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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE OBISPOS DE MÉXICO
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Martes 30 de octubre de 1979

 

Señor Cardenal,
queridos hermanos en el Episcopado:

1. Bienvenidos seáis a este encuentro, con el que culmina vuestra visita a la sede de los Apóstoles Pedro y Pablo.

En espíritu de fe, habéis emprendido vuestra peregrinación hasta Roma, con el vivo deseo de reforzar vuestra comunión con el Pastor de toda la Iglesia, y hacerle partícipe de vuestros éxitos, propósitos y esperanzas, así como de las dificultades y obstáculos que se interponen en el diario camino del servicio apostólico a vuestras comunidades eclesiales.

Gracias por la especial alegría que me trae vuestra visita. Sí, porque a través de vuestros rostros que bien conozco, de las confidencias recibidas de vuestros corazones de Pastores y, más inmediatamente, a través de las expresivas y sentidas palabras que acaba de pronunciar en nombre de todos el Presidente de vuestra Conferencia Episcopal, el Señor Cardenal Arzobispo de Guadalajara, se me hacen presentes, junto a vosotros, las dilatadas muchedumbres de vuestros fieles —que representan casi la mitad de la Iglesia en vuestro país— y de todo el querido pueblo de México, con el que pasé días imborrables en mi primer viaje apostólico y que sigue ocupando en mí recuerdo y en mí corazón un lugar muy destacado.

Quisiera que la sintonía de sentimientos que se creó en aquellas mis jornadas mexicanas y la abundante semilla evangélica depositada, tuvieran su mejor fruto y complemento en una creciente profundización de la fe y de la vida cristiana en vuestra patria.

2. Todo ello requiere de vosotros, ayudados por cuantos colaboran en la misión apostólica, una perseverante y sistemática obra de evangelización a todos los niveles, para que cada miembro de vuestras comunidades reciba la Buena Nueva de salvación, desarrolle de modo cada vez más consciente y personal la fe recibida y llegue a la plenitud de la vida en Cristo. Tarea larga, urgente, pero nobilísima y meritoria, en la que me alegra constatar el espíritu de ayuda mutua que reina entre vuestras Iglesias particulares, con adecuados planteamientos pastorales a nivel regional y con la asistencia recíproca entre diócesis que pueden socorrer a las más necesitadas en medios y sobre todo en agentes cualificados de evangelización.

Vosotros que llegáis de tierras que han ligado estrechamente su nombre con tan valiosos documentos sobre la evangelización, no necesitáis que me extienda mucho en este punto, en el que os sé comprometidos con todas vuestras fuerzas y convicción. Permitidme, sin embargo, que os aliente una vez más en el desempeño de esa grave responsabilidad eclesial, para que cumpla fielmente su misión la Iglesia, que desea siempre ser «una buena madre, cuidar a las almas en todas sus necesidades, anunciando el Evangelio, administrando los sacramentos, salvaguardando la vida de las familias mediante el sacramento del matrimonio, reuniendo a todos en la comunidad eucarística por medio del Santo Sacramento del altar, acompañándolos amorosamente desde la cuna hasta la entrada en la eternidad» (Homilía en la basílica de Guadalupe, 27 de enero de 1979).

3. Como punto de partida que os facilitará mucho vuestra labor, podéis contar con la profunda religiosidad de vuestro pueblo, que en tantas formas lo evidencia. Ello, a pesar de las lagunas que presenta, ofrece un campo bien dispuesto a la recepción del Evangelio que hay que saber valorar y aprovechar con oportuna disponibilidad.

En aquellos casos en los que la fe cristiana se presenta mezclada a formas menos perfectas de religiosidad popular, se impone un prudente criterio pastoral, para no apagar la fe más o menos auténtica, sino —partiendo de ella— purificarla, robustecerla e integrarla gradualmente en la vivencia consciente del misterio integral de Cristo.

4. Un puesto de singular relieve entre vuestros fieles ocupa la devoción a la Virgen María, que desde Guadalupe —verdadero «Santuario del pueblo de México»— y también desde Zapopán o de tantos otros lugares tan queridos al alma del México mariano, acompaña a sus hijos en su peregrinar de fe. Vuestra historia os enseña qué papel tan primordial ha tenido y tiene la figura de María en la vida cristiana de vuestro pueblo.

