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VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA COLONIA POLACA Y A OTROS GRUPOS DE EMIGRADOS


Estadio Couto Pereira, Curitiba
Sábado 5 de julio de 1980

 

Carísimos hermanos y hermanas:

¡Alabado sea Nuestro Señor Jesucristo!

1. Quisiera que mi saludo cristiano, ante esta simpática asamblea, resonara con una intensidad de amor semejante a la de la palabra de San Pedro, de quien soy humilde Sucesor, cierta vez en Jerusalén. Ante numerosos oyentes, "procedentes de todas las naciones que hay bajo los cielos" (cf. Act 2, 5), en su primer discurso San Pedro proclamaba que Jesús es el Señor, el Mesías; y todos, por un milagro, le entendían en "su propia lengua" del país de origen.

Desearía, pues, que cada uno de los presentes pudiese captar, no ya prodigiosamente en la lengua del país de origen, sino con toda su capacidad de entendimiento, el significado de la aclamación y el afecto que la acompaña como saludo. Sí, también yo quiero proclamar al Señor Jesucristo, saludándoos de corazón, a todos y cada uno personalmente, brasileños de nacimiento o brasileños de adopción. Y, en vosotros, saludo a todos los diversos grupos étnicos, dispersos y armoniosamente integrados en este querido Brasil, inmenso y bello.

2. Por Jesucristo, nuestro Señor, querría dar gracias a Dios con vosotros y por vosotros: por la alegría de este encuentro, por lo que sois y por lo que representáis; después, reafirmar el grato aprecio. Efectivamente, vosotros, como los que escuchaban entonces a S. Pedro, en Jerusalén, también procedéis de diversas naciones; y, con el recuerdo más o menos vivo de la patria lejana y con peculiares características atávicas, representáis aquí la ecumenicidad, la hospitalidad y cordialidad de este país que os acogió y donde formáis un sólo pueblo brasileño. ¡Gracias a Dios!

Y ahora, en este encuentro de familia —la familia brasileña, la familia humana y la familia de los hijos de Dios—, vosotros representáis bien la universalidad de la Iglesia. Y el Papa, aquí con vosotros, como Sucesor de San Pedro "fundamento visible de la unidad de todos los fieles" de la misma Iglesia, se alegra por vuestra profesión de unidad. Y desearía dejaros un recuerdo, para perpetuar la amistad de este encuentro: un recuerdo que quiero que llevéis siempre con vosotros, que llevéis en el corazón y que esté bien presente en toda vuestra vida. ¿Cuál es este recuerdo?

3. Este sencillo mensaje: Jesucristo, nuestro hermano en humanidad, es el Señor. ¿Prometéis llevar siempre con vosotros este recuerdo? Ciertamente. Y por eso os manifiesto mi grata satisfacción.

Sí, hermanos y hermanas, Jesucristo es el Señor: El es la única orientación del espíritu, la única dirección de la inteligencia, de la voluntad y del corazón para todos nosotros; El es el Redentor del hombre; El es el Redentor del mundo; en El está nuestra salvación y "no hay salvación en ningún otro" fuera de El (cf Act 4, 12). El nos enseñó, con el ejemplo y con palabras, que el camino de la salvación es el amor: ante todo y sobre todas las cosas, el amor de Dios; y porque Dios cuida paternalmente de todos y quiso que los hombres constituyeran una sola familia y se trataran como buenos hermanos, tenemos que amarnos los unos a los otros, como Jesucristo nos amó y nos enseñó. ¡El es el Señor!

¡Que la comunidad humana y cristiana que constituís, en ejemplar buen entendimiento y comunión de brasilidad, sea cada vez más iluminada por el amor de Dios y del prójimo y siga prosperando, con las bendiciones divinas!

4. Y ahora, a vosotros, hermanos y hermanas de origen portugués que aquí tenéis vuestra segunda patria, quiero deciros particularmente:

Estoy cierto de que, con vuestro trabajo, como inmigrantes aquí, pusisteis al servicio de esta comunidad nacional vuestras nobles tradiciones y cualidades humanas y cristianas. ¡Conservad como principal tesoro de esas tradiciones la fe cristiana de vuestros mayores. Y que vuestro sentido de los deberes para con Dios y vuestra arraigada devoción a Nuestra Señora sigan siendo fuerza de vida religiosa personal y luz para vuestro testimonio de cristianos!

Y con estos votos de perseverante fidelidad a Cristo y a la Iglesia, por los aquí presentes expreso y deseo a los inmigrantes portugueses en Brasil las mejores felicidades y los bendigo de corazón.

Saludos a los fieles de origen polaco

¡Amados compatriotas, queridos hermanos y hermanas!

