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VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL

PALABRAS DE SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL ESTADO DE PIAUÍ


Aeropuerto de Teresina
Martes 8 de julio de 1980

 

Venerables hermanos en el Episcopado,
Excelentísimas Autoridades,
amados hijos e hijas del Piauí y de los Estados vecinos:

1. Las circunstancias exigen que este nuestro encuentro sea breve, pero vosotros lo hacéis particularmente intenso. Intenso en los sentimientos de afecto filial, de alegría y entusiasmo que me estáis manifestando. Intenso en la emoción, satisfacción y gratitud que crecen dentro de mí. Por mi parte no tengo por qué esconder esos sentimientos y os digo por tanto que os considero hijos muy queridos y me siento felicísimo por estar, aunque sólo sea por unos momentos, entre vosotros.

2. Conozco la sinceridad y la seriedad de vuestra fe católica. Acojo, pues, el homenaje que me tributáis como dirigido al Apóstol de quien soy humilde Sucesor y que oyó de labios de Nuestro Señor las tremendas y significativas palabras: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16, 18); como dirigido al propio Jesucristo, de quien soy indigno Vicario al frente de su Iglesia.

3. Mi misión como Pastor de la Iglesia universal, vosotros lo sabéis, es anunciar a los hombres de nuestro tiempo la Buena Nueva de la salvación de que la misma Iglesia es depositaría. Es un mensaje de paz y de esperanza, de justicia y de fraternidad, de solidaridad y de amor. Pero ese mensaje se revelaría bien pronto vacío e inconsistente si no proclamase finalmente que sólo en el Señor Jesús se realiza la salvación definitiva, pues de no ser en El, la paz y la esperanza, la justicia y la fraternidad, la solidaridad y el amor corren el riesgo de perder su propio contenido y de volverse contra el hombre. Es muy cierto lo que dice un importante Documento del Concilio Vaticano II: que el hombre es para sí mismo una pregunta sin respuesta, que sólo Dios da la respuesta a las cuestiones del hombre (cf. Gaudium et spes, 21) y que "el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (Gaudium et spes, 22). Para los problemas fundamentales del hombre, para sus incertidumbres y angustias, sus interrogaciones y sus búsquedas, la Iglesia tiene un camino. Nadie está obligado a abrazarlo y seguirlo, pero es mi deber indicarlo y proponerlo. Os agradezco por saber ver en mí principalmente eso: el mensajero de la salvación en Jesucristo.

4. Sé que vuestro Estado, por su peculiar situación geográfica y por las condiciones climáticas, padece de forma crónica el flagelo de la sequía. Esta es una de las razones, entre otras varias y complejas, por las que se encuentra entre los menos favorecidos y más desprovistos de Brasil. Vosotros conocéis el drama de la emigración en busca de mejores condiciones con los indescriptibles sacrificios, las dolorosas situaciones humanas, personales y familiares, los desequilibrios, el desarraigo que esta emigración suele ocasionar. (¡Quién sabe si muchos de los que aquí están no han sufrido alguna vez esta situación!). Vosotros experimentáis en muchas de vuestras casas las amarguras de la subalimentación, del dolor, de las muertes prematuras.

5. En mi paso entre vosotros, yo quisiera ser un pálido, pero auténtico reflejo del propio Señor Jesús que también pasó entre los hombres atento a todos, sin discriminaciones o exclusivismos, porque era portador de un mensaje de salvación para todos, pero especialmente solícito hacia los pobres y pequeños, hacia los que sufren.

A aquellos de entre vosotros que pudisteis conquistar los bienes espirituales del saber, que disponéis de posesiones materiales, de confort y bienestar, que, en uno u otro sector, ocupáis puestos de decisión, no puedo silenciar un ruego que viene del corazón: asumid plenamente, sin reserva y sin vueltas atrás, la causa de vuestros hermanos que se debaten en la pobreza. Esta es, a menudo, tan deprimente y paralizante que es imposible levantarse y huir de ella sólo con las propias fuerzas. Que no haya nadie, entre la multitud de los pobres de esta región, que pueda decir, pensando en hermanos más favorecidos, la frase impresionante del paralítico del Evangelio: "Yo no tengo a nadie" (Jn 5, 7), nadie que me ponga de pie y me ayude a caminar. Ojalá que los poderes públicos de este Estado, junto con todas las fuerzas vivas en el campo de la iniciativa privada, con la ayuda específica de la Iglesia, proporcionen por fin a los pobres las posibilidades de escapar del círculo de la pobreza para acceder a ese bienestar propugnado por mis predecesores, sobre todo Juan XXIII y Pablo VI.

A los otros, oprimidos por la pobreza, quiero decirles, antes que nada, una palabra de consuelo: que se sientan amados y estimados por la Iglesia y, en la Iglesia, en modo especial por el Papa, así como los ama y estima el propio Jesús, Hijo de Dios, quien, al establecer las bases de su reino en este mundo, no dudó en proclamar "bienaventurados" a los que tienen un corazón de pobre (cf. Mt 5, 3).

