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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA NUEVA CURIA GENERALICIA
DE LA CONGREGACIÓN DE LA MISIÓN O PAÚLES


Castelgandolfo
Domingo, 27 de julio de 1980

 

Hijos queridísimos:

Me alegro de encontrarme hoy con vosotros, que constituís la nueva curia general de la congregación de la Misión, o Paúles, que ha sido elegida en la XXXVI asamblea general del mismo Instituto religioso.

Por tanto, me complazco en saludar entre vosotros al nuevo superior general en la persona del p. Richard McCullen, actual sucesor de San Vicente y, con él, al vicario general, p. Miguel Pérez Flores y a los tres asistentes generales.

Mientras expreso mi estima por vosotros y mi satisfacción por vuestra elección a cargos tan importantes, no puedo dejar de formularos mi más paternos auspicios para un diligente y provechoso desarrollo de las misiones a que estáis dedicados. La vida religiosa hoy, como siempre, mejor dicho, más que nunca, está llamada a dar un luminoso testimonio evangélico a la Iglesia y al mundo, mediante un incondicional y total seguimiento de Cristo. Ese testimonio, por otra parte, debe configurarse y ser vivido de tal modo que los hombres puedan fructuosamente constatar cuán dinámica y tendente al bien de todos es una auténtica consagración al Señor. Sabed, por tanto, unir armoniosamente en vosotros la necesaria acción y la insustituible contemplación y, sobre todo, tratad de infundir eficazmente su síntesis en todos los miembros de vuestra congregación.

Sé que los campos de apostolado propios de vosotros son múltiples: las misiones, sobre todo, en la más amplia acepción del término entendida por vuestro gran Vicente de Paúl; después, la dirección y la enseñanza en los seminarios; la dirección de las Hijas y de las Damas de la Caridad; retiros espirituales al clero y al laicado. Se trata de actividades muy significativas, que abarcan sectores diversos e importantes de la vida de la Iglesia y necesitan toda la dedicación inteligente y celosa de los Paúles, en el nombre grande y urgente de la caridad de Cristo. Y vosotros, desde vuestros nuevos puestos de responsabilidad, sabréis ciertamente imprimir a toda vuestra ilustre familia religiosa esos impulsos que le son exigidos por los tiempos y por las condiciones tanto de la Iglesia como del mundo en que hoy vivimos.

Estad seguros de que yo os recordaré en la oración, a fin de que no falte la inspiradora y corroborante gracia divina a vuestras decisiones y a vuestro delicado ministerio.

De esos favores celestiales, que deseo abundantes, es prenda mi bendición apostólica, que de corazón os imparto y extiendo a todos vuestros beneméritos hermanos esparcidos por el mundo, como seguridad de mi afecto y de mi aliento.

 



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