1. Estoy contento de poderme reunir hoy con vosotros, compatriotas míos, en esta tierra brasileña, en Curitiba, y por ello doy gracias a Dios. A este encuentro teníais derecho vosotros, los aquí presentes, y todos aquellos a quienes representáis; también yo tenía derecho, como hijo de aquella tierra, que está cerca del Vístula, tierra a la que estáis ligados, de diversas maneras, por la procedencia o por lazos de la sangre, y ha tenido derecho a este encuentro precisamente aquella tierra, que es nuestra patria. Seguramente muchos de vosotros no la han visto nunca; quizá haya algunos que tienen de ella y de su historia sólo una vaga idea, pero esto no cambia el hecho de que venís de allí, algunos desde hace ya muchas generaciones, y allí tenéis vuestras raíces. Esto constituye una clave, una de tantas, pero importante, para el misterio de vuestro corazón; es un documento de identidad, que no habla sólo del milenio pasado, sino también de lo que está en vosotros, que os forma a vosotros mismos y que, en cierto grado, decide el por qué sois así y no de distinta manera; y es también vuestro deber, que tiene que crecer y dibujar el perfil de vuestra vida. Esta realidad más profunda, grabada en vuestros corazones, es el misterio de la cruz de Cristo. Estoy ante vosotros como compatriota vuestro, pero también como Sucesor de San Pedro y Pastor de la Iglesia universal; estoy aquí, por tanto, como testimonio particular de Cristo y de su cruz.

El misterio de la cruz y de la resurrección está grabado profundamente en la historia de nuestra patria. En efecto, sabemos que, gracias a la admirable disposición de la Providencia de Dios, hemos entrado, como nación, en el teatro de la historia del mundo precisamente mediante el Santo Bautismo, que sumerge a todo hombre en Cristo, en su muerte, y mediante este bautismo hemos sido sepultados junto con Cristo en su muerte. Y esta sepultura no es una anulación; es la Vida. Quien es sepultado de esta manera en Cristo se libera del pecado y entra en la nueva vida, así como Cristo ha resucitado de los muertos gracias a la gloria del Padre. Con esta muerte el hombre se une a Cristo y participa de su resurrección (cf. Rom 6, 3-7). Así, pues, la historia de nuestra nación, historia rica y difícil, ha nacido mediante el bautismo y en el bautismo ha nacido nuestra nación. En la base de su historia está la cruz, en la que se muere para vivir: para vivir en Dios y con Dios, para vivir en la verdad, en la libertad y en el amor, para vivir eternamente. Desde sus mismos comienzos, la historia fugaz y terrena de la patria y de la nación se ha entrelazado con la historia de la salvación. Y aquí está la clave fundamental de esta historia y del corazón humano que ha formado, forma y formará esta misma historia. Y aquí está también la clave de vuestros corazones y, aunque viváis tan lejos, sin embargo allí, entre el Vístula y el Oder, está la tierra de la que habéis crecido. Ahí están vuestras raíces y vuestro origen. A estas raíces y a este origen, que se remontan al bautismo y a la sangre de los Santos Wojciech y Stanislaw, hay que regresar continuamente para entender cada vez mejor a sí mismos y a los demás, y en esta luz construir mejor el hoy y el mañana en este país lejano que es Brasil, en el que, por disposición de la Providencia de Dios, os ha tocado vivir, actuar, crear su historia y la historia de la salvación.

2. La cruz de Cristo, signo en el que se han manifestado de una vez para siempre el amor de Dios Padre y la unidad penetrante del Hijo de Dios con los hijos humanos, signo en que el Espíritu Santo se ha convertido en el soplo que reaviva al hombre, está presente en la historia de las naciones, de las sociedades, de los países y de los continentes, a través de cada corazón humano, en que se injerta este signo.

Esta cruz fue injertada profundamente en los corazones de vuestros antepasados, abuelos, padres y madres, de los que vosotros sois herederos, y que viven hoy en vosotros. Hace ciento cincuenta años comenzaron a dejar la patria. Muchos de ellos la dejaron por necesidad, porque no encontraban en ella el pan suficiente. Buscaban la tierra en esté inmenso país, el pan que la suya no les había podido dar. Pero sabemos muy bien lo difícil que fue su vida en ésta tierra extranjera. Dejaron su país con las manos vacías, a menudo, quizá, hambrientos. Sin embargo, iban con la fe profunda injertada por sus padres, con la cruz, signo de la salvación enraizada profundamente en sus corazones; y esto fue su fuerza y su victoria.

