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VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA DIÓCESIS DE MANAUS


Catedral de Manaus
Jueves 10 de julio de 1980

 

Señor arzobispo administrador apostólico de Manaus,
señores arzobispos y obispos,
queridísimos hermanos y hermanas en Jesucristo:

1. La Providencia divina ha sido bien generosa una vez mas con el Papa, reservándole, después de tantas alegrías, el gozo complementario de venir a concluir aquí, en Manaus, en el corazón del fabuloso Amazonas, el intenso programa de esta visita pastoral. Yo le estoy profundamente agradecido de encontrarme con vosotros, en este escenario que habla del Creador y proclama que es "El el único que hace grandes maravillas" (Sal 135, 4) y elevo al Dios uno y trino, en nombre del cual aquí me encuentro, loor y homenaje.

Me siento feliz por poder encontrarme con la Iglesia —tan marcadamente misionera— de esta región, con la sociedad civil, sus gobernantes y representantes. Doy las gracias a todos por la buena acogida, bien expresada en las bondadosas palabras del señor arzobispo administrador apostólico.

2. Presente en todas partes, el Señor ha querido estar presente aquí en medio de nosotros de varias maneras particulares: realmente presente en Cuerpo, Sangre, alma y divinidad en la Santísima Eucaristía que celebramos; presente en su Palabra, confiada a la Iglesia como depósito y patrimonio, palabra de vida y de verdad, que el Papa desea anunciar también aquí; presente en el Vicario de Cristo, al cual fue dado el poder de "apacentar sus ovejas y sus corderos" (cf. Jn 21, 15 ss.); presente en cada uno de sus "Santos", es decir, de aquellos que viven la vida divina; presente en la comunidad de los que aquí nos congregamos en su nombre; y presente, en fin, en los "pequeños", en aquellos "pobres de espíritu" que el Señor proclama bienaventurados (cf. Mt 5, 3), porque están vacíos de sí mismos para acoger el reino y porque con ellos el Señor de algún modo se identifica: "Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40).

Presentes ante El y en El unidos por el vínculo de la caridad, que sea el Señor a hablaros por "Pedro": a El presto mi voz y mi visible afecto para que a todos llegue una señal de su amor.

3. Un saludo, antes de nada, a mis amados hermanos en el Episcopado, que colegialmente unidos conmigo participan en la solicitud de todas las Iglesias. Con ellos saludo a la corona de sacerdotes, diocesanos y religiosos. Vosotros sois un don que Dios hace a su Iglesia. Por el sacramento del orden, el Señor que os escogió y llamó os consagra con un nuevo título para ser servidores de su Evangelio de salvación (cf. Gál 1, 7). Nos ilumina a todos la visión de la Iglesia, como Cristo la quiso, universal, y, si bien revistiendo en cada parte del mundo aspectos y expresiones exteriores diversas, siempre una y única. Por eso, mientras procuráis estar bien próximos al pueblo y a sus problemas, hacéis bien en cultivar la unidad eclesial "arraigados y fundados en la caridad" (cf. Ef 3, 17).

4. Os saludo también —sabéis con cuánta afectuosa estima— a vosotros, queridos religiosos y religiosas. Por vuestra consagración entregasteis vuestra vida en las manos del Señor. Dejaos moldear por El, en la intimidad que se alimenta con la oración y la adoración "en espíritu y en verdad" como el Padre quiere a sus adoradores. Que el Espíritu de amor os conduzca siempre, por los caminos de la subida espiritual, con sencilla pobreza, generosa obediencia y transparente castidad.

5. Igualmente, a todos vosotros, queridos hijos, bien que ocupéis cargos de responsabilidad, bien que os entreguéis a los trabajos más sencillos como cristianos, a todos se extiende mi afectuoso saludo. En unión directa con vuestros Pastores y en la comunión de toda la Iglesia, sois quienes realmente, día a día, dais en vuestro ser y obrar, testimonio de la Buena Nueva, traduciéndolo en la vida. Mirad hacia Cristo, nuestro modelo y maestro: El pasó "obrando y enseñando" (cf; Act 1, 1): Y nos recuerda a todos el deber de la fidelidad a la vocación recibida de Dios y a los compromisos personalmente asumidos en el bautismo. Para cumplirlos, nos vemos continuamente enriquecidos con gracia sobre gracia.

Os recuerdo, en esta circunstancia, que una sola cosa es necesaria: la coherencia con el ser cristiano, la fidelidad al amor con que Dios nos amó primero y espera nuestro amor. La verdad es que todos estamos llamados —no tengamos miedo de la palabra— a la santidad (¡y el mundo tiene hoy mucha necesidad de santos!), una santidad cultivada por todos, en los diversos géneros de vida y en las diferentes profesiones, vivida según los dones y las funciones que cada uno ha recibido, emprendiendo sin vacilación el camino de la fe viva, que suscitó la esperanza y actúa en la caridad (Lumen gentium, 41).

El último, pero cordialísimo saludo, vaya para mis amados indios, a quienes voy a encontrar dentro de un momento.

6. Envío, también desde esta catedral saludos cordiales a toda la población de esta hospitalaria ciudad y de todo el Amazonas y territorios y Estados vecinos, pensando especialmente en las comunidades católicas de las diócesis y prelaturas de esta parte de Brasil. En un pensamiento afectuoso abrazo también a cuantos sufren en el cuerpo o en el alma. ¡Que Cristo sea su esperanza y su paz!

Y que la paz de Dios descienda sobre todos vosotros, sobre cada habitante de esta ciudad y sobre todos los que viven y trabajan en estas maravillosas tierras brasileñas.

Con mi bendición apostólica. 



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