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VIAJE APOSTÓLICO A PARÍS Y LISIEUX

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS REPRESENTANTES DE LAS ORGANIZACIONES
INTERNACIONALES CATÓLICAS (O.I.C.)


Lunes 2 de junio de 1980

 

Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo:

1. En el marco de mi visita a la UNESCO, he querido reunirme también con los representantes de las Organizaciones Internacionales Católicas (O.I.C.) y del Centro Católico Internacional para la UNESCO. Me consta que, de acuerdo con vuestro propio estatuto de organización no gubernamental, seguís atentamente las actividades de esta Organización de las Naciones Unidas. Os agradezco vuestra presencia y vuestro interés.

Como hice en Nueva York, con ocasión de mi visita a la Organización de las Naciones Unidas, quiero subrayar, con mi presencia en la UNESCO, el interés de la Santa Sede por la vida de las Organizaciones internacionales, las reuniones donde se discuten los grandes problemas del mundo contemporáneo, y los múltiples esfuerzos de cooperación internacional que intentan promover a escala mundial una convivencia que se caracterice por la justicia y el respeto a los derechos inalienables del hombre. Pues, como decía en su Encíclica Pacem in terris mi predecesor Juan XXIII, que fue el primero de los Observadores permanentes de la Santa Sede ante la UNESCO, la socialización es un hecho a nivel mundial. Y esta realidad exige hoy más que nunca el establecimiento de un nuevo orden de relaciones internacionales sobre la base de una ética de justicia, de respeto a la persona humana, de reconocimiento de la soberanía de cada nación, y de solidaridad.

2. En este contexto, es necesario promover entre los pueblos intercambios tales que permitan a cada uno de ellos encontrar su propia identidad, fundada en una concepción dinámica de la cultura, que hunda sus raíces en el pasado, se alimente de las distintas aportaciones históricas y pueda ser creadora de nuevas expresiones, permaneciendo a la vez fiel a sus propios valores y abierta a los valores de los otros como a una fuente de progreso.

La Iglesia que, por su particular condición no está ligada a perspectivas de poder político ni de interés económico, sino que se inspira únicamente en la misión que Cristo le confió, no puede permanecer ajena a esta empresa.

En efecto, fortalecida por el mandato de Cristo de anunciar el Evangelio a todos los pueblos, la Iglesia está presente en todas las naciones y culturas como sacramento universal de salvación y de unidad para el género humano: por ella es reconciliada la humanidad con el Padre; por ella se abre a todos los hombres la fraternidad en Cristo; por ella, finalmente, el Evangelio fecunda las energías morales y religiosas y aporta una contribución original al establecimiento de una cultura y una civilización fundadas en la primacía del espíritu, la justicia y el amor.

3. En esta perspectiva, quiero expresar cuánto estimo y aliento a todos los católicos que asumen su propia responsabilidad en la vida internacional, sea, como muchos de vosotros, al servicio de la UNESCO, sea, especialmente, en las Organizaciones Católicas Internacionales, que han comprendido la importancia de la misión que han de desempeñar en este campo.

Las Organizaciones Católicas Internacionales, en su condición de organizaciones no gubernamentales, así como los centros de la Conferencia de las O.I.C. ofrecen, efectivamente, una contribución insustituible tanto en el estudio de los grandes problemas internacionales, como en la sensibilización y formación de la opinión en torno a ellos.

No dudo que se requiera capacidad técnica para abordar los delicados y complejos problemas que se plantean en el campo internacional. Vuestra contribución específica, sin embargo, debe consistir en el esfuerzo por injertar siempre, en el corazón de estos problemas, en los que se juega el destino de los hombres y de los pueblos, una dimensión ética y religiosa que es una componente fundamental de la realidad humana. Por el camino de las negociaciones a nivel político, económico o técnico —por necesarias que sean— no hay solución posible si ésta no se inspira en estas dimensiones fundamentales. Que el respeto y la tolerancia, la voluntad de colaboración leal y de diálogo no sean jamás una coartada para disimular o minimizar vuestra contribución original, a partir de la verdad de Cristo, fuente de la verdad sobre el hombre y su dignidad.

4. Esta contribución será tanto más eficaz cuanto más se apoye en las experiencias y reflexiones que os lleguen desde la base de vuestras Organizaciones y Movimientos en los diversos lugares, países y continentes. Ese es uno de los aspectos positivos de las O.I.C. Por su estructura y por el origen de sus miembros, ellas podrán superar los horizontes de un nacionalismo o de un regionalismo estrechos, evitando también al mismo tiempo una visión y una práctica imperfectas del internacionalismo, entendido como un privilegio de la minoría de los poderosos o el monopolio de los especialistas. Por la extensión de su presencia en todos los medios geográficos y culturales, por la densidad de sus circuitos locales y nacionales de coordinación y de información, por su profunda comunión con la Iglesia en todos los niveles en los que se realiza la cooperación internacional, las Organizaciones Católicas Internacionales ya están dando y deben dar cada día más un testimonio y una contribución importante a la edificación de la ciudad de los hombres y del Reino de Dios.

Queridos amigos, queridos hermanos y hermanas, que el Señor os bendiga a vosotros y a vuestras familias, que El bendiga vuestro trabajo en la UNESCO, y a todos los Christifideles de las Organizaciones Católicas que representáis.



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