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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA PROCESIÓN DE ANTORCHAS
DE LA JUVENTUD DE ACCIÓN CATÓLICA


Plaza de San Pedro
Sábado 21 de junio de 1980

 

"Tened ceñidos vuestros lomos / y encendidas las lámparas; / y sed como hombres que esperan a su amo / de vuelta de las bodas..." (Lc 12, 35-36).

¡Queridos jóvenes! ¡Muchachos y muchachas! Habéis venido a la plaza de San Pedro, con antorchas encendidas, para manifestar la verdad fundamental sobre vosotros mismos.

Esas antorchas hablan de vuestros corazones.

Esas antorchas hablan de vuestra vida.

Dicen que no podéis y no queréis caminar en la oscuridad. Que tenéis necesidad de luz. Más aún; que queréis llevar la luz para iluminar los caminos de vuestra vida y de la vida de los demás.

Confesáis que esa luz es Cristo; que es El la luz de las almas humanas. El es la luz de vuestras almas jóvenes. Muestra Dios al hombre: quien ve a Cristo, ve al mismo tiempo al Padre (cf. Jn 14, 9). Y muestra el hombre al hombre. El misterio del hombre —a veces tan oscuro y ofuscado— se esclarece en El. Cristo anuncia la Buena Nueva. La anuncia mediante Sí mismo, con la propia vida, con la cruz y la resurrección. Enseña cuán grande es la dignidad del hombre, cuán grande es su vocación.

Vosotros, que habéis descubierto esta verdad, debéis tomarla en vuestras manos como una linterna encendida. ¡Y debéis vigilar!

Ante todo debéis vigilar para que esa luz no se apague, en vosotros. Que no quede sofocada y mucho menos expulsada ni por algún soplo de viento contrario que venga de fuera, ni por falta de combustible en vosotros mismos, en vuestros corazones.

Debéis contemporáneamente vigilar en el puesto de los demás y por los demás. Desde hace muchas generaciones, desde hace muchos siglos, Cristo pasa por las calles de esta tierra, de Italia, y de esta ciudad, Roma...

Y viene siempre como Esposo, como Quien ha amado al hombre hasta la ofrenda total de sí mismo.

¡Que no pase en vano!

¡Que lo encuentren los hombres, cada vez más numerosos!

¡Que lo encuentren vuestros coetáneos, cada vez más numerosos!

¡Que vosotros mismos podáis mostrarles el camino que lleva a Cristo!

Por eso, ruego hoy juntamente con vosotros. Y desde el corazón de esta plegaría, os mando mi bendición en nombre de la Santísima Trinidad.

¡Que se abran vuestros corazones!

¡Que se enciendan las linternas en vuestras manos!

¡Vigilad!

 



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