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VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRESIDENTE Y AUTORIDADES DE LA REPÚBLICA*


Brasilia
Lunes 30 de junio de 1980

 

Señor Presidente:

1. Sean mis primeras palabras para manifestar mi profunda gratitud a vuestra Excelencia. Y quiero hacerlo con una de las primeras expresiones que he aprendido en mi recientísimo estudio de lengua portuguesa y que tiene para mí un significado particular: "¡Muito obligado!" (muchas gracias).

Muchas gracias por la generosa disponibilidad afirmada y demostrada desde que Vuestra Excelencia supo mi intención de acceder al deseo de mis hermanos los obispos de Brasil para que visitara este país.

Muchas gracias por la amable presencia de Vuestra Excelencia en el aeropuerto, al pisar yo por vez primera la tierra brasileña, así como por las nobles palabras que acaba de dirigirme y que, con su permiso, quiero considerarlas dirigidas, por encima de mi persona, a la misión a que estoy consagrado y a la Iglesia universal de la que soy Pastor.

Los viajes que estoy realizando, siguiendo una iniciativa de mis predecesores, sobre todo de Pablo VI, constituyen un aspecto, para mí importante, de mi ministerio pontificio y del gobierno pastoral de la Iglesia. Esos viajes tienen un definido carácter apostólico y una finalidad estrictamente pastoral; pero, aun con este sello religioso, llevan también un mensaje claro sobre el hombre, sus valores, su dignidad y su convivencia social.

Vengo, por tanto, para encontrarme con la Iglesia en Brasil, con la comunidad católica que constituye la gran mayoría de los habitantes de este amplio y muy poblado país. Pero vengo también deseoso de encontrarme con todo el querido pueblo brasileño.

2. Y así, se trata de un encuentro con casi medio milenio de historia humana y religiosa. En esa historia hay ciertamente el inevitable claroscuro que se encuentra en la historia de todo pueblo. Que el Señor os dé su ayuda para que la luz prevalezca sobre las sombras. En el perfil histórico de esta noble nación deseo destacar tres puntos:

— el bien conocido cosmopolitismo brasileño capaz de integrar pueblos y valores de diversas etnias, los cuales contribuyen ciertamente a las características de apertura y universalidad de la cultura de este país;

— la evangelización, realizada con tales modelos y con tal continuidad que dejó señales profundas en la vida de este pueblo, proporcionándole sin duda, en la medida en que ello cabe en la misión de la Iglesia, luces, normas y energías morales y espirituales, con las que fue formando la comunidad humana y nacional;

— el dinamismo joven de la población, con sus respetables tradiciones y cualidades peculiares, firme garantía de que la nación podrá superar los obstáculos que vaya encontrando en su camino histórico, hacia un mañana mejor.

3. Evangelizado desde sus albores, el pueblo brasileño ha vivido la fe y el mensaje de Cristo, ciertamente no sin problemas, pero con sinceridad y sencillez, testimoniadas claramente por sus tradiciones, en las que se pueden entrever con facilidad opciones, actitudes interiores y comportamientos que de hecho son cristianos.

Al mismo tiempo, como ya Vuestra Excelencia ha tenido la bondad de recordar, son muchos los lazos que unen a Brasil con la Sede Apostólica de Roma, remontándose a más de siglo y medio las amistosas relaciones oficiales, ininterrumpidas y cada vez más sólidas con el transcurso de los años. Esas relaciones tienen una garantía de autenticidad en el amor y devoción de los brasileños al Vicario de Cristo. Buena prueba de ello es el calor de la acogida que aquí se me ha dispensado.

4. Señor Presidente, Excelentísimos miembros del Congreso, Senado y Supremo Tribunal federal; Señores Ministros de Estado, señoras y señores:

Con vuestra honrosa presencia, a mi llegada y en este encuentro, habéis querido tributar al Pastor de la Iglesia universal un homenaje al que se siente extremamente sensible: muchas gracias una vez más a cada uno de vosotros personalmente. A mi vez quiero expresar la más alta estima por la elevada misión que desempeñáis. El mandato que habéis recibido os confiere el privilegio —que es también un deber— de servir el bien común de toda la nación, sirviendo al hombre brasileño. Que Dios os ayude siempre a cumplir este mandato.

En mis peregrinaciones apostólicas por el mundo, quiero también yo, con la ayuda de Dios, ser portador de un mensaje y colaborar, en la parte humilde pero indispensable que me corresponde, a que prevalezca en el mundo un auténtico sentido del hombre, no encerrado en un estrecho antropocentrismo, sino abierto hacia Dios.

Pienso en una visión del hombre que no tenga miedo de decir: el hombre no puede abdicar de sí mismo ni del lugar que le corresponde en el mundo visible; el hombre no puede volverse esclavo de las cosas, de las riquezas materiales, del consumismo, de los sistemas económicos o de lo que él mismo produce; el hombre no puede hacerse esclavo de nadie ni de nada; el hombre no puede prescindir de la trascendencia —en fin de cuentas, de Dios—, sin sufrir merma en su ser total; el hombre, en fin, sólo podrá encontrar luz para su "misterio" en el misterio de Cristo.