Cultivad, por ello, con todo mimo esa faceta religiosa de vuestros fieles que sienten y viven la devoción a María Santísima como algo que pertenece a su identidad propia. Sea Ella la que, mediante una perfecta comprensión de su lugar en la economía de la gracia, y siguiendo su ejemplo de perfecta cristiana, conduzca a vuestros fieles por el camino de los verdaderos discípulos de Jesús, el Salvador. Y sean sus santuarios, mediante una pastoral bien cuidada y orientada «lugares privilegiados para el encuentro de una fe cada vez más purificada» (Homilía en el Santuario de Zapopán, 30 de enero 1979).

5. Una de las notas más características de vuestro ambiente eclesial es la juventud de la población, en la que el 60 por ciento no llega a los 20 años. Ello constituye para vosotros un verdadero desafío que la Iglesia no puede perder. Esos jóvenes de hoy, son la Iglesia y la sociedad de mañana, son su futuro, su esperanza. Hay que saber conducirlos a Cristo, presentándolo a ellos como el único ideal grande que puede colmar sus inquietudes, sus deseos de libertad, de justicia, de autenticidad, de transformación de los corazones y, con ello, de una sociedad tantas veces injusta y enferma. Sólo así, con ideas nobles en su mente, y con vivencias generosas en sus corazones, podrán superar vacíos existenciales que están a la raíz de tristes fenómenos de violencia, de droga y sexo, o de desviaciones a ideologías que finalmente son contradictorias con los ideales dignos por los que se creía luchar.

6. La causa de una profunda educación moral de las conciencias, sobre todo en los ámbitos de la parroquia, de la familia, de los centros de formación, no puede disociarse de esa oportuna orientación moral social, en la que la Iglesia ha insistido con tanta frecuencia en los documentos dedicados a ese tema, y que forman una parte importante de su enseñanza.

A lo largo de la historia de vuestra comunidad eclesial no han faltado ejemplos y figuras, que arrancando de las indicaciones de la doctrina social de los Papas, especialmente desde León XIII, han dado prueba —aún en medio de difíciles circunstancias externas— de una fecunda inserción en campo social y asociativo, sosteniendo las justas reivindicaciones de los sectores necesitados, obreros y campesinos, en una línea de verdadero humanismo y de inspiración en los principios cristianos. Obra que continúa, que debe proseguir con fuerza y empeño renovados, bajo el impulso del Episcopado. Ojalá que cuantos trabajan en dicho campo, sacerdotes, religiosos, laicos católicos, se atengan a estos criterios, para que su esfuerzo sea fecundo y eclesial, sin crear estridencias, tensiones o rupturas dañosas.

En este terreno no quiero dejar de recomendares un especial cuidado de un sector particular de vuestra grey : las comunidades de indios. Recuerdo con afecto mi encuentro de Cuilapán con algunos grupos aborígenes y os remito a cuanto allí dije.

7. Queridos hermanos: Otros puntos merecerían nuestra atención, pero no puedo alargar más este encuentro. A ellos me referiré al recibir a los otros miembros del Episcopado mexicano.

Continuad con renovado brío y entusiasmo vuestra misión de maestros, pastores y padres. Mantened entre vosotros y también como Conferencia Episcopal una estrecha unión en el desarrollo de vuestras responsabilidades personales y colectivas, para la edificación en la fe de vuestras Iglesias.

A todos y cada uno de los miembros de las mismas, de los grupos que encontré en los diversos momentos de mi peregrinación a México, a cuantos no pudieron verme por enfermedad o por otros motivos, alargo mi pensamiento lleno de afecto y mis brazos para bendecirles.

Concluyo con un entrañable deseo que se hace plegaria : Sea la dulce Señora del Tepeyac, la Madre de Guadalupe, a cuyo Santuario sigue el Papa peregrinando espiritualmente y cuya imagen conserva muy cerca, la que indique a todos: «Id a Jesús», camino, verdad, vida. Así sea.

 



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