la realidad como es, sin críticas depresivas y sin utopías, para amarla y salvarla.

Esforzaos todos, por lo tanto, para alcanzar estos ideales de "madurez", mediante el amor al propio deber, la meditación, la lectura espiritual, el examen de conciencia, la recepción metódica del sacramento de la penitencia, la dirección espiritual. La Iglesia y la sociedad moderna necesitan personalidades maduras: ¡Debemos serlo con la ayuda de Dios!

3. Finalmente, nuestro tiempo exige un compromiso serio en la propia santificación.

¡Las necesidades espirituales del mundo actual son inmensas! Si miramos las selvas sin límites de los bloques de casas en las modernas metrópolis, invadidas por multitudes sin número, es para asustarse. ¿Cómo podremos llegar a todas estas personas y llevarles a Cristo?

Viene en nuestra ayuda la certeza de ser sólo instrumentos de la gracia: quien actúa en cada una de las almas es Dios mismo. con su amor y su misericordia.

Nuestro compromiso verdadero y constante debe ser el de la santificación personal, para convertirnos en instrumentos aptos y eficaces de la gracia. El deseo más verdadero y más sincero que puedo expresares es sólo éste: ¡Haceos santos y pronto santos!, mientras os repito las palabras de San Pablo a los Tesalonicenses: "El Dios de la paz os santifique cumplidamente, y que se conserve entero vuestro espíritu, vuestra alma y vuestro cuerpo sin mancha para la venid, de nuestro Señor Jesucristo" (1 Tes 5, 23).

Queridísimos:

Estemos contentos ele vivir en estos tiempos nuestros y comprometámonos con valentía en el designio que la Providencia realiza misteriosamente, también por medio de nosotros.

San Pío V, "cuya excelsa figura —decía Juan XXIII— está unida a grandes pruebas que la Iglesia debió soportar en tiempos bastante más difíciles que los nuestros" (Discorsi, messaggi e colloqui, vol. II, pág. 720, 6 de mayo de 1960), nos enseña a recurrir, también a nosotros en nuestras dificultades a María Santísima, nuestra Madre celeste, la vencedora de todo error y de toda herejía. Recémosle siempre, recémosle especialmente con el santo Rosario, para que nuestro único y supremo ideal sea siempre la salvación de las almas.

De todo corazón os imparto mi especial bendición apostólica.

 



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