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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS
DE LA ORDEN BASILIANA DE SAN JOSAFAT


Jueves 14 de febrero de 1980

 

Queridísimos hermanos y hermanas en el Señor:

He accedido gustoso al deseo de una audiencia especial expresado a su tiempo por el reverendo padre protoarchimandrita, sabiendo cuánta importancia atribuís a este encuentro, con el que os proponéis solemnizar la clausura del XVI centenario de la muerte de San Basilio el Grande en el que vuestras Ordenes junto con otras, se inspiran como en su fundador e insuperable modelo.

Al agradecer al reverendo padre Isidoro Patrylo las palabras tan corteses con que ha interpretado vuestros sentimientos comunes, dirijo un saludo cordial a todos, los que estáis presentes y a los monjes y monjas de vuestras Ordenes que tratan de vivir en las distintas comunidades esparcidas por el mundo con fiel observancia religiosa, no obstante las dificultades no leves que ciertas situaciones les ocasionan.

El testimonio de fidelidad valiente a Cristo, a la Iglesia y a la Regla que os ofrecen estos hermanos y hermanas vuestros, debe servir de ejemplo a todos vosotros y estimularos a una adhesión cada vez más generosa y coherente a la gracia singular de la vocación; siguiendo las huellas de aquel a quien miráis como a legislador y maestro vuestro.

Las enseñanzas de San Basilio, impregnadas como están de un autentico "sensus Christi", siguen siendo actualísimas también hoy. A este propósito, ¿acaso no es significativo que la Regla comience afirmando la centralidad del mandamiento del amor de Dios y del prójimo, cuyas exigencias es tan sensible y está tan atenta la espiritualidad moderna? El itinerario ascético que traza San Basilio, está todo él orientado a la realización de este ideal.

Si el monje se propone la purificación del corazón mediante la práctica de la pobreza, el silencio, el desprendimiento y esa virtud típica basiliana de la "atención a sí mismo", lo hace porque la sabiduría que abre al conocimiento de Dios y consecuentemente a su amor, florece en corazones puros. También la entrega humilde y asidua a la oración y al recogimiento, recomendada tantas veces en la Regla, encuentra su justificación en la confianza que se funda en la palabra de Cristo, de poder llegar así más rápidamente a tener a Dios "en el corazón del alma" (cf. Parvum ascetikon, q. II, núms. 14 ss. y passim).

El otro polo del "mandamiento más grande", el amor al prójimo, tiene raíces profundas en el corazón humano. San Basilio lo sabe: "¿Quién ignora —pregunta— que el hombre es un animal dotado de amor y comunicabilidad, y no algo selvático y feroz?" (ib, q. II, núm. 67). Pero el obispo de Cesarea conoce también el gran desorden que el pecado introdujo en el corazón humano. Sin embargo, no se cansa de recordar a sus monjes que la posibilidad de abrirse con amor a las obras de misericordia hacia el prójimo, es fruto de una lucha prolongada y dura contra el propio orgullo, los pensamientos malos y el propio egoísmo. Sólo el que sabe mantener el corazón "intacto" (ib., núm. 85), sustrayéndolo a las sugestiones de entusiasmos pasajeros que distraen (cf. ib., núm. 83), puede mostrar en su vida una auténtica capacidad de donación. Además, en este afán altruista encontrará el secreto de su realización personal plena, puesto que "quien ama al prójimo perfecciona su caridad con Dios, porque recibe en sí todo lo que hace por el prójimo" (ib., núm. 77).

Son éstas algunas de las "perlas" del tesoro riquísimo contenido en el "escriño" de la Regla. A vosotros toca la tarea de sacarle provecho por medio del esfuerzo renovado cada día y de traducir en la vida cuanto la reflexión personal sobre las enseñanzas de vuestro Maestro y padre os ha llevado a descubrir. Con sus mismas palabras deseo exhortaros cordialmente también yo a mantener en vuestra vida este primado del amor a Dios y al prójimo, dedicándoos con solicitud incansable "a cuanto hay de más eminente y perfecto, de modo que paséis cada período de vuestra vida buscando las cosas mejores y aprendiendo las más útiles" (Parvum ascetikon, Proem. núms. 7-8).

Con este deseo invoco sobre vosotros y vuestro compromiso religioso, que es activo y contemplativo al mismo tiempo, abundancia de favores celestiales, a la vez que con, particular vehemencia de afecto os imparte a vosotros y a los que forman vuestras Ordenes respectivas, la propiciadora bendición apostólica.

 



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