Cuán benéfica sería para el mundo una mejor acogida a esta comprensión del hombre partiendo de su plena verdad, la única capaz de dar sentido humano a las diversas iniciativas de la vida cotidiana: programas políticos, económicos, sociales, culturales, etc. Bien entendida, podría ser la base de programas de verdadera civilización, que sólo puede ser la "civilización del amor".

5. Ateniéndose a su propia misión y con pleno respeto a las legítimas instituciones de orden temporal, la Iglesia no puede dejar de alegrarse con todo lo que, de verdadero, justo y válido existe en esas instituciones al servicio del hombre; no puede dejar de ver con satisfacción los esfuerzos que tienden a salvaguardar y promover los derechos y libertades fundamentales de toda persona humana, así como a asegurar su participación responsable en la vida comunitaria y social.

Por eso mismo, la Iglesia no deja de proclamar las reformas indispensables para la salvaguardia y promoción de valores sin los cuales no puede prosperar ninguna sociedad digna de este nombre; es decir, reformas que tienden a una sociedad más justa y cada vez más de acuerdo con la dignidad de toda persona humana. Y anima a los responsables para el bien común, sobre todo a quienes se precian del nombre de cristianos, para que emprendan oportunamente esas reformas con decisión y valentía, con prudencia y eficacia, ateniéndose a criterios y principios cristianos, a la justicia objetiva y a una auténtica ética social. Al promover así tales reformas se evitan también que sean buscadas bajo el impulso de corrientes en base a las cuales no se duda en recurrir a la violencia y a la supresión, directa o Indirecta, de los derechos y libertades fundamentales, inseparables de la dignidad del hombre.

6. Deseo al querido pueblo brasileño una fraternidad cada vez mayor, fundada en el auténtico sentido del hombre: con libertad, equidad, respeto, generosidad y amor entre todos sus miembros y con clara y solidaria apertura para con la humanidad y para con el mundo. Les deseo paz segura y serena, base de trabajo concorde y del compromiso de todos para el progreso y bienestar comunes. Les deseo también la suficiencia de bienes indispensables para la propia realización integral. Pido a Dios que cada brasileño, de nacimiento o de adopción, respete y vea siempre respetados los derechos fundamentales de toda persona humana.

Proclamar y defender tales derechos, sin anteponerlos a los derechos de Dios ni silenciar los deberes a que corresponden, es una constante de vida de la Iglesia, en virtud del Evangelio que le está confiado. De ahí, que la Iglesia no cese de indicar a todos los hombres de buena voluntad y estimular a sus hijos a que respeten y cultiven esos derechos: derecho a la vida, a la seguridad, al trabajo, a la vivienda, a la salud, a la educación, a la expresión religiosa privada y pública, a la participación, etc. Entre tales derechos hay que destacar, también, como prioritario, el derecho de los padres a tener los hijos que deseen, recibiendo al mismo tiempo lo necesario para educarlos dignamente, y el derecho a la vida del que ha de nacer. Bien sabemos lo amenazados que están actualmente esos derechos en el mundo entero.

7. Bendigo de corazón lo que aquí se hace, en comunión con los esfuerzos universales y que sólo puede redundar en beneficio de los más pobres y marginados, afligidos por las inmerecidas frustraciones de que son víctimas. En tal sentido, no está de más recordar que una transformación de estructuras políticas, sociales o económicas nunca podría consolidarse si no fuese acompañada por una sincera "conversión" de la mente, de la voluntad y del corazón del hombre con toda su verdad. Tal conversión ha de realizarse, teniendo siempre cuidado, por una parte, de evitar perniciosas confusiones entre libertad e instintos —intereses creados, luchas o dominios— , y por otra, de suscitar una solidaridad y un amor fraterno, inmunes de toda falsa autonomía respecto a Dios.

En esta línea de pensamiento, es corresponsable toda la sociedad. Pero las iniciativas y la dirección humana y racional de los procedimientos dependen en buena parte de quienes están investidos de funciones de gobierno y liderazgo. Dependen de su empeño primordial en renovar y formar las mentalidades, con adecuadas, constantes y pacientes medidas de educación y aprovechamiento de las buenas voluntades, iluminadas siempre por la "certeza de que es el hombre el destinatario final de sus responsabilidades y preocupaciones", como me escribía hace tiempo Vuestra Excelencia.

8. Las cualidades peculiares del pueblo brasileño, unidas a su larga tradición cristiana, han de llevarle a responder con acierto a la llamada y al reto del tercer milenio que se aproxima. La comunión de las mentes y de los corazones en busca del bien común, esclarecido, propuesto y dirigido por los gobernantes, y con responsable participación libre, educada y solidaria de todos, han de continuar sirviendo al hombre y al supremo bien de la paz en esta gran nación, en este continente y en el mundo.

Reiterando a Vuestra Excelencia mi agradecimiento, por la acogida y por todas las atenciones, formulo fervientes votos para que desciendan sobre Brasil, por intercesión de Nuestra Señora Aparecida, su Patrona, las abundantes bendiciones de Dios.


*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española, n. 27, p.4.

 



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