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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO NACIONAL PARA LAS VOCACIONES


Sábado 16 de febrero de 1980

 

Hermanos queridísimos:

Me da sincera alegría poder encentrarme, aunque sea brevemente, con vosotros, miembros del consejo nacional y secretarios regionales para las vocaciones, reunidos estos días en Roma para meditar juntos los problemas concernientes a la "promoción vocacional", por iniciativa de la Conferencia Italiana de Superiores Mayores.

1. Ante todo debo manifestaros mi viva complacencia y mi estímulo paterno por vuestra tarea pastoral específica, difícil y delicada —es verdad—, pero altamente meritoria para toda la Iglesia.

La vocación religiosa, al igual que la sacerdotal, es un don maravilloso que Cristo ha hecho a su Esposa y que ésta debe, por tanto, custodiar y mantener con amor y celo. A este fin la Iglesia toda se empeña a orar incesantemente, vigilar asiduamente, proclamar con fe el valor imperecedero de la consagración total y definitiva a Dios. multiplicar su generosidad a fin de que se difunda el ideal de la vocación vivida en la práctica constante de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, de modo que en el desarrollo armónico del Cuerpo místico no falten hombres y mujeres que en monasterios, escuelas y hospitales, o en misiones, honren a la Esposa de Cristo y presten a todos los hombres servicios generosos y diversísimos, con perseverancia y fidelidad humilde a su consagración (cf. Lumen gentium, 46).

2. Claro está que para vivir con plenitud las exigencias de la vocación religiosa o sacerdotal, se necesitan constante espíritu de sacrificio, continuo dominio de sí. Pero vale la pena afrontar tales dificultades para responder con generosidad ardiente a la invitación de Jesús: "¡Sígueme!" (cf. Mt 19, 21; Lc 18, 22). ¿Acaso ha disminuido esta capacidad de entrega a Jesús en los hombres y mujeres de nuestra época? Pienso que todos estamos convencidos de que los hombres y mujeres de hoy y, en particular, los jóvenes y las jóvenes, tienen tal exigencia de verdad, justicia, amor, solidaridad e ideales, que les dispone a vivir profundamente la experiencia entusiasmante de la vocación religiosa.

Y el deseo de todos es que seamos muchos los que sigamos la invitación de Cristo, recordando las palabras de San Agustín: "Non sitis pigri qui potestis, quibus adspirat Deus apprenhendere gradus meliores... Aspice eum qui te ducit, et non respicies retro, unde te educit. Qui te ducit, ante te ambulat; unde te educit, post te est. Ama ducentem..." ("No seáis perezosos los que podéis y a quiénes Dios invita a subir más alto... Mira a quien te guía y no mires atrás, al punto de donde El te saca. El que te guía camina delante de ti; el lugar de donde te saca, queda atrás. Ama a quien te guía...": Enarr. in Psal. 76, 16; PL 36, 368 ss.).

3. Al terminar este encuentro breve, deseo dirigirme idealmente a todos los religiosos y sacerdotes que viven serenamente día a día su vocación, fieles a los compromisos adquiridos, constructores humildes y escondidos del Reino de Dios, de cuyas palabras, comportamiento y vida irradia el gozo luminoso de la opción que hicieron. Son precisamente estos religiosos y sacerdotes los que con su ejemplo aguijonearán a muchos a acoger en su corazón el carisma de la vocación. A ellos recuerdo. lo que recomendó el Concilió Vaticano II: "Cuiden los religiosos con atenta solicitud de que por su medio la Iglesia muestre de hecho mejor cada día ante fieles e infieles, a Cristo, sea entregado a la contemplación en el monte, sea -anunciando el Reino de Dios a las multitudes, o curando a los enfermos y pacientes y convirtiendo a los pecadores al buen camino, o bendiciendo a los niños y haciendo bien a todos; obediente siempre, sin embargo, a la voluntad del Padre que lo envió"(Lumen gentium, 46).

Os acompañe siempre en vuestro ministerio mi bendición, y lo haga fecundo vara bien de. la Iglesia.

 



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