Se sabe que, cuando llegaron aquí, los mejores terrenos ya estaban ocupados. La mayoría de ellos se estableció en las zonas más internas del país, en el interior, que daba una tierra más abundante: Paraná, Río Grande del Sur, Santa Catalina. Antes había que deforestar la tierra. Algunos terrenos eran fértiles, otros pedregosos y montañosos. Además, ellos no estaban preparados para la agricultura en el nuevo clima y en las nuevas condiciones. Trabajaron duramente sobre las zonas de terreno que habían recibido, viviendo desperdigados en grandes territorios. Con su sudor y su sangre bañaron esta tierra, en la que ahora vivís vosotros. Sólo el rumor de las coníferas locales les recordaba sus pinos natales y les llenaba de nostalgia por la tierra abandonada. Pero Polonia, a la que habían traído aquí en sus corazones, fue su fuerza y su inspiración. Conservaron la lengua, la fe, los ritos y las costumbres. Después de haber construido sus casas, construyeron la iglesia o capilla en el lugar más cómodo para cada colonia. Lo hicieron con enorme sacrificio. Construían solos, ofreciendo el trabajo y el material. Fue importante que Cristo pudiera vivir entre ellos. Los sacerdotes eran pocos. Trabajaban con dedicación. Vivían en una colonia, yendo por turno a las demás. A veces las colonias combatían entre sí para decidir dónde tendría que vivir el sacerdote. Y también esto fue una manifestación de la necesidad de sus corazones. Luego, a comienzos de este siglo, llegaron aquí los sacerdotes del Verbo Divino y los misioneros religiosos de la Sociedad de Cristo para los emigrados de Polonia.

Las primeras religiosas de la Familia de María llegaron en 1909. Luego, las Religiosas de la Caridad, enviadas por los padres misioneros, y, recientemente, las Monjas Ursulinas grises, las Felicianas y las Esclavas de la Inmaculada Concepción de la Beata Virgen María. Si he omitido a alguien, pido perdón.

Otros han sido traídos hasta aquí por el destino en la última guerra mundial, y viven principalmente en Río de Janeiro, en São Paulo y también en Curitiba. El cuerpo de expedición brasileña combatió al final de la guerra en Italia.

A todos estos hombres, a vuestros abuelos y bisabuelos, a vuestras madres que os han enseñado la oración y os han hablado de Dios, de Cristo, de la cruz, de la salvación, del hombre, a todos los sacerdotes y las religiosas, a todos y cada uno de vosotros, que vivís aquí hoy, deseo dar, en este momento insólito, un testimonio particular. En una plaza de Curitiba hay un monumento al sembrador, que simboliza y recuerda la contribución que los emigrantes polacos, junto con otras naciones, han ofrecido y ofrecen en la construcción de este enorme y joven país: una contribución a su civilización y cultura, una contribución a su fe.

No ceséis de mirar la cruz de Cristo; en ella os encontraréis a vosotros mismos, vuestro hoy y vuestro mañana. Con una llamada particularmente viva me dirijo a la generación más joven, a vosotros, niños y jóvenes. Tomad esta herencia conquistada y pagada con el esfuerzo, el trabajo, el sacrificio y la oración de vuestros antepasados. Tomadla y desarrolladla. Trabajad para la gloria de Dios, para vuestro bien, para el bien de la sociedad y del país en que vivís. Para el bien de la Iglesia en este país. Dios esta con vosotros, la Iglesia está con vosotros y, conforme a la misión que Cristo le ha confiado, intentará ir al encuentro de vuestras necesidades. El Papa está con vosotros.

3. Como recuerdo de este encuentro histórico de hoy, os dejo una copia de la imagen de la Virgen de Czestochowa. Sé que os preparáis a una peregrinación de esta imagen. La Madre de Cristo y de todos los hombres, Aquella que estaba ante la cruz cuando sobre ella agonizaba su Hijo, Aquella que asiduamente rezaba con los Apóstoles en el cenáculo cuando bajó sobre ellos él Espíritu Santo como fruto de la redención, visitará mediante esta imagen de Jasna Góra, como lo hace desde hace muchos años en Polonia, vuestras parroquias, iglesias, capillas, vuestros ambientes, vuestras familias, vuestras casas, vuestros campos marcados por la cruz, que son el terreno y los testimonios de un trabajo duro, a menudo superior a las fuerzas humanas, del sacrificio, del sufrimiento, de la nostalgia, de la dedicación, de la fe, de la oración de vuestros antepasados y de vuestro esfuerzo diario.

Por eso a Ella, a la Madre del Redentor y a la Madre de nuestra esperanza os confío a todos vosotros: sacerdotes, religiosas, padres y madres de familia, niños, progenitores, enfermos, aquellos que viven en soledad, abandonados, las personas ancianas, los que sufren. Los que trabajan en los campos, en las fábricas, en las universidades, en las escuelas, en las oficinas. Todos juntos y cada uno en particular, vosotros los aquí presentes y todos los que se unen a nosotros espiritualmente. A Ella os confío y vosotros confiaos a Ella. Confiadle vuestro hoy y vuestro mañana, vuestra fe, esperanza y caridad. Vuestro trabajo, alegrías, preocupaciones e inquietudes. De manera particular le confío la generación de los jóvenes y su futuro.

 



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