Pero también una palabra de esperanza: que no se dejen abatir o destruir por las condiciones actuales, sino que conserven siempre encendida la esperanza de un mañana mejor. Y sobre todo una palabra de estímulo: seguros de la ayuda de muchos hermanos, pero sin abdicar de sus propias capacidades, hagan todo lo posible para superar la mala pobreza y su secuela de maldades, no para aspirar a la riqueza de la iniquidad, sino a la dignidad de hijos de Dios.

6. Y ahora, mis votos para vosotros, querido Piauí y piauienses: que pronto despunte para vosotros la aurora del desarrollo integral que, en cierto modo, ya se anuncia. Que venga el progreso, no el que amenaza con sofocar al hombre, sino el que lo eleva y dignifica. No el que corre el riesgo de aumentar las injusticias, sino el que instaura y consolida la justicia. Que, superada toda forma de aislamiento, vuestra tierra se inserte en los beneficios de una comunidad política, social y económicamente bien cualificada. Que, eliminados los desequilibrios, gocéis de los frutos de la equidad.

7. Con vuestro temperamento fuerte y carácter probado, sé que no os hacéis ilusiones pensando que la lucha contra las inclemencias del clima y de las condiciones sociales sea fácil: al contrario, es ardua y, a veces, ingrata. Los menos audaces pierden el ánimo. Deseo y espero que el esfuerzo convergente de muchos os ayude a vencer los obstáculos. Es para vosotros, de manera al mismo tiempo patética, desafiadora y estimulante, la palabra del Señor: "Dominad la tierra" (cf. Gén 1, 28).

8. Que vuestra fe y vuestra piedad sean un nuevo impulso en vuestro esfuerzo en vista de un pleno desarrollo. Esta fe nos dice que no es voluntad de Dios que sus hijos vivan una vida infrahumana. Voluntad de Dios es que cada hombre consiga lo mejor posible su plena estatura humana. Dirigíos a El, padre bueno y providente (cf. Mt 6, 25 y 7, II), para buscar en El no una coartada para la inercia y la pasividad, sino el valor para continuar vuestros esfuerzos. Aquel que en su Providencia hace crecer la hierba del campo y alimenta las aves del cielo (cf. Mt 6, 26 ss.) no dispensa de las providencias del hombre y de su trabajo, sino que los asocia constantemente al misterio de la creación. Es deber del hombre recurrir a medidas concretas y eficaces para la promoción y el desarrollo solidario de todos. La solidaridad que debe sustituir cada vez más a las ideologías del egoísmo, de la prepotencia y del interés de personas y grupos, conducirá a todos los que tienen una parcela de responsabilidad político-social a ir al encuentro de los que necesitan ayuda. Esta solidaridad, valiosa ya en el plano humano, crece en el plano cristiano al considerar que todos los hombres son iguales a los ojos de Dios: hijos de este Dios (Jn 3, 2) a quien llaman Padre (Gal 4, 6) y, por tanto, hermanos los unos de los otros (Mt 23, 8), Dios les ama tanto que no dudó en entregar a su único Hijo para que no perezcan, sino que tengan la vida eterna (Jn 3, 16).

9. Queridos hijos, vosotros sois estos hijos de Dios amados por El con un amor sin límites. Animados por ese amor, poned en acción todas las energías en vista a vuestro propio crecimiento sin odio, sin inútiles y estériles resentimientos, sin la violencia que no construye, pero con audacia y generosidad. Estoy seguro de que podéis contar, en este sentido, con la leal colaboración de esta Iglesia a la que vosotros mismos pertenecéis activamente.

¡Piauí!

Hombres del Estado de Piauí, a cuyo servicio se hallan varías estructuras a diversos niveles, en las que estáis insertos: conservad un "corazón de pobre", para acoger toda la ayuda que, estoy cierto, todo Brasil, todos los Estados de Brasil, todos los hombres de Brasil, unidos con vosotros en una única nación, no os dejarán de dar; el Señor Jesucristo, al igual que proclamó "bienaventurados los pobres de espíritu" (Mt 5, 3), decía siempre: "vosotros sois todos hermanos" (Mt 23, 8).

10. Ahora continúo mi peregrinación para encontrarme con otros hermanos vuestros. Piauí me ha gustado, y siempre me seguirá gustando. Llevo conmigo la nostalgia de este encuentro y el recuerdo de todos vosotros. Y, exhortándoos a vivir como hombres y como cristianos en la práctica del bien (cf. 1 Pe 2, 15) bajo la mirada de Dios y la protección de María Santísima, nuestra Madre, os doy mi bendición. De vuelta a vuestros hogares aquí en Teresina, en el interior del Piauí, en el Maranhão y, quién sabe si en otros Estados, llevad esta bendición del Papa a todas vuestras familias, especialmente a los ancianos, a los niños, a los enfermos, a los afligidos.

"Nuestro Señor Jesucristo y Dios, nuestro Padre, (...) consuelen vuestros corazones y os hagan firmes en toda suerte de buenas obras" (cf. 2 Tes 2, 16 ss.).

 



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