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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE PROFESORES DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA
DE LUBLIN (POLONIA


Jueves 17 de abril de 1980

 

Señoras, señores:

Es una gran alegría para mí recibiros y saludaros esta mañana. ¿Acaso es necesario hacer notar que si soy feliz siempre que tengo ocasión de encontrarme con universitarios, hoy lo soy doblemente pues se trata de historiadores que han dedicado sus esfuerzos al estudio de la "Historia del cristianismo en Polonia" y tienen la delicadeza de venir a presentarme esta hermosa obra? Estad seguros de mi gratitud profunda a cuantos habéis colaborado a su realización, tanto autores como editores. Yo espero que, pues se da a conocer el papel tan importante que ha desempeñado el catolicismo en la historia de mi país, vuestros esfuerzos contribuirán también a hacer comprender mejor al lector de buena voluntad, cómo la naturaleza misma del cristianismo hace que deba ocupar un puesto en toda sociedad humana interesada por el hombre en toda su integridad.

Pues si la historia es siempre y en todas partes magistra vitae, cuando se trata de conocer nuestra época la historia de la Iglesia añade a esta comprensión —bien lo sabéis— la dimensión particular que resulta de la realidad misma del cristianismo. Claro está que se puede contemplar esta historia de modo meramente exterior, sociológico, y ya es considerable el enriquecimiento humano que de ello se deriva. Pero lo es mucho más cuando, aceptando plenamente la realidad de la Iglesia en que vive interiormente, el historiador cristiano es capaz de penetrar en la significación última, es decir, la referente a la Encarnación de Cristo, la cual da al hombre en su totalidad, a su vida y, por tanto, a su historia, las perspectivas espirituales que le capacitan para realizarse plenamente. Aun a pesar de sus vicisitudes, la historia del cristianismo no es otra cosa sino la historia de la actualización de la salvación que se nos ha otorgado en el tiempo pascual que estamos celebrando.

Os doy las gracias de todo corazón por cuanto habéis hecho con vuestra ciencia y probidad histórica para llevar a cumplimiento esta obra. Gracias por los muchos esfuerzos y el trabajo que os ha costado.

Que sea el Señor, como dice la Escritura, quien os recompense lo que habéis hecho por dar a conocer mejor la Iglesia y tratar de que se la comprenda y ame, a través de la historia de este país que es el mío. Al presentaros mis mejores deseos para vuestro trabajo, gustosamente imploro la bendición de Cristo resucitado sobre vuestras personas y vuestras familias.

 



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